• Norma Valderrama

Norma Valderrama

2021

Retazos de pandemia

Cada año que comienza lo hacemos con esperanzas renovadas. No importa cómo nos fue el año anterior. Puede haber sido un año hermoso porque nos pasaron cosas hermosas, o no tanto, pero nuestro anhelo es de que el que comienza sea mejor aún.

Y así comenzó el 2020. Con nuevos proyectos musicales, con ganas de poner el esfuerzo en ellos y llevarlos adelante, por ejemplo: continuar dándole vida a Discépolo con nuevas grabaciones. Pero  «el hombre propone y Dios (o la vida misma, el universo, Mahoma, etc.) dispone.»

Fue así que comencé a partir de la segunda quincena de marzo a tachar cada día en el almanaque, esperando que pasaran rápido los 15 días que habían dado de aislamiento. Luego fue una sucesión de 15 días en que seguía tachando en el almanaque las fechas como lo hacen algunas personas privadas de su libertad. Comenzaron a dolerme las ausencias, no ver a la familia, a los amigos, las juntadas con colegas músicos, las actuaciones, a excepción de algunas virtuales, las muertes de afectos muy cercanos sin poder verlos, abrazarlos y despedirlos.

Nuestra vida se fue transformando de a poco y los meses se fueron sucediendo. Los negocios cerrando, las ilusiones naufragando, las fuentes de trabajo se reducían día a día. Los artistas no eran “esenciales” porque había que salvar el cuerpo, y los artistas sólo alimentan el alma, pero del cuerpo de los artistas nadie se dolía. Especialmente de aquellos que sólo viven del arte. A muchos los vi reinventarse para no morir.

Miraba la vida a través de los cristales de mis ventanas. Tengo la dicha de vivir en un lugar exuberante de verde, donde el piar de las aves me despierta por las mañanas, los colibríes anidan en mi casa y los atardeceres más bellos los contemplo desde mi hogar.

En noviembre del 2020, mi hijo, el que me acudía durante la pandemia para que yo no me expusiera, se enfermó de Covid. En coma, con respirador. Me di cuenta de que no estaba preparada para perder un hijo. Por cierto, nadie lo está. Estimo que es una sensación lacerante que proviene de las entrañas mismas de una madre.

Así comencé a sentirlo hasta que sucedieron un par de cosas. La primera, se levantó un fuerte viento que trajo a mi patio un papel. Fui a recogerlo para tirarlo a la basura. Veo que era una hoja A4 que se había desprendido de alguna casa pues aún conservaba los adhesivos. Era el dibujo de un gran arco iris, realizado por la mano de un niño, que ocupaba todo el ancho de la hoja, montado sobre dos pequeñas nubes que indicaba que la tormenta estaba llegando a su fin. Sobre el arco iris, con letras importantes, un letrero rezaba: «Todo va a salir bien.» Lo limpié, busqué adhesivos nuevos y lo pegué en el vidrio de la puerta de la cocina. Lo tomé como una pequeña luz al final del túnel negro y sombrío en la gravosa situación en que me encontraba.

El otro episodio que alegró mi corazón y exacerbó mi optimismo dentro del panorama que se vislumbraba fue el siguiente: antes de la pandemia, mi hijo plantó tres árboles en casa. Un limonero,  un ciruelo en el patio y un crespón en el jardín. Los dos frutales rápidamente prendieron y comenzaron a dar sus flores anunciando la llegada de la primavera. El crespón nada. Ni un brote. Se lo veía cada vez más seco. La última vez que mi hijo fue a casa antes que fuera internado, se acercó y cortó una ramita acotando: «…Y se secó nomás.» Había que pensar en reemplazarlo. Igual, nunca dejé de regarlo, mimarlo y preguntarle por qué no quería vivir en mi jardín.

A la mañana siguiente de haber encontrado el arco iris, al abrir como todos los días las ventanas, mi vista se dirigía siempre hacia el arbolito para ver si me respondía. Me pareció verlo diferente.  Como se encontraba un poco alejado, mis pasos me llevaron al jardín. Mi sorpresa y la emoción de descubrir sus brotes incipientes refrendó el mensaje del día anterior y ya no tuve dudas de que todo saldría bien.

