Luciano Debanne

Luciano Debanne

2021

Foto: Javi Blank.

Cada vez que un año se termina nuestros pequeños rituales, un rulo de cosas que repetimos. Un remolino hecho de pequeñas alegrías domésticas, y leves fastidios, de escenas aprendidas desde la infancia.

Continuidades que nos definen y nos ordenan. Ya sea porque suscribimos al legado de andar haciendo lo que otros hicieron antes, otros que quisimos y nos quisieron; ya sea porque nos rebelamos frente la costumbre, dejamos caer el molde desde la esquina de la mesa, y hacemos la nuestra y nos negamos a la continuidad.

Pequeños rituales que vamos completando, y rescribiendo, amontonadas las familias nuevas y las viejas, las infancias que se suceden una tras otra, como los años disfrutados o sufridos, celebrados y por celebrar.

Cada vez que un año se termina nuestros pequeños remolinos internos, trayendo lo de antes a sentarse junto a lo de ahora, actualizando las tradiciones más antiguas, desordenando todo un poco. Nuestra pequeña mansedumbre, nuestra pequeña rebelión.

Continuidades que nos señalan: estos somos, esto sos. Y nuestro vaivén de hojas secas y primaveras, nuestros inviernos más fríos, nuestro calor. Nuestras listas de deseos escritas al dorso de agendas viejas. Y esa ventana que es diciembre, donde se celebra siempre un nacimiento, y el año que ya se murió.

 

2020

Se apagan las cenizas de este año incendiado.

Año negro de agendas sin usar, de postergaciones y postergados. Aletargado y espeso.

Año de separaciones y distancias hechas de cosas que no se miden con cualquier sistema métrico decimal.

Se apaga el año, bajo una guardia de cenizas que nos mantiene el cuerpo tenso y la atención cansada, y las ganas de descansar este agotamiento hecho de incertidumbres e inactividad.

Quedarán en nuestras retinas el brillo incendiado de la catástrofe, el temor, el enojo, la desesperación. Y en nuestra memoria la tragedia del incendio. Y en nuestro futuro sus consecuencias.

Pero ahora se apagan ya las cenizas de este año incendiado. Y es tiempo de estar atentos para ver cómo el mundo poco a poco brota.

Y cómo, sobre los apenados huesos de los cuerpos que no lo lograron y los caparazones craquelados y vacíos de los caracoles que no tuvieron el suficiente tiempo para escapar, nace nuevamente la vida.

Nuestra mano sembrando la semilla, protegiendo el tallo que sobrevivió, limpiando el desastre.

Cuidar que todo reverdezca, y empiece de nuevo. Preparar el mundo para que llegue una nueva primavera.

Y con ella la esperanza.

 

2018

Un año, decimos. Y se nos debe cagar de risa Dios.

Se debe cagar de risa de esa manía de andar dividiendo el tiempo en pedazos, de andar contando los pedazos de tiempos, de anotarlos en hojas cuadradas, con cuadrados adentros y números con formas geométricas, ordenados, primero el 1, después el 2, y así hasta que es 31, 31 del mes 12, números adentro de números, encastrados, inamovibles. Divididos por rayas, por un guion. ¡Un guion!

Números que vamos tachando, con un fibrón o con la mirada que se los saltea, los pasa de largo. Vamos tachando los pedazos de tiempo usados, como si fueran cosas que se gastan, algo perdido; como se tira el envoltorio de algo, como si fuera un diario viejo que se quema en la parrilla, y ya no está más, a pesar de sus noticias importantes, sus números de quiniela, sus anuncios de ofertas que no podíamos dejar de aprovechar.

Un año decimos, y brindamos por la supervivencia, por lo que vendrá; brindamos con la misma sonrisa con la que salimos de la estación de servicio con el tanque lleno, con la sonrisa de la recarga; como si los días fueran balas que vamos desparramando, ta, ta, ta, ta. Balas perdidas en la inmensidad.

Como si los días, las horas, los meses, fueran una cosa apilable, fabricable, medible, usable. Como si fueran cajas en una repisa, que vamos sacando para usar.

Se nos debe cagar de risa Dios, viéndonos revolvernos en esta cosa elástica, plegable, viscosa, inmaterial, jugando a que tenemos todo bajo control.

 

2017

Hacer balance.

Aplicar pequeñas políticas de memoria domésticas, realizar examen de metas y resultados, repasar el año con la palma de la mano como el carpintero repasa la madera lijada, desandar las hojas maltrechas de las agendas, volver a ajustar el clavito donde hasta hace un ratito colgaba el calendario con sus números grandes y negros en el frente y sus refranes o sus santos en el dorso.

Hacer balance, balancearse. Puro equilibrio precario entre lo que quisimos ser y lo que nos salió, lo que nos dejaron, lo que más o menos pudimos, las posibilidades y los imposibles. Todo en el aire, girando de mano en mano, a punto de caerse. Equilibristas de las derrotas colectivas y los fracasos personales, de las conquistas a sudor y sangre, y de las pequeñas fortunas cotidianas y pedestres.

Hacer balance. Poner nuestra libra de carne -la mas cercana al corazón, según exigen los mercaderes- en la balanza para pagar las deudas. Y aun así perdonar a nuestros deudores, porque qué remedio. Y esperar infructuosamente que sea cierto, que sea como dicen por ahí, que los hombres como los aves, que ni siembran ni siegan y sin embargo los dioses las alimentan.

Y así, colgar el nuevo almanaque esperanzados que esta vez sí, que esta vez sea mejor, que esta vez nos toque a todos y a todas; y a ellos no.

Luciano Debanne – Comunicador – Escritor.