Juan Manuel Pairone

Juan Manuel Pairone

2021

Cuando supe que se acercaba el décimo aniversario de Redacción 351, lo primero que se me vino a la cabeza fue una coincidencia histórica.

En diciembre de 2021, Rayos Láser celebró los diez años de su primer disco, un trabajo que más allá de sus canciones renovó las esperanzas en la música independiente y emergente de Córdoba, que por entonces estaba lejos de contar con una escena tan orgánica como la de hoy. Para mí, y para muchas otras personas, ese disco representó un quiebre en nuestra historia particular y fue uno de los primeros pasos en la posterior consolidación de un semillero artístico como el que tenemos actualmente en el plano de la canción joven.

El sello Discos del Bosque nació casi en paralelo a ese lanzamiento y, junto a otras experiencias similares, también apostó a la creatividad y a la construcción colectiva. Hoy suena anacrónico, pero si en 2012 tenías una banda, formar un sello con otros artistas para experimentar el caos y la aventura era una gran forma de aprender sobre lo que pasaba en ese universo musical que parecía estar cambiando de pies a cabeza.

Una década más tarde, sabemos que algunas cosas se modificaron y otras siguen siendo de la misma manera. Como en todo, depende de dónde y cómo se lo mire. No obstante, quienes hemos vivido en primera persona parte de los sucesos musicales que han definido estos últimos años sabemos con seguridad que Redacción 351 ha estado ahí. Y no sólo eso. Como medio independiente y como gesta personal, se ha convertido en un aliado incansable de esa gran causa que puede definirse como “el devenir de la música de Córdoba”.

La tarea de archivo, difusión y divulgación que viene realizando la web desde sus inicios (con el “Cada día un disco” como segmento vertebral) habla por sí sola. Basta entrar allí para ver, inmediatamente, las últimas novedades publicadas por artistas cordobeses vinculadas a la música en las más diversas formas. Porque eso también es Redacción 351: una puerta abierta a lo desconocido, o a aquello que tenemos tan cerca que cuesta enfocar en detalle.

Este cierre de 2021 y comienzo de 2022 está nuevamente atravesado por la pandemia. La tercera ola, un nuevo pico de contagios y la sensación de que aquello que cambió el mundo en 2020 empieza a normalizarse cada vez más. Junto a esa sensación, la realidad de una escena musical inabarcable –diversa, riquísima, inflamable, en constante movimiento- es también otra característica con olor a certeza de la Córdoba que nos toca habitar hoy. Algo que también hemos naturalizado e incorporado como hábito.

Hace 10 años, un escenario en el que artistas locales produzcan y editen sus canciones regularmente resultaba difícil de proyectar e imaginar. Una locura, prácticamente. En la actualidad, si bien persisten problemas sistémicos y el Covid-19 ha ayudado a petrificar un siempre nutrido circuito de música en vivo, la única certeza que tenemos es que la música hecha en Córdoba seguirá apareciendo a montones, en oleadas semanales y siempre con alguna sorpresa inesperada.

Una vez más, Redacción 351 estará ahí para constatarlo y convertirlo en parte de la historia. Esa misma historia que ha ayudado a contar y registrar en esta última década, y que evidencia una militancia periodística y cultural movilizante como pocas.

 

2020

¿Qué decir de un 2020 tan lleno de incertidumbre? Esa es la pregunta que sugiere este anuario particular como ningún otro.

En lo personal creo que la suspensión en materia de shows quebró a un circuito musical que necesita manifestarse sobre distintos escenarios para fortalecerse y expandirse como un organismo vivo. El cierre de Belle Epoque, tras 11 años de actividad, resume perfectamente esta sensación de estar atravesando un antes y un después en varios sentidos. Con certeza, pasará mucho tiempo para que un espacio así vuelva a surgir y pueda impactar de lleno en el circuito musical local, hoy cada vez más atomizado en pequeños shows y pequeños formatos ajustados a las posibilidades de la vida en pandemia.

