Flor Rubio

Flor Rubio

2021

Foto: Simón Garita Onandia.

Muy solos y no tanto

“Quienquiera sea usted…
yo he dependido siempre de la
bondad de los extraños.”
Tennessee Williams
“Un tranvía llamado deseo”.

El 2021 extendió un perpetuo que había tenido su comienzo en marzo del 2020. Claro, con algunas modificaciones propias de la rutina de la vida y el trabajo que intentaron retomar su antiguo curso. La suspensión interna del tiempo, sin embargo, permanecía en mi cuerpo y en mis sensaciones. La Nada se había vuelto carne viva. Me había poseído. Había entrado sin pedir permiso ni golpear. Ella, la Nada, no es tan peligrosa para mi organismo como lo es para las personas que me rodean buscando diálogo y reciprocidad. Pero aquí, la paradoja. El único momento en donde esa Nada se vincula y anima es en las charlas con extraños. Y esto le suele suceder en la plaza de su barrio. Así es que los dejo con la Nada para que les cuente algunas de sus historias:

La señora y el perro de la plaza

Camino con mi perra por la plaza hasta que me freno para sentarme en un banco. Al lado hay una mujer de unos 70 años dándole de comer a el Negro, el perro que vive en la plaza. El Negro es un perro grande, de cuerpo rectangular, cabeza redonda, patas cortas, ojos grandes amarillentos y de pelo negro (haciéndole honor a su nombre o su nombre haciéndole honor a su pelo, no sé). Dueño de toda la superficie de la plaza te mira fijo marcándote su territorio. La mayoría de las veces se lo ve dormido tomando sol, pero ese día estaba entusiasmado comiendo un guiso de lentejas preparado con mucho amor por la señora. Ella, que estaba sentada en un banco al lado mío, me dice:

-Hola, ¿qué tal?
-Hola, ¿cómo anda?- le pregunto yo.

Y ahí fue en donde se abrió el túnel del desahogo. Me contó que ella junto con otra mujer, desde hace por lo menos 5 años cuidan a el Negro, que se turnan para darle de comer.

-Para navidad lo tuve que llevar a mi casa- me dice-. Le tiene miedo a las bombas. La navidad pasada se perdió, lo encontró una chica cerca del Hospital Italiano y publicó su foto en el grupo de Facebook del barrio. Cuando me enteré ahí nomás lo fui a buscar y lo traje de vuelta a la plaza -silencio-. Yo tenía una perrita parecida a la tuya. Se murió. Hace un mes.
-¡Qué pena! ¿Se murió de viejita?
-No, no, le agarró una fiebre intestinal infecciosa incurable.

Silencio incómodo que fue interrumpido por el ladrido enojado de el Negro que pensó que mi perra se había tentado con su guiso de lentejas. Al instante se calmó y con la señora nos quedamos sin palabras unos minutos más mirando a los perros. Hasta que ella siguió…

-Tuve covid. La pasé muy mal. Estuve en terapia intensiva dos meses. Nadie me fue a visitar, no tengo hijos, ni amigos y mi marido se murió el año pasado. Ahora paso más tiempo con el Negro acá en la plaza.

Se escuchan unos ladridos y gritos de perros. Cuando me doy vuelta, entre la nube de tierra, reconozco a mi perra y veo a el Negro mordiéndole la oreja. La señora le grita: -¡Negro! ¡Dejala, soltala!

Salgo corriendo, los separo y agarro a mi perra en brazos. La señora nerviosa me pregunta si está bien, si el Negro la lastimó. Le digo que no, que sólo la asustó. Y me despido de ella, le digo que espero que ande bien y me fui caminando. Cuando llegué a la esquina de la plaza me di vuelta para ver si la veía. Y sí. Estaba ahí. Sentada en el banco y el Negro acostado al lado con la panza llena y tomando sol.

La Fati

Un martes al mediodía se me acerca una mujer en la plaza con dos perros. Me saluda. La veo con ganas de charlar. Me pregunta si tengo una perra sola. Le digo que sí. Y ella me cuenta que siempre tiene por lo menos dos.

