• Agustín Druetta

Agustín Druetta

2019

Escribo desde una terraza en Palma de Mallorca, una isla hermosa en el centro del Mar Mediterráneo. Hace un día frío pero aún gobierna el sol tibio del otoño. Es una tarde soñada y de fondo suena un flamenquito catalán que viene de dios sabe dónde. Desde aquí se ven mil tejas rojas sobre mil techos de mil casas con mil años cada una. Yo me estoy tomando unos mates con yerba uruguaya que me costó una fortuna. Aquí se consigue Taragüí, Pajarito o Canarias. El mate es un antídoto para la nostalgia, una cosita sagrada en nuestras vidas que se vuelven cada día más profanas, más digitales, uno de los poquitos rituales que nos quedan.

En Mallorca actúo casi todos los días. A veces toco mis canciones, digo mi nombre y vendo mis discos. Otras veces toco versiones de clásicos y viejitos latinoamericanos: el Chan chan, la Guantanamera, Mama África, etc. Se arma una linda parranda. Esas veces no digo nada, toco y me voy. Aquí he cumplido un viejo anhelo: vivo de la música.

Miro el 2019 y encuentro un año fundamental en mi vida. Empezó como debe ser: de carpa, en un refugio de montaña cerca del Bolsón. El retiro en la naturaleza me provee de una energía primaria con la que luego puedo resistir casi cualquier cosa. No se trata solamente de ir. Es importante subir la montaña, hacer el sacrificio como lo hacen los devotos cuando suben por el camino del vía crucis cargando rocas tan pesadas como sus pecados cometidos. Cuando subo la montaña, paso a paso voy dejando caer todos mis pesos. Al respirar el aire de la Patagonia se desenredan mis asuntos y el verde me limpia de todo aquello innecesario. Arriba, en la cumbre, siempre están Don Juan y Castaneda, Herman Hesse y Milan Kundera conversando, sentados sobre una piedra. Arriba está mi voz, la guitarra y la próxima canción; el Flaco, los hongos y el Chi Kung. Arriba están mis queridos muertos juntando leña para el fuego y esperando mi llegada. La rata Juan, el Fidel, mi abuelo y aquel pibe que iba siempre a ver los Ole Blando. Arriba está dios, ese concepto infinito. Entonces cuando bajo, después de unos días, me siento un hombre nuevo.

Este año la música también mostró su flor. Con mi amigo Greco del Sur armamos los «Compañeros de Farra» y salimos a tocar por las ciudades vecinas. Del Greco aprendí la vida rumbera y a vincularme mejor con el público. Con el público se puede hacer el amor o la guerra y hay que saber disfrutar de ambas situaciones. Aprendí que el artista es una especie de mago sin varita que debe alzar sus brazos y manejar la energía del lugar tirando rayos musicales. Eso, claro, no lo daban en el conservatorio.

Trabajé mucho en mi proyecto solista. Compuse nuevas canciones y empecé un viaje por el camino de la música digital. No seré Dj, lo tengo claro, pero mis próximos discos sonarán diferente. Difundí «La Mala Palabra», el disco que publiqué en 2018 e hice varios shows con «Los Biorsis». A ellos les debo un capítulo aparte porque son los seis músicos que me acompañaron incondicionalmente. El Pelado Lasa, gran cantante y compositor salteño; Sofi Bonessi y Mati Molina que están conmigo desde los tiempos de Ole Blando, el Pollo Luc, un artistazo como todos los de su genética; y un power trío explosivo integrado por Nico Almada, Juan Cosanelli y el Yuyo (la misma banda de Los Fulanos con Greco del Sur a la cabeza). Con ellos actuamos en la reapertura de La Piojera, en la Cárcel de Villa María, en La Parisina y en el Centro Cultural España Córdoba.

Mi casa fue Barrio Alberdi. No sólo por el sucuchito que alquilaba en Espora y Azpeitía, sino también porque pude involucrarme en actividades barriales y descubrir un mundo de gente buena y con ganas de hacer. Siempre me gustó estar donde se escriben las pequeñas páginas de la historia local. Es por eso que disfruté del escenario que inauguramos en la feria del Pasaje Aguaducho y que mantuvimos todos los domingos hasta el día de hoy; del colectivo de músicos Los de Alberdi que fundamos a principio de año; del taller de música en el Centro Vecinal; de las reuniones con la muni y los vecinos para la reapertura del Centro Cultural La Piojera; de la alegría que es pasar por la Colón y verla abierta; de las guitarreadas en la plaza de los perros, como le decimos a la Cisneros, y de cada recuerdo bonito que me traen los barrios donde nací (Villa Páez) crecí (Los Plátanos) y viví (Alto Alberdi). Porque, como dice Divididos: “En el oeste está el agite”.

Durante los últimos tres años fui profesor de música en cárceles y reformatorios de la provincia de Córdoba. Gracias al programa Cultura en las Cárceles hicimos talleres en el Complejo Esperanza, la cárcel de San Francisco y la Penitenciaría de Villa María. Sabía que pronto me iría de Argentina y no quería dejar aquel trabajo sin, digamos, materializarse. Así surgió «Buscando un Camino», el disco que grabamos con los presos del EP5 y que llevó un poco de aire fresco allá por el valle de tras las rejas. Grabamos ocho canciones: dos composiciones originales de los internos, tres canciones de la banda de cuarteto y tres covers de cumbia, folklore y rock nacional. Una ensalada de todos aquellos ritmos que suenan en las prisiones de Córdoba. De mi paso por las cárceles me queda la alegría de haber aprendido mucho más de lo que enseñé, y unos sueños recurrentes, que no son pesadillas ni mucho menos, sino situaciones cotidianas de las que yo también estoy preso.

Ha sido un año difícil para mucha gente en Latinoamérica. A muchas personas les faltó un plato de comida sobre la mesa. Hemos visto violencia institucional, derechos vulnerados y conquistas arrebatadas. No voy a hablar hoy de la inmensa tristeza que me provocó todo eso, simplemente quisiera compartir la esperanza y el deseo de que las cosas irán a mejor.

Quiero cerrar esta página saludando a la gente que hace. Vivimos en una sociedad muy preocupada del qué dirán y formamos parte de ella. Yo creo que la gente vale por lo que hace, y poco me importa lo que diga (porque a veces decimos muchas boludeces). Lo cierto es que en estos tiempos de crisis he visto alguna gente haciendo, y los he admirado. La lucha de las mujeres, por ejemplo; los productores culturales; los vecinos que se ponen el barrio al hombro; los que creen en una causa y la militan; los funcionarios públicos que entienden su rol; los que salen todos los días a jugársela para llevar la comida a la casa. En ese sentido quiero saludar a la gente de Redacción 351 que está por cumplir una década regando la cultura de Córdoba. Son aquellas personas incansables hacedoras, como decía Bertol Bretch, las personas realmente imprescindibles.

Saludos y buen comienzo de año para todes.

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