Entrevista

«Silogringo» en escena

24-09-2016 / Agenda, Entrevistas, Teatro
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La obra escrita y dirigida por Fernando Zabala se presenta todos los viernes de septiembre a las 21.30 horas en Espacio Máscara. Compartimos una charla.


«Silogringo» en escena

Por | redaccion351@gmail.com

Aurelio y Adelaida viven en el campo desde toda una vida. Ante el anuncio de un robo tan improbable como inminente, se recluyen en un silo, armados hasta los dientes, a la espera de los ladrones. En el transcurso, los temores, imaginarios y terquedades del protagonista se dejarán ver ante la mirada de su esposa, más preocupada por cuestiones familiares impostergables.

Producida por el grupo independiente Teatro Teatro, Espacio Máscara pone en escena una obra más que interesante, protagonizada por su autor y director, Fernando Zabala, y por María Gabriela Garstein.

Luego de la primera función, encontramos estas palabras como impulsoras de una charla sobre las ideas que giran en torno a «Silogringo», sobre el teatro y los tiempos que corren.

Fernando Zabala – Sábado 3 de septiembre de 2016.

Terminamos de hacer el primer acopio y ya estamos queriendo hacer el segundo.Tuvimos algunos rindes por hectárea con un alto valor energético que por lo menos deja vislumbrar una cosecha mansa y tranquila.

Como regla general se indica que el mejor maíz para picado fino es el de alto rendimiento en grano, pero a veces, hay que dejarlo secar. A los ponchazos se pudre y encima después te larga olor. Siempre picar los lotes en materia seca y sobre todo con mucho cuidado para asegurar un silaje dinámico y de alta calidad.

Ya lo decía Lorastro, a pelar el pecho que las mejores cosechas se dan con tiempo y con lluvias venideras.

Hermosa función anoche de Silogringo en el Centro Cultural Espacio Máscara.

 

Charla con Fernando.

-La reseña de la obra es irresistible. ¿Cómo surge el argumento?

-Siempre digo que la pampa es el escenario ideal para que muchas cuestiones se esclarezcan y un buen observador las rescate, las relea y las haga trascender. Tal vez, fue esa misma obsesión lo que me llevó a escribir «Silogringo». Es inevitable, nací en una ciudad gringa y quizás haya sido toda esa mixtura agrícola la que me empujó a buscar las primeras imágenes en mi propio invernadero. Harto de viajar por la ruta 36, entre tantos silos aéreos al costado de la ruta, indefectiblemente me cayó la ficha. Ahí encontré el ámbito propicio y el semillero de donde saldría toda la obra. De a poco, empecé a trasladar todo ese acopio de imágenes a mi libretita. Allí terminé de solucionar varias cuestiones. Al margen de que los personajes son bien reconocibles de nuestra pampa gringa, el interior inefable de ese silo oscuro me sirvió para contar otras tantas metáforas en las que, tal vez, allí adentro, desfile un país en decadencia. La intolerancia, la necedad, el odio y un sinfín de canalladas, en las que la argentinidad se fue constituyendo con distintas crisis y en las que el país, como los personajes de mi obra, no pudieron escapar.

-Alguna vez, Cortázar propuso “la verosimilitud del absurdo” para elogiar escenas de una novela de Soriano. Parece inevitable extender esa idea a un gringo encerrado en un silo con una escopeta.

-Es verdad, es una situación un tanto desopilante y grotesca, pero verosímil. Lo interesante es que el teatro permite crear una realidad posible en donde a través de una o varias metáforas, podemos bucear en distintos mundos sin apegarnos a una realidad puramente costumbrista como la de la televisión. El teatro más realista tiene ese mismo problema, intenta imitar la metodología puramente verosímil, y por ende, queda acotado a ese mero naturalismo. El absurdo, por el contrario, escapa hacia adelante, crece y se desarrolla no tanto en la verosimilitud de sus hechos, sino más bien en la alegoría de lo que se cuenta. En «Silogringo» me permití trabajar con algo que me obsesiona desde hace mucho tiempo: la situación de los encerrados. Ahí encontré figuras simbólicas y muy teatrales. Los personajes están encerrados en un silo oscuro y sombrío, como en una madriguera, pero el peor encierro, sin lugar a dudas, es el que guardan y cobijan dentro de sí mismos. De esa situación-cerrojo, indudablemente, nadie se salva. En otra obra mía, llamada «Tanque Olímpico», ya trabajé lo absurdo ligado a lo reconocible y lo popular desde la historia de un canillita al que engañan para ganar una apuesta casi millonaria en un pueblito del sur de Córdoba. Sus detractores inventan un deporte que se llama tanque olímpico, que consiste en meterse en el interior del tanque de agua de la cooperativa y aguantar una hora sin respirar. Allí también jugué con lo disparatado que me permitió llegar a través del humor negro y la farsa grotesca a lo fatídico de la situación. Algo parecido ocurre con «Silogringo», el humor como trampolín para zambullir al espectador y poder meterlo de a poco en aguas más profundas.

