Por Alejandro Mareco.
Tres mujeres conmoverán el corazón de un viernes en la penumbra de un inesperado rincón de la ciudad con vista al cielo. Lo presiente una suave noche de primavera y el aura que deleita los numerosos ánimos reunidos en una sintonía casi de comunidad.
Y ellas vendrán juntas, caminando casi en puntas de pie detrás del eco de una caja con la que Guadalupe Gómez hará latir su profunda “Niña Humanidad”, con su voz tan penetrante, melodiosa y sabia. La seguirán Claudia Masín y María Teresa Andruetto, poetas de palabras mayores.
Entonces, canciones y poemas empezarán a sucederse en el pequeño y cálido escenario de la terraza de Puerta 276 (Tucumán 276).
Será de Claudia Masín la primera palabra en solitario: “Dice: ya no hay nada que temer/ Si cosas tan frágiles/ como el olor a tierra mojada, permanecen/ y hasta crecen, en medio de la tormenta/ es porque lo invisible está a salvo/ de la prepotencia”.
El poema atesora el alma del ciclo “Lo invisible” que durante el año llevaron adelante junto a Guadalupe, siempre con una invitada o un invitado. Sí, tal vez es así; si estamos a salvo de la prepotencia, no hay nada que temer.
Claudia Masín, tan reconocida, vino desde su Chaco original a fijar aquí la residencia de sus sentimientos; todo un soplo fresco para la brisa poética de la ciudad.
La invitada del último capítulo 2024 del ciclo sería nuestra maravilla literaria: “La Tere”, tan celebrada y proyectada (poesía, cuento, novela). Ella convidaría una sabrosa porción de su “Abracadabra”.
Poemas con aplausos
Guadalupe ya tenía la guitarra en su regazo cuando recibió la posta. “Bailemos”, ese cuarteto suyo que enarbola como signo de pertenencia y de la conexión popular que forma parte de sus facetas.
Su alegría no era sólo cuartetera, es que estaba nada menos que junto a su maestra de poesía cuando tenía 13 años, “la Tere”, y a Claudia, que es su guía en las palabras de estos días.
Y vendría otra ronda de poemas. Los aplausos acostumbran a acudir al final de una canción, incluso acompañados con expresiones entusiasmadas, como sucedió el viernes. Pero cuando termina la lectura de un poema muchas veces no se sabe bien qué hacer; es como si se temiera rasgar el halo que queda flotando. Hasta que “la Tere”, con su poema-cuento hecho de seda, cerezo pintado y pájaros que no se engañan (“El engaño”), cambió el hechizo por aplausos abundantes.
A partir de allí, no quedarán poemas huérfanos de aplausos: Claudia, con “Nunca será aburrido”, “La enfermedad”, “Potrillo” (estremecedores versos que conducen al instante que un potrillo, una historia, es capaz de fugarse de la vida que le espera”)… Y más; “La Tere”, con dos poemas de su obra “Beatriz”… y más.
Además, Guadalupe y “Tere” repasaron un pequeño fragmento del trabajo que hicieron juntas: “Interior con naranjas”.
Guadalupe traería luego algunas de sus hermosas canciones con palabras de vuelo propio como “Toda la belleza” y “Lucero”, y hasta “Corazón herido”, de Gilda. Pero sumó también su propio poema leído: “Clase de canto”, una sensible y reveladora narración de lo que una clase de canto o la magia del canto en sí mismo, puede alumbrar y abrir sentimientos y horizontes que no estaban en la conciencia de la voz cantora (acaso como sucede en las clases que ella brinda). Y recogió un sentido felicitado de sus maestras.
¿Quién querría que la espesura del encanto se esfumara con la inminencia de la medianoche? Entonces, habría bises, claro: Guadalupe, con “Peperina y cedrón”; Claudia, con “Cabiria”, y “la Tere”, de memoria, seguiría con “Teresa”, esa tan conmovedora afirmación de su nombre.
“Dale alegría a mi corazón”, de Fito Páez, fue el motivo de la comunión final con la gente. Y mientras los murmullos de conversaciones repasaban lo sentido, la terraza ya estaba pronta a prestarle su cielo a la madrugada.