La Navidad del 2020 fue diferente para mi familia. No sólo había nacido Jesús, el hombre que revolucionó la historia de la humanidad, sino que celebrábamos tener a Juan en casa. El milagro se había producido.

Y así comenzó el 2021. Con mucha alegría, agradecimientos y nuevamente con  proyectos. Pero tanta dicha  fue efìmera. Mi hermano enfermó gravemente y en febrero su corazón dejo de latir, dejándome un dolor muy profundo, ya que no pude verlo, abrazarlo ni despedirme. Pero vamos que la música  cura y lentamente comenzamos con pequeñas actuaciones, como solista y con la agrupación coral de la que también soy parte, “Coral Sierras Chicas”, dirigido por Miguel Ángel Aguirre, ex “Los Trovadores”, agrupación conformada no sólo por personas que amamos y nos une la música sino por seres humanos muy especiales, con valores, escasos por estas épocas, solidarios y amorosos, atentos a lo que le sucede al otro. Un espacio que nunca dan ganas de dejar. Y así vamos haciendo cosas, avanzando mientras la pandemia lo permite, acotados con protocolos necesarios.

Además de mi pasión por el canto que siento que me expresa, cada tanto me gusta plasmar en papel alguna idea, escribir un cuento o una poesía.

Leí que había un concurso literario y dije: «¿por qué no?»  Busqué un monólogo que había hecho hacía tiempo que me gustaba mucho. «Torta de zanahoria». Cuando escribo generalmente algo, tiene que ver con mi propia historia y el resto es ficción. Me presenté al concurso con ese tema. Pasó el tiempo y no recordaba que lo había enviado. Tampoco tenía muchas expectativas, sólo que alguien leyera lo que había escrito. El concurso era abierto y se habían presentado mas de doscientas personas con sus temas. Incluidas algunas de España, Panamá y otros lugares. Mi sorpresa fue muy grande cuando me enteré que había ganado el primer premio. La devolución del jurado fue muy cálida y me comprometió a continuar escribiendo. Eso me llevó a inscribirme por primera vez en un taller literario de manera virtual para adquirir herramientas que me permitan hacerlo con mayor solvencia. Estoy muy feliz con ello porque el taller es de escritura creativa y me permite recrear lo que quiero, sin encorsetarme en algo fijo. Seguro que con el paso del tiempo iré encontrando mi estilo, como pasó con la música.

Así, poco a poco, comenzamos a transitar el 2022. Con ilusiones, con nuevos proyectos, con nuevos desafíos. Esperando siempre que sea mejor que el que se fue. Al final, no importa si es mejor o peor que el anterior. Lo que importa realmente es el camino. El que «se hace al andar», con la certeza de que es un milagro abrir los ojos cada mañana.

 

 

2019

¡Por qué Discépolo!

A veces cuando quiero escribir algo, reviso mi cabeza y encuentro una claridad desordenada. Y esto tiene que ver con una idea que quiero expresar y se agolpan los hechos en mi mente porque todos tienen sentido de pertenencia. Entonces, deseo contar de mi último disco y me doy cuenta de que tiene una gran relación con el anterior, y que ambos tienen una motivación importante. Y comienzo a ir para atrás y todo tiene que ver con mi incursión en la música.

A la edad de 12 años yo quería estudiar piano. Mi padre no podía comprarme un piano y me compró una guitarra. Me puso para la época el mejor profesor de guitarra que había en Córdoba.

Aprendí a leer música. Al poco tiempo tocaba varios temas. Entre ellos, «Desde el Alma» y «La Cumparcita». Mi padre amaba la música y en casa había colecciones de todos los géneros.

Época de Los Chalchaleros y Los Fronterizos. Yo quería cantar. Este profe, como era paraguayo, lo único que me enseñó a cantar, fue «Noches de Paraguay». Es por eso que me acerqué a los pibes del barrio para que me enseñaran a acompañar con la guitarra. Cuando esto sucedió, abandone la música y sólo cantaba rascando la viola.

Con el tiempo me arrepentí de ello. No de cantar: de no haber continuado con la música.

