
Por Rodrigo Pérez.
Hay veces que somos muy exigentes con nosotros mismos. Y hay veces en que las cosas se dan de una manera tan natural que nos sentimos en armonía con el universo. Hay días muy lindos en la vida de cualquiera y nosotros tuvimos uno de esos días el viernes 1 de noviembre, en Córdoba, en una casa de barrio.
La invitación surgió así, naturalmente. La invitación ya era una alegría por sí sola. Confirmar la presencia diez días antes me trajo una sonrisa por cada vez que recordaba el convite. El viernes tenemos plan, tertulia compartida con seres queridos. Sonrisa. Diez días, un montón de sonrisas.
El plan: música y poesía en el living de una casa. Un hogar con sus puertas abiertas y una familia de anfitriona. Una familia extendida haciendo comunidad, muchas personas realizando cada una de las tareas necesarias para que todo salga lindo. Y así fue.
En las palabras de la mismísima Guadalupe Gómez:
«Seguimos abriendo la puerta roja de nuestra casa, prendiendo velas, cantándole a la belleza y al dolor, abriendo la noche con palabras mágicas, aliándonos contra la desesperanza. Gracias a este equipo: Mingui Ingaramo, Jorge Marzetti, Julio Gutiérrez y ‘eu’ en escena. Mis amigas, las mejores amigas, cantineras, recibidoras, peinadoras y fotógrafas del mundo: Mónica Lungo, Sole Lacamoire, Romhilda Romina Gargano, Bahi. A quienes vienen, escuchan, se ríen, se emocionan, vuelven, invitan a otrxs, a lxs que amamos y a lxs que no conocemos, gracias ¿Quién dijo que todo está perdido?»
Ingaramo dio el puntapié inicial y arrancó la liturgia en una sala llena de sonrisas. Resuena la vida misma en su piano y la casa voladora ya está flotando.
Desde la elevación podemos vernos a nosotros mismos, y desde acá, con esta perspectiva, con una distancia prudente y necesaria, por fin podemos darnos cuenta de que en la vida curamos para ser curados. Ya está hecha también la propuesta de danzar. La tomamos con naturalidad como el aire al respirar, y así, envueltos en nube sonora, ya estamos bailando, corazón.
Sobrevolamos ahora un muro y un naranjo.
Hay días muy lindos en la vida de cualquiera y nosotros hoy tuvimos uno de esos. Un día tan lindo como esos en los que alguien te dice: «Toda la belleza de este mundo cabe en vos». Y claro que ese alguien también puede ser uno mismo. Está bueno decirnos a nosotros mismos: «Toda la belleza de este mundo cabe en vos». Decírnoslo así, como un susurro y como un credo: «Toda la belleza de este mundo cabe en vos».
Repetirlo como se repite un cuento, como se piden los deseos. Repetirlo como un mantra, como una afirmación y como un propósito: «Toda la belleza de este mundo cabe en vos». Hagan la prueba. Funciona. Posta que funciona. Claro que no vamos a poder evitar la oscuridad, ni los pesares, ni las heladas del camino, pero nos alentaremos a mantenernos con entereza durante la marcha. Tendremos más tranquilidad.
Es en ese mismo camino donde van apareciendo también los días lindos. Para verlos y vivirlos necesitamos estar pillos. «Toda la belleza de este mundo cabe en vos».
Una estrella fugaz ilumina la casa en el mismo momento que Marzetti lanza al cielo un verso como moneda: «Aquí está la médula del sol».
Todo sucede pausado, casi como en cámara lenta. Definitivamente estamos de suerte. Nos abrazamos en círculo. Se asoma de nuevo a la ronda alguien que yo no conozco. Esta vez saluda con sonrisa cómplice. Me cuentan que es un tal Tom Jobim. Me doy cuenta de que acá mucha gente ya lo conoce.
Ronda alegre y luminosa. Pareciera que también acá conspiramos una vez más.
Y aunque a veces el barullo y los oprobios de estos tiempos nos hagan sentir desorientados, hoy estamos acá, en el lugar indicado y en el momento justo. Avanzamos en la dirección correcta. No lo intuimos, lo sabemos. Nos guía como brújula una melodía familiar, suena una de esas musiquitas que conocemos sin saber que la conocemos. Nos mece como el agua mansa en su suave danza. Con la cadencia circular de una oración nos arrima a la orilla.
Ya pisamos tierra firme y corremos. Yo al menos corro como niño hacia un lugar añorado, hacia ese patio de todas las casas donde no viví, patios de ensueño que tienen una puertita de alambre. Ni bien la atravesamos escuchamos que alguien nos dice: «Llevo tu pena en mi voz, me hago río para cuidarte. Te llevo dentro de mí como fueguito que arde para cuidarte».
