Rescates

Golondrinas

3-09-2017 / Lecturas, Rescates
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Septiembre, mes del nacimiento del inolvidable poeta Hamlet Lima Quintana. De «Cuentos para no morir», publicado en 1972, compartimos una de sus bellas historias.


Golondrinas

Por Mario Díaz.

Pensaba en esa posibilidad maravillosa que tenemos -por otra parte vieja como el mundo- de hacer las cosas con amor y me acordaba de «La mujer del barro», aquella alfarera que amasaba la arcilla cantando y modelaba sus vasijas y cacharros cantando. Sus manos daban vida a verdaderas bellezas. Otra alfarera envidiosa quiso saber los secretos, robó un cántaro de luz de la mujer del milagro y lo llevó a su casa para descubrirlos y nada: el barro era el mismo, los colores no tenían la más mínima diferencia, el cocido también era el mismo…

Como dice Hamlet Lima Quintana, «el amor a lo que se hace produce lo mejor de la vida» y contaba que tenía una tía vieja que decía que cuando Dios hizo al mundo, «seguramente aprendió a cantar». 

¡Sin duda que los «Cuentos para no morir» fueron escritos de esa forma! Aquí una de sus historias. 

Hamlet Lima Quintana – «Golondrinas»

Las golondrinas traen la primavera en sus alas y cuando se van, empujan el verano hacia el norte de la cultura del mundo. Las golondrinas siempre viven en pareja, una vez que tienen determinada edad, que viene a ser algo así como la edad justa para que el amor habite desde el hueso hasta el canto.

En una bandada había una golondrina viuda, perdió su compañero durante un viaje. De tanto andar y andar, de vuelta ya por estas latitudes se sintió cansada de tanto viajar. En largas conversaciones que mantuvo con un hornero y un benteveo que tienen residencia permanente en estos pagos, entrevió la posibilidad de quedarse, tener un lugar, dejar de surcar cielos…

Llegó el día antes de la partida de la bandada y la golondrina decidió su destino: quedarse. Cuando llegó el alba, salió a saludar al sol y se pasó todo el día danzando mientras sus compañeras habían partido alejándose hacia otros lugares. Todo el día bailó con una gran armonía de movimientos.

Al atardecer, cayó muerta sobre la tierra amplia y en el lugar donde cayó, al día siguiente, había una planta con una extraña flor amarilla. La golondrina tenía ya un lugar para siempre: el girasol, se había transformado en la vida del girasol. Por eso cuando el sol sale y al atardecer se inclina el girasol sigue con la cabeza sus movimientos, en señal de respeto aguardando al sol de la mañana siguiente.