Jorge Montenegro

Jorge Montenegro

2021

Foto: Pablo Núñez.

Hace pocos días Jean-Louis Trintignant cumplió 91 años.

Es un actor que me resulta inquietante y que a juicio mío resume en su extensa carrera lo que es el misterio de ese antiguo y extraordinario oficio.

Nunca he ido a ver una película porque él actuase en ella, como sí lo he hecho, por ejemplo, con varias en las que trabajara el enorme Marcello Mastroianni.

Y sin embargo hay una escena en una película de cuyo título no tengo ningún registro que me persigue y a la que yo persigo desde hace ya un buen tiempo, sin lograr hasta el momento ningún resultado positivo.

Creo que si yo muriese en este preciso instante y mi alma necesitara hacer una síntesis de todo el cine que he visto en mi vida, sin dudas esa sería la escena que me acompañaría en mi viaje de regreso a casa.

Lo único que sé es que a la película la vi en el Cine-Teatro Córdoba, en los buenos tiempos en que Juan Fragueiro manejaba con maestría la programación y también, con presencia seria pero gentil, la boletería, con la única colaboración de varios atados de cigarrillos negros.

A veces me pregunto por qué Salzano, que yo sepa, nunca escribió algunas de sus mejores líneas, sobre el Cine-Teatro Córdoba. Y sobre Juan Fragueiro.

Pero no quiero irme de lo que me preocupa en este momento.

Esa escena de las que les hablo es una maravilla. O a mí me pareció que lo era.

En esa escena que me persigue, Trintignant, en segundo plano, asoma su cabeza, enfundada en un gorro grueso de lana, que presumo de color gris, con su característica barba entrecana en el extremo inferior de su superficie, mientras va ascendiendo por una calle, tan empinada, como nos resultaban empinadas las escalinatas del Córdoba, después de haber visto desde las primeras butacas el programa completo, las dos películas seleccionadas para el fin de semana, desde el jueves y hasta el domingo.

En primer plano, caminando casi con desgano pero con cierto apuro, viene ella hacia nosotros, hacia la platea del CTC.

Ella es una actriz joven de la que el personaje que interpreta Trintignant, también presumo, está enamorado.

Ella se dirige hacia el Teatro. Ella tiene una función en la que debe que actuar por la noche.

Es invierno y hace bastante frío.

Eso se desprende del hecho de que cuando él logra alcanzar a la muchacha, según creo recordar, le dice algunas pocas palabras, que salen de su boca acompañadas por el típico vapor que se exhala cuando al aire libre dejamos salir algún pensamiento, en una tarde con temperaturas demasiado bajas.

Pero ni siquiera de ese diálogo estoy muy seguro.

La escena que me persigue desde hace años es la de Trintignant subiendo por aquella calle empinada queriendo alcanzar a la muchacha, con la cabeza cubierta con aquel gorro grueso de lana, que presumo gris, y con su barba entrecana, en el otro extremo de aquel mundo.

Visité completa la trilogía de Kieslowski con el propósito de certificar que no era en Rouge, Blanc, Blue, donde la había visto.

Además de encontrarme con ese monumento al arte cinematográfico que es la trilogía del director polaco, pude ver nuevamente la tremenda interpretación que el actor francés compone, para dar vida al enigmático juez que, con dudosos métodos, espía a sus vecinos.

Nada que hacer. Esa escena sigue siendo un misterio para mí.

Como el juez que interpreta Trintignant y que tanto inquieta a la joven y hermosa Valentine, en Rouge.

Un misterio para mí, como el mismísimo Jean-Louis Trintignant que acaba de cumplir 91 años.

Un misterio insondable, tan enigmático como el arte de dar vida a alguien que no somos nosotros mismos con nuestro propio cuerpo.