Acá, en este lugar y de este lado de la puertita de alambre, huele a jazmín. Acá, de este lado, siempre estaremos a salvo. Me imaginé el patio de la casa que nunca tuvieron tampoco mis abuelos.
Pero el olor del pan de anís en el horno es real y junto con ese aroma vino la voz de mi abuela Carmen. Fue ella quien, con ternura, juntó mis manos con las suyas y me dijo al oído: «A diferencia de las jóvenes poetas que creen que saben lo que es el amor, cuando yo dejé de ser yo, aprendí lo que es el amor».
Otra vez Jobim y ahora lo trae a Páez. A Fito sí lo juno. Resulta ser que vienen seguido por acá. Páez, tal como lo suele hacer Parra, nos hace volver a los 17. «Algo tienen estos años que me hacen poner así». La emoción en estado puro.
En sintonía con las puertas y ventanas de par en par, Guadalupe también abre el pecho, saca el alma y nos lee su carta. Nos invita a pensar que siempre, en todos los órdenes de la vida, siempre hay algo más. Solo hay que buscar, hay que insistir. ¿Lo ves? ¿Ves a alguien en el aquí y ahora, por ejemplo, creando un mundo mejor?
Si las intenciones de alguien, o nuestras propias intenciones, o nuestras propias acciones hieren a la menor cantidad de gente posible, eso solo ya es el comienzo de un mundo mejor. «Seamos tú y yo buenos y habrá en el mundo dos pillos menos» repetía con convicción docente el viejo Isaac. Y muchas veces se hace bien a los demás, y también a uno mismo, diciendo «No». Es entonces cuando «decir no es muy hermoso».
A esta altura, entre las melodías que abrazan, aparece otra abuela que no es la mía, es la abuela de uno de los poetas. Vino a dejarnos la enseñanza de no despreciar las cosas despreciables ni despreciar a las personas que son despreciadas. «Algo tienen estos años» ¿Será por la sabiduría que hay amores que se vuelven resistentes a los años? ¿Será acaso un acto de fe? No lo sabemos. Lo que sí sabemos, porque todos la vimos, es que bajó una mujer del cielo, a toda velocidad y muerta de risa, a contarnos que allá arriba todos unidos triunfaremos, simplemente porque en el cielo no hay desigualdad.
Nosotros vinimos con Rubén. Rubén podría ser tu abuelo, o bien podría ser mi padre, pero no, Rubén es nuestro amigo.
– ¿Y Rubén? ¿Te gustó?
Me encantó Ingaramo. Toca con gracia y frescura, como cuando uno charla con un amigo con el que ya se han hablado todos los temas y, sin embargo, hay unas ganas de sonreír, de amigarse, de divertirse con esa complicidad apenas entrevista… Así este muchacho con su piano. Eso me gustó mucho. Además, los que sabemos poco y nada de música, podemos captar que, siendo muy contenido Ingaramo, cuando puede, se dispara a jugar con esas sutilezas que dejan ver un goce con el jazz, con la bossa, qué sé yo, esos matices que te exigen como oyente, ¿no? y que él disfruta.
Al chico violinista lo vi muy atento a secundar y a aportarle cuotas módicas de lirismo a la voz. En cuanto a la chica, me gustaron los pasajes donde les dio curso a sus bajos y tonos medios muy lindos. También se ocupó de generar permanentemente un aire de familia, de reunión de amigos, así, cercanos. No es fácil en los tiempos que corren, alentar el entusiasmo y eso está bueno. Del Chacho, un rasgo gratamente sorpresivo, es la atención que les presta a las personas que van a escucharlo, convirtiéndolas en interlocutoras. Artísticamente dosifica la belleza con el boludeo, que también se celebra. Pero sin duda le da cuerpo a un espectáculo amistoso y delicado. En el fondo, detrás de lo que hace cada uno con su personalidad y con su arte, yo percibí un hilo de ingenuidad que los ligaba a todos, incluida buena parte del auditorio. Esa ingenuidad, ese deseo de decir, de aferrar manos, es agua fresca y alienta la resistencia de lo genuino, de la fortaleza inocente de la fragilidad.
Yo sólo le pregunté al amigo Rubén si le había gustado, y acá, con su respuesta, es todo él. Y ya que estamos, se los presento. Él es mi amigo Rubén.
Hay veces que somos muy exigentes con nosotros mismos. Y hay veces en que las cosas se dan de una manera tan natural que nos sentimos en armonía con el universo. Hay días muy lindos en la vida de cualquiera y el viernes nosotros tuvimos uno de esos.