Priscila Ceballos

Priscila Ceballos

2018

Hace un año podría decirse que estaba en la cima de la felicidad. Ignorando que pronto estaría en el fondo de la tristeza.

Hace un año la vida me quitaba elementos que eran mí oxígeno, ignorando que pronto aprendería a respirar por mi misma.

2018. Yo lo titularía como un gran proceso. Proceso que llegó a ser progreso. Pronto aparecería en mi vida el desafío y el placer de ponerme en los zapatos, la ropa, la mente y el alma de dramaturga. Verán, para el cuarto año de la licenciatura en teatro de la UNC el trabajo final de una de las materias llamada «Producción» es justamente producir una obra teatral con todo, insisto, todo lo que eso implica. Dentro del grupo yo fui por este rol porque siempre me sentí conforme y contenta con las historias que creaba en mi mente, con los poemas que brotaban de mi mano sin mucho esfuerzo. Pensé: «es mi oportunidad de ver si sirvo para esto».

Teníamos mucho trabajo por delante y tan sólo seis meses para el estreno de una obra que aún no existía. Qué terror me invadió por momentos. Qué miedo. «¿Quien me manda?», pensaba.

El elenco que se forjó recibió el nombre de «Nosotros ¿Quiénes?» La dramaturgia llegó a buen puerto. No podría llevarme todo el crédito, la verdad es que cuando me anulaba y bloqueaba, de todos y cada uno recibía una mano, una salida. Complicado, complicadísimo. Sin embargo, me enamoré del proceso, me enamoré del resultado.

«Lucrecia: Tal vez hoy no sea un buen día para ir a París» se estrenó el 4 de diciembre. Y fue tan mágico como pudo serlo. También de tanta tristeza que habité por los primeros meses del 2018, de ella me agarré para volverme buena en algo. Las creaciones que surgen bajo los efectos de la tristeza, aunque sin necesidad de acostumbrarse a eso, podría decir que son maravillosas. Me anoté en clases de Street Jazz. Disfrutaba cada segundo. Me filmaba, no podía creer lo que era capaz. Y eso que quizás para otros ojos mi baile no era nada deslumbrante. Pero para mí, era poderoso.

En julio aparece un casting y fui elegida para formar parte de la obra hoy llamada «Convivientes: la gota que colmó». Una adaptación de una obra llamada «Las mil y una goteras». Esta obra tiene una historia hermosa por detrás. Ojalá algún día tenga la oportunidad de compartirla con ustedes. Ahora no podría demorarme sólo en eso.

En octubre claro, la facultad tenía su demanda. El profesor Cipriano Argüello Pitt y su cátedra Texto teatral llamaban a la presentación de los semi-montados. Otro gran logro a mi ver. Junto a un excelente compañero de escena y una ingeniosa directora, concretamos la adaptación de «Decadencia» de Steven Berkoff. Qué manera de reír. Qué divertido fue eso. En escena teníamos un gran sillón el cual nos dio muchos problemas de traslado durante el proceso de creación.

Ya llegaba fin de año, varios estrenos por delante, me llama una amiga que estaba en una obra que estrenaría en dos semanas. Necesitaban de urgencia una actriz que reemplace. Ahí fui yo. De esto rescato mucho el grupo en el cual me introduje. Agradezco esas espontaneidades de la vida que terminan en tierra fértil. Y la Sebastiana, esa sala de teatro macanuda donde junto a mis queridas compañeras de ensayo, de teatro, de la vida misma, pasamos incontables horas de darnos la cabeza contra la mesa, tantas horas con la mente en blanco, y sólo pocas pero riquísimas y deliciosas horas de revelaciones creativas.

Hace un año ni me imaginaba todo lo que se venía. Quizás como hoy mismo, que no sé qué deparaba el comienzo del 2019. Sí, estoy escribiendo mi propia obra, volverá «Lucrecia…» y «El último cierra la puerta». Volverá «Convivientes». Empecé clases de acrobacia en tela, y planeo volverme buena en eso.

En realidad sí sé qué quiero para este 2019. Tengo todo planeado. Pero vieron que a la vida eso le importa poco. Y aquí entre nosotros, menos mal que también pasa lo que no se planea.