Por Rodrigo Pérez.
Desde Uruguay a la Argentina, desde Paysandú a La Calera.
En Argentina y Uruguay no sólo hablamos el mismo idioma sino que también los lunfardos se nos entreveran. Acá y allá el fútbol nos apasiona y el Río de la Plata nos hermana.
La historia por estas latitudes nos hace semejantes, compartimos el mate y los sentires y con eso, gran parte de la idiosincrasia.
Entre Argentina y Uruguay compartimos muchas cosas, hay una cultura que se respira como el aire, que es casi el mismo aire.
Uruguay y Argentina comparten el huso horario, la historia, la patria y también el territorio.
Argentina y Uruguay comparten sus ancestros. Las riquezas de allá son prácticamente las mismas que acá, así como las desigualdades. Con Uruguay compartimos mártires, pueblos originarios, héroes, esclavos, artistas, políticos, dictaduras y revoluciones.
Esa identidad, esa huella dactilar, ese ADN por supuesto que está presente en la música. La música es la fiel muestra de que las fronteras son un capricho.
En la música nos reconocemos locales y universales. La llamada nos convoca, la clave del candombe nos resulta familiar, el repicar de los tambores, los parches bien templados, el carnaval y la comparsa, la murga y el tablado nos laten como pueblo. El barrio y el conventillo, la villa y el cante, la urbe y el campo todo junto en el cielo de un solo color, en el celeste de las camisetas y en el azul de las banderas.
Así fue que en La Covacha, ese hogar escuela de música de La Calera, en el último concierto del ciclo
«Para oír y sentir» temporada 2024, el sábado 16 de noviembre se presentó el dúo uruguayo Otras Yerbas.
Desde Paysandú vino este dúo integrado por Jorge Flores y Eduardo Corti, presentando «De uruguayeses y otras yerbas.»
El Noel Acosta Grupo, integrado por Noel Acosta en voz y percusión, Bachi Freiría en guitarra y coros y Diego Magnaterra en batería y percusión, levantaron el telón y oficiaron de anfitriones con esa vocación que los hace tan queribles. Sus versiones libres dejaron flotando en la sala llena una atmósfera charrúa.
Flores y Corti nos trajeron canciones propias, historias, anécdotas y versiones del cancionero popular. El escenario por momentos se convirtió en un tablado y la sala nunca dejó de ser lo que es: un aula. Nos contaron acerca de cómo en Uruguay los ritmos afro se fueron transmitiendo y también modificando, nos mostraron cómo cambian las velocidades, las divisiones y los acentos entre un ritmo y otro, cómo el candombe fue pasando de la madera y de los parches hacia las cuerdas y de las palmas de las manos hacia los dedos. Con ejemplos sonoros reconocimos la marcha camión y cómo pasó del bombo, redoblante y platillos a las guitarras con Los Olimareños y con Jaime Ross. Nos hablaron de la función original y social de «la llamada», de los cuplés, de la despedida y de aquel intento, en buena hora mal logrado, de querer hacer desaparecer las reuniones de la gente en los espacios públicos junto con los conventillos.
El feliz resultado fue que, no sólo no desaparecieron, sino que se replicaron por todo el territorio uruguayo y, con esas comunidades, se sostuvo una identidad que logró también rescatar y conservar vocablos del idioma charrúa originario.
Flores y Corti nos regalaron una canción de cuna y nos compartieron sus versiones de un montón de gente de allá. Citaron entre muchos, a Cabrera, a Mateo, a Raúl «Tinta Brava» Castro, a Ubal y Olivera de Rumbo, a Zitarrosa, al Príncipe Pena, al autor de «Colombina» y a Jorginho Gularte.
El deseo de que no se apaguen las bombitas amarillas y de que no se apague nunca el eco de los bombos está más vivo que nunca. Cordobeses y en La Calera por momentos nos sentimos tan uruguayos como el Enzo, nos fundimos en la hermandad y en el abrazo profundo nos llevamos la sonrisa dibujada.
Familiares somos todos.
En La Covacha siempre pasan cosas lindas.
Gracias eternas.