Por esos años, se realiza en Córdoba un casting buscando voces. Lo organizan  Radio Splendid y  Naranja Crush. Se hacía en el Auditorium de La Sociedad Española de Socorros Mutuos. Y hacia allí me dirigí. Nunca había subido a un escenario tan grande. Cante «La Pobrecita», zamba de Yupanqui. Cuando finalicé, uno de los organizadores ayudándome a bajar me dijo: «Gracias, cualquier cosa te avisamos».

Para ese momento, ya estaba de novia y muy enamorada del que fue el padre de mis hijos.

A los treinta días, me llega una carta de la radio, diciendo que había sido seleccionada. Solicitaban  que me presentase. Mi novio se opuso diciendo: ¡No! Vos tenés que ser concertista, no cantante de peña. Insistí pero sin éxito.

Me resistí a continuar con la música y muy jovencita ya estaba casada. Me dediqué a tener hijos y cantaba sólo en la ducha o en algún evento familiar.

Época de bohemia militante, donde soñábamos, luchábamos y moríamos por la utopía de modificar todo lo que veíamos mal. Donde fui protagonista de la historia de este país, y no simple expectadora.

Así fue que los niños fueron creciendo y uno a uno fueron haciendo sus vidas. Entonces me pregunté: ¿Qué puedo hacer por mí? ¿Qué es lo que más me gusta? La repuesta fue inmediata: cantar. Y allí comienza otra historia.

Primero  un profesor, luego otro y otro. Cada vez que sentía un techo, que ya no tenía nada por aprender allí, buscaba otro. Cada uno me daba lo suyo. Fueron los mejores. Cada uno me transmitió lo mejor de sí. Juan Luis Marcatini, Norma Risso, Cacho Jaime y en el Tango, género que me apasionó, Pedro Martos como repertorista y Marcelo Santos reafirmando mi estilo.

Fue así que fui conociendo diversos cantantes y compositores del género. Y me apasionó la historia de Enrique Santos Discépolo. A medida que lo conocía fue creciendo mi admiración por él, no sólo por los temas que reflejaban fielmente el momento en que eran escritos sino también por su compromiso social que siempre fue más allá de sus propios intereses.

Decidí entonces grabar en su homenaje un disco con 12 temas de su autoría. Pensé y seleccioné 10 tangos, un vals y al buscar una milonga, sólo encuentro una cuyo título es «Cuatro corazones». No la conocía y tampoco encontraba la partitura. Me pregunté quién la habría grabado. No existía tal grabación. Consulté en Sadaic Córdoba, me dijeron: si está, debe estar en Buenos Aires. Y hacia allí orienté mi búsqueda. Me atendió una gentil y excelente bibliotecaria que rápidamente me dijo: aquí no está pero yo le voy a averiguar a dónde puede conseguirla. Al otro día recibo un email donde me informa que esa milonga fue escrita por Discépolo para una película del mismo nombre. Por lo tanto estaba en la Warner.  Yo lo veía cada vez más difícil, pero la Warner me entregó inmediatamente una copia de la partitura original.

Allí comenzó la historia de «Cuatro Corazones». Un disco hecho con mucha dedicación, con mucho esfuerzo, con muchos tropiezos y que finalmente vio la luz. Fue presentado en el Teatro Real el 25 de Julio del año 2013.

Continúe leyendo y enamorándome cada día más de las letras de este compositor increíble. Es así que decido grabar nuevamente otro disco con temas de Discépolo. Pero como hay temas que ameritaban una mejor versión según mi criterio, reversioné tres temas del disco anterior. Este trabajo fue presentado el 2 de Septiembre de 2017 con el nombre de «La Biblia y el Calefón». Incluí una zamba, ya que Discépolo había escrito un par, quizás para que toda su obra no quedará limitada a la música ciudadana. Esta zamba es «Noche de abril.»

Tanto esta zamba, como la reversión de «Cuatro Corazones», la hacemos a dúo con Marcelo Santos, quien fue también productor del disco.

Para finalizar esta breve síntesis, diré que el tango me ha llevado por diversos rincones del mundo donde he podido expresarlo, como siempre, desde lo más profundo de mi alma.

Humildemente continuó trabajando y mi meta es grabar toda la obra de Discépolo, un total de 42 composiciones.

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