Daniela Desprat

Daniela Desprat

2020

El año 2020 nos dejó con preguntas y mucha incertidumbre.

En el detenimiento de la pandemia releí un cuento hermoso: «Amigos por el Viento» de Liliana Bodoc. El cuento empieza de un modo que siempre me emociona:

«A veces, la vida se comporta como un viento: desordena y arrasa. Algo susurra pero no se le entiende. A su paso todo peligra; hasta lo que tiene raíces. Los edificios, por ejemplo. O las costumbres cotidianas.

Cuando la vida se comporta de ese modo, se nos ensucian los ojos con los que vemos. Es decir, los verdaderos ojos. A nuestro lado, pasan papeles escritos con una letra que creemos reconocer. El cielo se mueve mas rápido que las horas. Y lo peor es que nadie sabe si alguna vez regresará la calma…»

¿A quién no hizo temblar el viento del 2020?… Como a muchas personas, a mí me puso de frente a la muerte. No a la mía, pero sí a la de quien más me ha cuidado.

Nunca estamos preparados para enfrentarla. Nunca. Las brisas cotidianas nos hacen transitar pequeñas, insignificantes muertes, las diarias, como para amigarnos, sin mucho éxito, con la idea… Algo termina, algo empieza, a cada rato. Siempre hay un punto de inicio y un punto final, como en el Corán. Los segundos, los minutos, las horas, el día, la noche, las semanas, las estaciones, los años y las lunas… Sería interminable la lista.

De hecho, el día en que empecé a bosquejar este anuario fue un 21 de junio, justo cuando empezó el invierno, obviamente porque terminó el otoño. Ese día, la vida sopló como un fuerte viento helado. Sentí un frío desgarrador, me llevó por asociaciones tan libres que parecían rotas… Y se mezcló el Inti Raimi, el solsticio de invierno, la noche más larga y el día más corto, la quietud, el silencio, los rituales, los ciclos y más… Todo en conexión con una ceremonia ancestral que nos recuerda que, luego de esa noche larga, el Sol renace para dar inicio a un nuevo ciclo, el «tiempo circular inca»… Y la idea de que si termina algo, algo se puede ordenar o puede reordenarse todo… Vienen las preguntas… ¿Por qué? ¿Qué  falta? ¿Qué sobra? ¿Qué sigue? ¿Qué más?

Con las preguntas haciendo ruido y la muerte ahí, como un viento, me faltaba la música: viento y vientre sonoro que todo lo armoniza.

Y así fluyó un recuerdo: en Espacio 75, el último día de noviembre del 2019, (cuando no imaginábamos esta pandemia o la creíamos muy lejana) en el ciclo Astral Música a Ciegas, (vale la asociación que muy cerquita de navidad, es decir del solsticio de verano) sucedió algo único. La Banda del Desierto presentó su primer disco «Ceremonia», tocado íntegramente en vivo y a ciegas, es decir en la oscuridad total, con magia luminosa que nos regalaron José Pachas, Nacho González, León Rodríguez, Lucas Lacolla, Cinthya Oviedo, Seba Sayt, Agus Carnelutto y Lucas Acuña.

Esa noche, la oscuridad le dio lugar a la luz del arte y un ritual sin palabras en el que la música instrumental, con sonoridades cercanas y lejanas, hizo relativo el tiempo y el espacio.

La historia de la eternidad infinita estuvo presente en cada acción y evocación. En ese tiempo circular, el eterno retorno nos miente que nos repetimos siendo los mismos. Claro que no. Luego de cada muerte, pequeña y sutil o inmensa y dolorosa, no es posible ser sin transformarnos, parados, reparados y paridos para volver a empezar.

Con ese disco atravesamos con mi Tita querida una ceremonia que sabíamos que llegaba y no sabíamos cómo sería…

Ella tenía muchos rituales y ceremonias: para comer,  para vestirse, para salir. Era detallista y meticulosa.

Y de nuevo la asociación libre… Pienso: cada vez que una banda se sube a un escenario están presentes los rituales, los cuidados, las sutilezas y la confección con lo que empieza y termina, con lo que vuelve a empezar y con el silencio del fin.

Si no estuvieron en la presentación de «Ceremonia», primer disco de La Banda del Desierto, escuchen esa obra con los ojos cerrados. Y antes miren la imagen de la tapa, como quien ve un boleto intergaláctico.

Buen viaje y que el viento nos desordene para ser otros.

 

2018

Más humana humanidad, por favor.

¿Viste cuando cerrás los ojos para pensar los deseos el día de tu cumpleaños? Deseos que ya venís pensado, pero en ese momento (que pasa volando y donde estás sólo con vos frente a la velita encendida) los tenés que enumerar rápido, la canción de feliz cumpleaños termina y tenés que soplar para darle cierre al ritual.

Así me pasó el año; como cuando soplás y recibís abrazos de la gente que te cantó el deseo de feliz cumple. Así. Y así nomás me sale este recuerdo-deseo (que tiene felizmente de las dos cosas) que envuelve el 2018 e impulsa el 2019 en ese capricho que tenemos los humanos de marcar comienzos y finales…

Recuerdo los abrazos que recibí y di (o los que di y recibí) en los encuentros diversos: en los conciertos, en las reuniones programadas y en las espontáneas, en  las visitas, en mi casa, en el consultorio, en la calle, en la radio, en  un bar, en los cumpleaños, donde sea… Porque pienso en los abrazos de verdad, los esperanzadores, generadores de un necesario bienestar, que ojalá haya sido recíproco.

¿También les pasa que los abrazos pasan volando? Son un ratito, capaz poquitos segundos en silencio (a lo mejor a las apuradas o con pudor)  sintiendo el calorcito de otro humano.

Ahora que voy pensando… Parece que los momentos de comunión con otros humanos se pasan volando, ¿no?

La canción que más nos gusta del disco nuevo de alguien, el concierto que estuvimos esperando, la comida que preparamos con amor para compartir,  (y en este orden de cosas, los programas de radio que armamos con Arietti y el Rodri), el libro que nos enganchó, la foto, la pintura o la película que queremos ver de nuevo, la obra de teatro o danza que nos dejó pensando y que recomendamos así después charlamos, las charlas… Esos momentos veloces y a la vez infinitos donde el arte en cualquiera de sus formas nos atraviesa y lo podemos compartir, en esa intimidad emocional con otro humano  que cuesta poner en palabras.

Bueno,  todo eso que pasa rápido, de lo que que pudimos ser partícipes activos en el año que pasó,  aquello que nos conecta con la humanidad en nosotros, humanos con capacidades creativas, quisiera que podamos replicar y acrecentar.

¡Más humana humanidad, por favor!

Ojalá. Yo creo que sí.

Daniela Desprat – Psicóloga