• Numen Cuarteto de Cuerdas

Numen Cuarteto de Cuerdas

Foto: Sergio Manes.

2016

Nuestra queridísima familia: Numen Cuarteto de Cuerdas cumplió 15 años en Agosto del 2016. Somos Hernán Testa y Carolina Lorenzo en violines, Gustavo Raspo en viola y Eugenia Menta en Violoncello, quienes llevamos adelante hace poco más de 15 años este proyecto maravilloso. Lejos de querer hacer una crónica detallada de nuestros viajes o conciertos, de las clases magistrales, de las pérdidas, de los aciertos, de los desencuentros y de los abrazos, lejos de querer dar cuenta a modo de currículum vitae las huellas de un camino tan nutritivo para nuestra realidad de instrumentistas y para nuestras almas, queremos más bien tomar las palabras del Poeta Pablo Neruda, de las que fueron sus memorias «Confieso que he vivido», para explicar ese intenso motor que desde hace quince años nos mueve.

En el escrito mencionado el Poeta narra su experiencia en la Unión Soviética; con el comunismo y ciertos escritores rusos. Líneas que nos brindan las palabras precisas para sintetizar la plena sensación de Ser y Hacer que nos mueven hoy. Contra el frío, contra el hielo, contra el agua, contra el crítico, hasta recoger cada vez una pesca mayor. Queremos agradecer a la vida, por las ganas, el camino y las gentes luz.

Así seguiremos cada día: derrochando paciencia, soportando la temperatura y la crítica adversa, desafiando el ridículo, buscando la corriente profunda, lanzando el anzuelo justo, para después de tantos y tantos trabajos, sacar un pescadito pequeñito. Sólo porque esta profesión nos hace felices.

«Pasadas las afueras de Moscú, rumbo a otra ciudad, veo unas anchas rutas blancas. Son los ríos helados. En el cauce de esos ríos inmóviles surge de cuando en cuando, como una mosca en un mantel deslumbrante, la silueta de un pescador ensimismado. El pescador se detiene en la vasta sabana helada, escoge un punto, y perfora el hielo hasta dejar visible la corriente sepultada. En ese mismo momento no puede pescar porque los peces han huido asustados por el ruido de los hierros que abrían el agujero.

Entonces el pescador esparce algunos alimentos como cebo para atraer a los fugitivos. Echa su anzuelo y espera. Espera por horas y horas en aquel frío de los diablos.

El trabajo de los escritores, digo yo, tiene mucho de común con el de aquellos pescadores árticos. El escritor tiene que buscar el río y, si lo encuentra helado, necesita perforar el hielo. Debe derrochar paciencia, soportar la temperatura y la crítica adversa, desafiar el ridículo, buscar la corriente profunda, lanzar el anzuelo justo, y después de tantos y tantos trabajos, sacar un pescadito pequeñito. Pero debe volver a pescar, contra el frío, contra el hielo, contra el agua, contra el crítico, hasta recoger cada vez una pesca mayor.»

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