• Ignacio Roulet

Ignacio Roulet

2018

Al 2018 lo consagramos a trazar alteraciones, líneas de fuga, fallas en las realidades y en el territorio de lo idéntico; a disputar radicalmente el orden de las cosas, los lugares asignados a tales o cuales personas.

Es una urgencia y seguiremos insistiendo; siempre partiendo de la escucha como dimensión política, asumiendo el gesto chamánico-brujeril de una intensa atención al venir a la presencia de los entes, con la vulnerabilidad y fragilidad que eso implica. Porque no es que otro mundo sea posible, hay ya una infinidad de mundos ahí, existentes; sólo se trata de «darles» espacio -en todo sentido- y dejar que duren. Eso es una certeza. Pero ante el ataque hacia toda forma de singularidad, cuando el poder establece en tiempo real su propia legitimidad, cuando su violencia deviene preventiva y su derecho es un “derecho de injerencia”, entonces ya no sirve de nada tener razón. Tener razón contra él. Hay que ser más fuerte, o tener más astucia. Dar cuenta de que el capital opera por captura mágica y prepararse para rivalizar con el capitalismo en el terreno de la Magia. Arrogarse otra forma de violencia (reparadora, redentora, mesiánica). Reconocer que hay una opacidad inherente al contacto de los cuerpos; y que no es compatible con el reino imperial de una luz que ya no ilumina las cosas más que para desintegrarlas. Una opacidad que requiere que nos dotemos de los medios para extenderla, protegerla y protegernos, cuidarnos.

Como dice la sorgina amiga Johanna Hedva: solía pensar que el gesto más anticapitalista que quedaba tenía que ver con el amor y el deseo, especialmente la poesía amorosa. Tenía la idea de que escribir un poema de amor y dárselo a la persona que deseabas era la resistencia más radical. Pero ahora siento que me equivocaba. La manifestación más anticapitalista es cuidarse y cuidar a otra persona. La práctica históricamente feminizada, y por lo tanto invisible, de la enfermería, la crianza, el cuidado. Tomarse en serio la vulnerabilidad, la fragilidad y la precariedad, y apoyarla, honrarla, empoderarla. Protegernos mutuamente, promulgar y practicar comunidad. Una empatía radical, una socialidad interdependiente. Una política del cuidado.

¡Agur!

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