-Una de las definiciones del teatro tiene que ver con organizar la mirada del otro. Entre las posibles entradas a la historia de «Silogringo», una involucra las propias miradas de los personajes sobre un mundo organizado desde afuera.

-Exactamente, esa mirada es la detonadora de toda la situación y por ende, del conflicto. El personaje de Aurelio cree firmemente en que vendrán ladrones rurales a robar su hacienda, lo oye en la radio y rápidamente actúa en consecuencia; se encierra con su mujer a esperar los cuatreros adentro del silo y armado hasta los dientes. El afuera está aludido casi todo el tiempo en la obra. Tanto Aurelio como Adelaida están pendientes de todo lo que pase en el exterior. Lo que los enfrenta decididamente es que una espera a su hija con un bebé en gestación, y el otro, el supuesto peligro inminente. Vivimos en un mundo mediatizado y a veces no nos damos cuenta de que inconscientemente nos imponen una manera de ver la realidad, lo que no significa que sea la realidad en sí misma. Es una realidad relatada, una realidad creada, por lo tanto, tendenciosa. Ese mundo peligrosamente mediatizado, ha ocasionado que la gente en pueblos pequeños,  por ejemplo, se encierren con rejas en sus casas, tal vez como lo hacen en el conurbano bonaerense o en los grandes centros urbanos. Esa gente fue víctima de un mal mayor al de la inseguridad. Me refiero al fenómeno de la manipulación directa que va creando fundamentalismos idealizados, en una sociedad que cree en todo lo que escucha y recibe de esos fabricantes de ilusiones.

-Una aproximación inicial podría dejarnos pensar en que todo lo que no dicen los personajes es casi tan dramático como lo que transcurre en esa espera de los ladrones.

-En este caso es al revés. Es ridículo pero se vuelve dramático. Aurelio se muestra disconforme con las políticas agrarias que lleva adelante el gobierno, lo que desnuda actitudes violentas y vehementes que por momentos desbordan al personaje, inclusive desde lo psicológico. De esta manera, Aurelio, además de impartir lecciones de democracia con cierto rigor cívico, se vuelve un enemigo familiar, es el sujeto que somete a la familia y corta la comunicación con el afuera, mientras que Adelaida, madre y mujer de la casa, en contraposición a Aurelio, siente que la vida pasa por su hija y tal vez, por un nieto en espera. La paciencia, el conformismo y la resignación ciega tal vez conformen su punto de partida, o un módico espejismo ilusorio de que algo podría llegar a cambiar. Aunque en el fondo, probablemente, quizás sea ella quien esté dispuesta a cambiar la historia en una sociedad decididamente patriarcal. Ambos personajes están metidos como dos ánimas en una tapera en ruinas, esperando tal vez y no con mucha suerte, la tan ansiada recomposición familiar o el derribo virtuoso de un ladrón. Lo grotesco se apodera rápidamente de esa oscura realidad sombría y hasta la ridiculez misma adquiere una mirada que obliga a la reflexión.

-Pregunta al dramaturgo. ¿Hay vaivenes que te permitís en la construcción del libreto o todo tiene que obedecer a una idea madre que rige los diálogos de principio a fin?

-En la mayoría de los casos, el trabajo del dramaturgo empieza en el escritorio, pero tomo algo como regla general: debe terminar en el escenario. Es increíble cómo un texto teatral que se escribió en soledad, termina tomando color y forma en el cuerpo del actor. La mayoría de mis obras las termino de pulir luego de diez o quince funciones por lo menos. Con algunas he tenido mayor suerte y les terminé de encontrar la vuelta en uno o varios ensayos. Pero siempre estoy atento a lo que el actor propone. Hay elementos en la representación que a veces no aparecen en la cabeza del dramaturgo. Hay que estar atentos a esos elementos que, si resultan interesantes, hay que agregarlos.  Pero también hay que entender que todo parte de una estructura posible y que ese mismo orden de cosas permite saber a dónde va la obra y los personajes.

-Pregunta al director. ¿Es posible mirarse desde afuera para descubrir posibilidades de representación?

-El dramaturgo corrige mirándose en un espejo y leyendo siembre en voz alta. Lo que Mauricio Kartun da en llamar, en joda, «la pulsión travesti», es decir, el dramaturgo se tiene que trasvestir para pasar por varios personajes. Hombres, mujeres, niños, ancianos, etc. En ese mirarse en el espejo, existe la posibilidad de poder crear desde la autodirección. Es un tanto complicado y se rige por oficio. En el espejo encuentro la posibilidad de mirarme, de mirar al otro y de corregirme. Eso me permite mirar con más precisión, en una visualización casi oceánica, y convertirme en el primer director que ensaya sus obras frente a un gran espejo de pared que permite tener distintos planos y niveles del exterior, lo que no significa que esa metodología reemplace la del director, en absoluto. El director es un espectador profesional y una figura fundamental para la escena. Pero esta dinámica de trabajo me permite dirigir y actuar en mis propias obras, lo que también avala una extensión de mi trabajo autoral sobre la escena. Pero confieso que ese espejo es un «salva papas» y te da distintas perspectivas en lo visual, lo espacial y hasta en lo sonoro. Para quien lo quiera experimentar, es muy interesante y con el tiempo me va a dar la razón.