En paralelo, no obstante, no puedo dejar de pensar en eso otro que me viene a la cabeza si intento analizar el 2020 de la música de Córdoba: la música, las canciones, los discos. Un volumen inusitado de producción musical (se puede chequear este mismo sitio para dar cuenta de ello) explotó frente a nuestras narices y obligó a repensar un mapa artístico en el que evidentemente no faltan nuevos nombres y proyectos. El aislamiento y la cuarentena dinamitaron los conciertos como espacios de encuentro, pero la música se multiplicó en las plataformas digitales, con por lo menos unas 500 novedades lanzadas a lo largo del año.

Las razones de esta proliferación de música y proyectos nuevos no son pocas. Seguramente sea la expresión de una necesidad artística mezclada con un contexto histórico en el que los requerimientos técnicos para producir material propio son cada vez más asequibles. También, la retroalimentación de aquello que sucede en las redes: quien hace música y consume miles de canciones regularmente en su teléfono o computadora probablemente quiera, tarde o temprano, estar presente en Spotify, iTunes, Bandcamp o Soundcloud (según preferencias). Esa rueda se sigue alimentando año a año y, de hecho, artistas cordobeses empiezan a ser referentes de una nueva camada de cantautores locales.

Es lo que sucede con Rodrigo Molina y Bernardo Ferrón, de Telescopios, o Nahuel Barbero, de Hipnótica. Como productores, ellos tres han moldeado durante 2020 buena parte del sonido de artistas que se lanzaron con proyecto propio en el transcurso del año pasado. Mateo Morandin, Clara Agüero, David Fontana, MOY, Pinuer o Nano Mundano son algunos ejemplos concretos de ese trabajo cada vez más notable.           

Más allá de los nombres propios, el foco en estos y otros productores y artistas permite hacer palpable la existencia de una red de agentes interconectados que producen un volumen y una calidad de material a la altura de (sin exagerar) las grandes capitales musicales del hemisferio norte. El desarrollo diverso de proyectos de todo tipo y la disolución cada vez más progresiva de la frontera entre géneros y tradiciones son también otras de las características de un polo creativo que, a esta altura de los acontecimientos, ya se encuentra entre los más importantes de la región.

Particularmente –y para poner un ejemplo concreto-, el universo del hip hop muestra un crecimiento impactante, con un circuito específico de productores y raperos que se han volcado más y más a grabar sus propias canciones. Una vez más, la cantidad de material existente resulta por momentos inabarcable para quien intente ingresar en ese universo cada vez más nutrido y, también, heterogéneo.

En definitiva, creo que esto es apenas la punta del iceberg de algo que seguirá tomando forma en los próximos meses. Algo que, por supuesto, viene gestándose desde hace años. Pese a los pronósticos, 2020 nos sorprendió con un caudal de nueva información que llegó casi inesperadamente, pero llegó para dejar en claro que no hay una casualidad ni una coincidencia detrás de artistas como Zoe Gotusso, Santiago Celli, Salvapantallas, Rayos Láser, Hipnótica, Juan Ingaramo, Los Caligaris, Eruca Sativa o el propio Paulo Londra. Seguir desarrollando –e incentivando- ese caldo de cultivo que dio origen a esos y otros nombres propios de la música nacional debería ser una política cultural de Estado, tanto a nivel municipal como provincial. El capital artístico de la región así lo exige.

 

2019

2020 empieza como un año ambivalente. La realidad indica que cada vez más gente se acerca a ver shows de artistas surgidos en la última década y la agenda cordobesa se muestra tan nutrida como en años recientes.

Mucha de esa oferta, sin embargo, tiene que ver con proyectos desarrollados en otras plazas, con Buenos Aires como epicentro de una escena de rock y pop emergentes (con más de un condimento urbano) que ya tiene hasta etiqueta propia.

La última edición del festival La Nueva Generación muestra esa convivencia de variables. Con 30 mil personas en dos jornadas, el evento que bautiza a la última camada de la canción nacional fue todo un éxito en materia de convocatoria pero su programación solo incluyó apenas dos números locales debutantes: NAUEL y Juan López, los cuales lideran una camada de artistas que le hace frente a la multiplicada competencia y al estándar de calidad que se ha consolidado en los últimos años a partir de nombres como Hipnótica, Salvapantallas, Juan Ingaramo, Valdés, Telescopios o Candelaria Zamar, entre otres.

