• Fernando Rivarola

Fernando Rivarola

2020

«Yendo de la cama al living» puede ser la oración que mejor resume el 2020. Allá afuera, un virus que se expande con mayor voracidad que la codicia que nos caracteriza como especie humana. Adentro, un aislamiento social preventivo y obligatorio que, en mi caso, vino a cachetear todas las certezas en las que alguna vez creí.

Me gustaría reformular: «Yendo de la cama al piano». Mi año tuvo que ver, fundamentalmente, con ese movimiento. Y el piano me abrazó, no sólo para apaciguar el monótono paso de los días, sino también para vehiculizar todos mis sentires. Para acoplarme al fundente de la energía que fluye desde mi cerebro, pasa por mi alma y se escapa por mis dedos.

Desde lo personal, fue un ansiado reencuentro con el instrumento. La posibilidad de gestar nuevas lógicas de composición y, por lo tanto, probar nuevos condimentos en la alacena de mi cocina creativa.

Celebro mi transformación y trabajo profundamente en estar atento durante el camino hacia este horizonte al que me nace ir.

Pero previo a estas nuevas búsquedas quiero mencionar un acontecimiento importante del 2020: el lanzamiento de «Mayéutica», mi segundo disco.

La mayéutica es un término de la filosofía socrática que consiste, a través de un diálogo metódico, en la búsqueda de una verdad que pueda ser vislumbrada teniendo como base la interpelación de uno mismo. Durante la escucha del disco, las letras abrazan cualidades muy personales en mi forma de comprender la vida, los vínculos afectivos, el amor y la existencia. Fue grabado entre abril y noviembre de 2019 pero recién salió en abril de este año.

Mayéutica fue una forma de despedirme de una etapa. Canciones en las que ya no me encuentro. Una autorreferencialidad de la que me despido.

El año se me va con el misterio del lugar musical al cual me dirijo.

 

2018

Fue un año de nuevas búsquedas para mí, en muchísimos aspectos de mi vida.

En lo que respecta al ambiente musical, fue muy enriquecedor codearme con nuevas personas que supieron brindarme sus críticas constructivas, sus perspectivas y sus conocimientos. Fue un año muy «power», donde me vi haciendo rock progresivo con la banda «Dinosaurio», la cual tiene un enfoque más metalero que lo que ya venía haciendo.

En cuanto a Droli Rope, mi otro proyecto, estuvo detenido durante gran parte del año pero tuvo lo que yo titulé una «despedida fértil», ya que en diciembre grabamos y filmamos un tema en vivo, llamado «Uvita». La fertilidad tiene que ver con que el terreno se encuentra sumamente propicio para encarar nuevas ideas en el 2019, grabando el resto del nuevo repertorio.

En lo personal, el 2018 fue un año en el que me acerqué profundamente a otro instrumento: la guitarra acústica. Lo celebro. Me encuentro con ella y estoy muy satisfecho de lo que he compuesto, además de que se transformó en mi fiel compañera ya que gran parte de las presentaciones solistas fui guitarrista más que pianista.

Brindo por un 2019 con más músicas, más personas que se acerquen a mi carrera y también que los círculos musicales cordobeses adquieran más legitimidad en lo que respecta a que somos trabajadores formales como en cualquier otro rubro, lo que implica un reconocimiento legal aún más contundente para hacer valer nuestros derechos.

 

2017

Fue un año de apertura, no sólo en lo musical propiamente dicho sino también en lo vinculado al otro mundo de la música: las personas detrás de sus instrumentos.

Rescato principalmente eso: los nuevos amigos que la música hizo llegar a mí, que empezamos compartiendo fechas en algunos lugares como totales desconocidos, hasta admirarnos mutuamente por la sonoridad y el toque de cada uno, cobrando un sentido sumamente relevante la humildad por sobre todo.

 

2015

El año 2015 fue como un río. No un río de llanura, más bien un río que danza entre las rocas de las montañas. Tuvo sus rápidos, sus instantes en que no supe bien si me sentía estable en mi pequeña barca, que estaba creada de miles de sensaciones que a veces iban con la corriente, a veces chocaban contra ella, a veces chocaban contra mí.

La música nunca dejó de sonar a lo largo de todo mi viaje. Sonó entre la gente de los pueblos a los que el río me llevaba, sonó en las lluvias, en la madera de mi barca, en el nadar de las criaturas que bajaban conmigo por la pendiente de la montaña. La omnipresencia de sonidos me hizo comprender que hay tanta gente que se alimenta de la música para conservar su vitalidad, para hacerla eterna, para inmortalizarse en las notas. Quizás una de las paradas a las que me llevó el río fue esta ciudad, Córdoba. Tuve el placer de compartir escenarios con personas muy experimentadas, con barcas grandes y fuertes. Tuve el placer también de compartir escenarios con náufragos, gente a la deriva que sin embargo también se prendían de la gran música, como si esta fuera un enorme óvulo que cobija miles de espermatozoides que sólo buscan vida. Córdoba es una ciudad donde la música, la cultura, el arte, crecen y se manifiestan de todas sus maneras. Donde los habitantes asisten ansiosos a eventos que saben que son increíbles porque los músicos van a hacer lo que más aman, y lo hacen realmente muy bien.

En Córdoba hay talento, hay habilidades increíbles, hay personajes excepcionales. La música es eso que uno aporta al mundo sin quitarle nada.

Desde lo personal, hubo un período en que el río me llevó por aguas desconocidas, en las que tuve que perderme para luego poder encontrarme. Esa eterna «búsqueda» que tiene un artista. Me descubrí, me dejé nutrir por allegados que me hicieron visualizar la materia sonora desde muchos ángulos. Crecí porque aprendí. Porque tuve mucho miedo a lo desconocido y lo fui domesticando, racionando las provisiones en mi barca para poder sobrevivir, afrontando miedos e inquietudes. Creí en mi música, y como decía el gran Spinetta, a la hora de componer, de repente me sentí sólo un instrumento de paso entre la canción y la realidad.

Todas estas sensaciones encontradas son algo de lo cual estoy muy satisfecho, como un físico que encontró la fórmula para emplearla siempre que sea necesario, como un ave que construyó su nido. Como los cimientos de una enorme cabaña en un lugar cercano a un río. Ahora me dispongo a vivir en la cabaña, decorarla, amarla, convertirla en un hogar. Porque eso, al fin y al cabo, es la música. El hogar de millones de almas que navegan por ríos caudalosos, pero que algún día se encuentran con ellas mismas, y pueden anclar la barca para salir a descubrir la playa, luego la tierra, y quizás luego algún mar. Ese mar eterno donde se inmortalizan las creaciones de los artistas. Donde el viento se lleva las melodías y las acerca a algunos oídos, ansiosos por escuchar. No puedo saber qué tan cerca estoy de ese mar, pero sí puedo saber que salí del río, para aventurarme en la tierra. Ya puedo observar, con un mate en la mano, un amigo a mi lado, una guitarra a mi hombro y un piano en el jardín, que la cabaña va a quedar hermosa.

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