-Pregunta al actor. ¿Cómo es Fernando Zabala dirigiendo?

-Siempre trato de que el actor se sienta cómodo trabajando, de que conozca sus limitaciones, sus carencias, pero también que descubra sus propias virtudes. Me gustan los actores que sugieren, que proponen, que saben cómo salir ilesos del error. No concibo el trabajo sin el error, no conozco ningún trabajo que se haya constituido desde el acierto. Por eso al actor siempre le propongo equivocarse. En la fe de erratas muchas veces se encuentran interesantes caminos para transitar. Desconfío y mucho del trabajo cerrado de los aciertos, creo que tarde o temprano se dejan ver las grietas y esa triste mecanización inútil que todo eso produce. Yo me quedo con la creación y el sin fin de puertas abiertas a esos hallazgos virtuosos que ofrecen gratuitamente los errores. El actor que se equivoca, para mí es un buen actor.

-Hablemos de “Se despide el campeón”.

«Se despide el campeón» es un relato en cuyo protagonista se percibe la figura agobiada de la soledad, la penumbra alojada en un pasado de bellos y pálidos colores, la mezcla perfecta y la secuela mordaz, en la bipolaridad trajinante de una realidad vertiginosa, casi casi como lo es por momentos la vida misma. A partir de una serie de viajes y anécdotas en común, se empieza a vislumbrar la pasión, el rapto amoroso, el tiempo propio del idilio. Los dos personajes se sumergen en la profundidad de una relación escondida en el asiento de un colectivo, de viajes placenteros-cuasi-marginales, y en los que ambos escapan de un mundo hostil, perdidos entre el paisaje y la montaña, sin importar donde quede la próxima parada. Lopecito revive con dulzura el comienzo, el tiempo feliz que fue, lo fugaz de todo paraíso perdido, de todo cristal que se rompe y se descascara, y que tarde o temprano deja ver las heridas frescas del desamparo, la angustia y la desidia. «Se despide el campeón» es una obra que me trajo grandes satisfacciones en lo personal. Volver a la soledad de los escenarios y a una pequeña porción de felicidad, al descubrir que todavía soy actor. Hicimos una muy linda temporada allá por mayo en Espacio Urda y luego la sacamos por el interior provincial, visitando distintas localidades, como Embalse, Villa Giardino, Río Cuarto, Almafuerte y Villa María. Es posible que el año próximo estemos nuevamente presentándola en algún espacio de Córdoba y volviendo seguramente a girar por el interior.

-A fines de 2015 participaste de nuestro anuario y comentaste sobre la edición de un libro con tus obras. ¿Cómo viene ese proyecto?

-Estoy trabajando en cada obra que saldrá editada en ese libro. No son correcciones dramatúrgicas sino más bien formales. Creo que si todo va bien, para fin de año sale mi cuarto libro con obras teatrales, «Teatro Escogido IV».

-Siempre que los tiempos vuelven a poner a la economía como tema central de las agendas, el arte se las arregla para multiplicarse y resistir. ¿Es “resistir” la palabra? ¿Cómo ves que se escriben estos tiempos?

-Es verdad, son tiempos difíciles y el arte debe reinventarse. El arte tiene siempre una puerta de escape, pero en este caso, la puerta es chica y pasa poca gente. Los planes neoliberales se caracterizan por atrasar y cortan el hilo siempre por lo más delgado. Lo primero que se restringe es la educación y luego, inevitablemente, venimos nosotros. Es difícil resistir cuando hay un modelo económico que decide ignorar el arte y la cultura y enfrenta casi categóricamente a los Derechos Humanos. Peor aún si ese modelo idea un plan económico tipo embudo como son los tarifazos. En el 2001 nos podíamos reinventar con cierto costo y aún así tambaleábamos en la cuerda. Ahora directamente ni eso: nos bajan de un piedrazo. Igualmente creo que la gente empezó a ganar la calle. Creo que la cultura también debe acompañar a la sociedad en ese proceso democrático y no caer en el «no te metas». La cultura es un lugar de militancia para no sólo resistir, sino también para decir lo indecible o lo que el sistema no quiere que digas La cultura no es un lugar para tibios, la cultura es y debe ser un lugar de rebeldía.

Agendá:

«Silogringo» en escena.

Todos los viernes se septiembre – 21.30 horas.

Espacio Máscara – La Rioja 836.

Entrada: $100 – Estudiantes y jubilados: $80.

Dramaturgia y dirección: Fernando Zabala.

Elenco: María Gabriela Garstein y Fernando Zabala.

Técnica y escenografía: Susana Martínez.

Fotografía: Gastón Buyatti.