Esa situación, mezclada con la sensación de estancamiento que se percibe en la escena, convive con una realidad inobjetable respecto a la involución del circuito de música en vivo que acompañó el desarrollo reciente del pop local.

La nueva apuesta de Club Belle Époque por instalar un ciclo de conciertos en una sala que supo ser semillero nacional parece ir en contra de ese contexto que se cristalizó sobre todo en 2019, cuando buena cantidad de bandas perdieron terreno frente al impulso ganado por las fiestas y su mayor rentabilidad.

Chili y Favela, en Güemes, o el Centro Cultural Graciela Carena, en el centro, son también la muestra concreta del caudal creativo que reverbera en la ciudad. Sin embargo, con el Abasto olvidado y con la falta de salas pequeñas que puedan funcionar como caldos de cultivo de futuras escenas (o derivaciones de una anterior), el contexto se vuelve un obstáculo para proyectos como Federico, Rudy, Luqui, Rinco o Fly Fly Caroline, que -con distintos niveles de desarrollo- intentan generar atención en un medio atravesado por el recambio permanente de micro tendencias y figuras.

Estas líneas son apenas el comienzo de un análisis factible que permita visibilizar variables y factores que atentan contra el estancamiento de una comunidad musical en sentido amplio. Quizás no digan nada muy nuevo, pero sí buscan avanzar en la comprensión y en la posible transformación de un escenario tan confuso como cargado de expectativas.

Encontrar mayor fluidez en ese recambio necesario de referentes y propuestas innovadoras resulta fundamental para seguir pensando en una identidad construida y vivida desde lo colectivo.

 

2017

Dar vuelta la página

Fue un año ambiguo para la música emergente ligada al pop y al rock en Córdoba. En la temporada en la que «La Nueva Generación» dio el gran salto, tuvimos un festival que congregó miradas de todas partes del país pero, al mismo tiempo, costó encontrar opciones para pensar los lanzamientos más resonantes del año dentro del circuito local.

Hubo artistas que decidieron apostar a sus producciones propias en materia de shows (señal inconfundible de un ecosistema de trabajo en desarrollo), pero también muchos programadores debieron (debimos) recurrir a números «extranjeros» para mover un poco más el avispero de la demanda. Y por debajo de eso, varios proyectos nuevos que debieron convivir entre la expectativa hiperconectada y la realidad de varios años a esta parte: pocos espacios para mostrarse, agendas apretadísimas y una dinámica compleja a la hora de pensar el crecimiento paulatino de cualquier banda o solista con ambiciones de crecimiento.

Fenómenos como Perras on The Beach, Louta o Usted Señalemelo se hicieron fuertes en la ciudad y reunieron a un volumen de público que, efectivamente, existe, se interesa, quiere formar parte. Eso no significa que esté dispuesto a ir a ver artistas que no le ofrezcan algo que conmueva o interpele. En ese sentido, el festival de Discos del Bosque o las movidas de rock psicodélico lideradas por Hijo de la Tormenta fueron gratas excepciones. Sin embargo, ¿por qué cuesta tanto generar interés en 400 o 500 personas que en cualquier otro fin de semana dirán presente, sin dudarlo, ante la posibilidad de ver a números similares pero con otro peso simbólico?

Ahí radica, entonces, el desafío para lo que viene. Córdoba es una plaza clave para el crecimiento (cada vez más sostenido) de la escena emergente de un «nuevo rock nacional». El recambio generacional está sucediendo y el reconocimiento ya no es sólo artístico. Sin embargo, siento que la sensación que predomina es la de la incertidumbre. ¿Cómo se llega a más gente? ¿Cómo se incentiva a nuevos públicos? ¿Cómo se contagia esa adrenalina que se puede ver en otros espectáculos afines? ¿Sólo es posible el camino de Los Caligaris, que recién fueron reconocidos a nivel local luego de convertirse en un fenómeno continental?

