• Verónica Flores

Verónica Flores

2018

Leí por ahí, alguna vez, una interpretación romántica del porqué de las ballenas varadas en la arena. Según mi lectura (1) estos cetáceos pertenecen a una especie tan antigua, y los individuos son tan longevos, que cargan en su ser la tristeza del mundo que impregna el inconsciente colectivo. Es esa tristeza infinita, acumulada, la causa de los suicidios en masa.

Creo que es la mejor analogía que puedo elaborar para describir el tránsito de este 2018. Tristezas epiteliales, tristezas profundas, un caótico entretejido de seres, conocidos y desconocidos, deambulando en incertidumbre, muchas veces disfrazada de propósito. Algunos de estos seres, entre los cuales me incluyo, contamos con la música para acompañarnos y guiarnos a través del «bosque oscuro» (2), aunque casi nunca por el sendero fácil.

Personalmente, y desde hace unos años, he encontrado en la improvisación libre, lo que estaba buscando en relación a la música y a mi propio quehacer como individuo artístico.

«Aquí nada es real/ salvo el dolor/ Dolor/ es solo una palabra/ que no te deja respirar.»

Este poema de Lilian Nordio forma parte de una trilogía caprichosa, alrededor de los cuales pude reunir a mujeres muy talentosas para formar parte de la Novena Edición de Experimentalia. Cuando Franco Pellini me convocó para participar, primero en la apertura del festival, con una obra muy fuerte del compositor holandés JacobTV (3), y luego en otro espacio totalmente libre, pensé en algo que se había colado en nuestras charlas. Franco consideraba fundamental abrir el espacio para la participación de mujeres, por lo que comenzó a gestarse lo que finalmente se llamó “Lo que no pudieron quemar”. En torno a estos tres poemas de la escritora cordobesa, elegidos arbitrariamente, Carla Fogliatto (voz) Flor Pajón Páez (electrónica), Sofía Chopitea (fotografía) y yo misma en saxofones, coincidimos en un espacio de tiempo y un lugar para ofrecer nuestras cavilaciones en torno al contenido de los poemas.

Otro encuentro sumamente importante fue el de las jornadas de improvisación, organizadas por Franco Pellini en la Universidad Provincial de Córdoba. Durante las actividades pude reencontrarme con Julio Kaegi, con quien siempre es un placer hacer música y conversar. En esta oportunidad, fue Gustavo Obligado, saxofonista, quien brindó un taller. Más allá de los aprendizajes, el encuentro con Gustavo fue de esos épicos. No hacen falta palabras con él. Se hace música. Y es que la improvisación libre (4) es un estar presente constante, un compromiso de estar con uno mismo y estar con el otro, pero sabiendo estar. Y Gustavo es de los que saben estar. Es por esto que fue un honor cuando en diciembre, el propio Obligado me convoca, junto a Julio Kaegi, para estrenar su obra Ululófono en la UNSAM.

En varias oportunidades, a lo largo del año, también pude disfrutar de sonar junto al LEIM Ensamble, en lugares como Repúblico y el Centro Cultural España Córdoba.

Hay circunstancias que nos obligan a reflexionar hasta la migraña, a soplar hasta perder el aliento. 2018 fue una de esas circunstancias. Repartimos sal en heridas propias y ajenas, y también un bálsamo reparador.

Me despido de esta breve crónica con unas palabras de Lilian Nordio:

«Creímos que bastaba/ volver la espalda/ desandar el camino/ dejar atrás las ruinas…»

(1) Nunca pude volver a encontrar la información, por lo que me es imposible citar la fuente: bien podría tratarse de un sueño.

(2) Referencia al Infierno del Dante, tan indefendible como inevitable.

(3) La obra fue Grab it! para saxofón tenor y ghettoblaster.

(4) No voy a ahondar en teoría ni definiciones, ya lo hace Franco Pellini en su escrito en este Anuario.

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