Continúo con su historia… El 7 de septiembre murió la Fati, la perra, que justamente no duró hasta el 8 que era su cumpleaños. El último mes de vida la lloraron 30 días y 30 noches. Un mes completo. La perra empeoraba durante la noche porque los tumores que tenía le provocaban mucho dolor y el veterinario, como ellas no la querían sacrificar, les dijo:

-Bueno… entonces le van a dar un cóctel de clonazepam todas las noches.

Y es así que ellas, todas las noches, por 30 noches, le disolvían en agua dos pastillas de clona y la Fati no dejaba ni una gota. Milagrosamente, o en realidad, por el milagro del clona, la Fati dormía como un ángel y se levantaba bien. Con energía. Sin dolor. Después, a medida que pasaban las horas iba decayendo hasta que entrada la tarde se revolcaba en el piso de dolor. Y es en ese preciso momento donde venía el coctel de clona salvador que la traía de vuelta a la vida. Así estuvo un mes. 30 días la ataron a la vida hasta que el 7 de septiembre finalmente, con todas sus fuerzas, logra morir.

-Una pena- me dice ella -que no haya llegado hasta el 8 que era su cumpleaños. ¡Corrijo! ¡Corrijo! -me grita-. La Fati murió el 8 y su cumpleaños era el 9.

Ella, la mujer, cumplía años el 7 y su papá fallece el 10 de diciembre. 3 días después de la muerte de la Fati.

La mujer vive en un departamento con la madre en la calle 24 de septiembre y siempre tuvieron perros de a dos, nunca un perro solo.

El niño insistente

Una mañana salgo de mi casa para pasear a mi perra. Ella es muy amiga de el Nano, el perro de la Sonia, mi vecina. Ese día, como de costumbre, el Nano estaba tomando sol en la esquina del almacén, así que me quedé un rato ahí parada mientras los perros jugaban. Aparece un nenito que había salido del quiosco de comprar una gaseosa y un alfajor. Empieza a jugar con los perros. Se ríe. Los quiere acariciar pero ellos no se dejan tocar mucho. Y entonces me pregunta:

-¿Cómo se llama el perrito?
-Nano- le digo.
-Ah… ¿y la perrita?
-Rula.
-Ah…

El nenito se seguía acercando a los perros, insistía con tocarlos. Yo los miraba jugar. El niño me mira otra vez y vuelve a preguntar:

-¿Cómo se llama el perrito?
-Nano.
-¿Y la perrita?
-Rula.
-Ah… Qué lindos que son.
-Sí -le digo- son amigos del barrio, les gusta jugar cada vez que se ven.
-Qué lindos son -me dice y sigue -¿cómo se llama la perrita?
-Rula.
-¿Y el perrito?
-Nano.

A la sexta vez que le respondí los nombres de los perros le dije que me tenía que ir. Empecé a caminar para el lado de la plaza. Llegando a mitad de cuadra veo que el nenito había decidido hacer el mismo camino que estaba haciendo con Rula. Llego a la esquina y antes de cruzar me doy vuelta y lo veo saludándome con una mano en alto. Lo saludo también. Llego a la plaza, suelto a Rula para que camine tranquila oliendo todo lo que le interese a su gusto y tiempo. Camino un poco, me doy vuelta y ya no lo veo. Pienso, bueno se debió haber ido. Minutos después escucho un grito:

-¡Chica! ¡Hola chica!
-¡Hola! -le digo.
-¿Cómo me habías dicho que se llamaba la perrita?
-Rula.
-¿Y el perrito que estaba allá?
-Nano.
-Ah… -me dice y sigue caminando.

Lo veo cruzar en diagonal la plaza y desde la mitad lo escucho decir:

-¡Ey chica! ¿Cómo se llama la perrita?
-¡Rulaaaaaaaaa! -le grito.

Me levanta la mano. Lo saludo. Y lo veo desaparecer.