Esas y otras preguntas son parte de una realidad entre muchas otras. Los artistas y los proyectos se multiplican. Quienes vienen trabajando hace algunas temporadas empiezan a pensar en nuevos desafíos y la tiranía del paso del tiempo aparece como un límite natural frente a cualquier expectativa inicial. Sigo pensando que no hay mejor forma de definir a este circuito que mediante el concepto de ecosistema. Artistas, medios, profesionales técnicos, productores y públicos son parte de una misma porción de “lo que sucede”, aunque las miradas sean diferentes, sectorizadas. Escuchar a esos otros, tratar de entender y no dejar de innovar en la búsqueda de ese intangible llamado «identificación» son más importantes que nunca en un contexto que tiene todo para seguir floreciendo. Córdoba está lista para dar vuelta la página. Nosotros, ¿estamos listos?

 

2016

Fue un año cargado de obstáculos y desafíos. En el mismo momento en el que la comunidad científica intenta defender derechos conquistados que pretenden ser arrebatados de un plumazo, no puedo dejar de pensar en la imagen de un remo, pesado y astilloso, pero que no deja de entrar y entrar en el agua para seguir avanzando. Hace un año vivimos en un país distinto, otro paradigma de valores se ha ido imponiendo en los últimos doce meses y la cultura no parece formar parte de ese plan maestro.

Córdoba, por supuesto, no ha sido la excepción a este nuevo cambio de época. Sin embargo, e incluso contra pronósticos propios cargados de pesimismo, las cosas no han dejado de suceder. Bandas nuevas que se multiplican, artistas que proponen con ambición y expectativas de crecimiento, programadores que apuestan aún pese a la merma en los consumos culturales, espacios que invierten en infraestructura. ¿Sigue siendo insuficiente? Quizás. Pero también sigue siendo necesario para no perder el envión alcanzado en los últimos años.

En Buenos Aires, en Rosario, en Mendoza, en Mar del Plata y también en otras ciudades, Córdoba ha sido destacada durante todo el año como la actual meca del pop y el rock argentino. No es poco para una urbe históricamente asociada a otras músicas, y es signo de que convivimos con una generación de artistas que busca superarse en cada nueva instancia. Quizás por el momento eso no signifique mucho en términos materiales (apenas algunos shows en grandes escenarios) pero es palpable la sensación de que están pasando cosas que nos ponen la piel de gallina. Por supuesto, hay quienes eligen pararse por fuera, y otros que no se sienten parte. Pero el hecho de que estemos discutiendo a la escena, que la pensemos, la critiquemos o la despreciemos, da cuenta de un espacio simbólico que se va moldeando cada vez más con perspectivas heterogéneas y puntos de vista que entran en pugna.

En este sentido creo que es fundamental recuperar la voz crítica de un pensamiento cultural que sea capaz de abordar la actividad musical como un espectro complejo de circuitos y escenas. No todos quieren lo mismo ni buscan de la misma manera. Y ahí es cuando el lugar de la crónica y el ensayo  se vuelven fundamentales. Poner en valor discos y artistas nuevos, pensar más allá de lo redituable en términos de redes sociales y, fundamentalmente, generar nuevos canales de circulación son algunas de las tareas urgentes. La comodidad de lo establecido atenta muchas veces contra esa motivación básica, por eso es necesario seguir repensando la actividad y no caer en un piloto automático que pretenda uniformar un mapa artístico ante todo variopinto. Música experimental, canción pop radial y raíces latinoamericanas son sólo algunas de las caras de un poliedro casi infinito, con reglas y valores que cambian cada dos cuadras y con expectativas diferentes por razones múltiples. Aportar a que eso siga sucediendo y que, al mismo tiempo, la convivencia sea cada vez más fructífera para todas las partes es, creo, una hermosa utopía, una por la que vale la pena el esfuerzo.

Los grandes polos musicales de Occidente (Nueva York, Londres, Berlín, Ciudad de México, Santiago de Chile e incluso Buenos Aires) deslumbran por su aleph de referencias y cruces estilísticos. Pensar que Córdoba también puede ser una de esa ciudades en las que la música define parte importante de la identidad cultural tiene que ser el salto definitivo para abandonar nuestra histórica dependencia con el afuera. Queda claro que el fervor y la creatividad no faltan. Es momento de generar nuevas instancias de cruces y diálogo, y también de apostar a un crecimiento del sector musical como un todo complejo, con sus contradicciones y su potencialidad como industria cultural de base local.

Juan Manuel PaironePeriodista – Gestor – Compilador de «Esto es una Escena».