Palabras que joden

23-02-2016 / Palabras Pesadas, Política y Sociedad
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Una mirada sobre el Protocolo de Actuación de las Fuerzas de Seguridad del Estado en Manifestaciones Públicas, que el gobierno nacional ha puesto en vigencia.


Palabras que joden

Por Tefi Nosti.

Foto: Felicitas García Gatica.

La realidad social de un país es aquella que se define entre múltiples ingredientes que contrastan para darle su sabor único, particular. En la escena política se presentan los sujetos que integran aquella realidad, cada uno de ellos ejerciendo un rol que se encuentra respaldado por un discurso representante.

Entre esos discursos que se generan, fluyen y confrontan, cada individuo y grupo de ellos, busca el modo de pararse frente a la realidad que elige y le toca para vivir. El discurso se presenta a sí mismo como una herramienta de poder, porque habilita posibilidades y saberes. Cuando se carece de otras herramientas, el discurso puede devenir en arma letal, alguna de doble filo, pero herramienta en fin, que no abandona su puesto ante los avatares económicos.

Las palabras acompañan en la lucha al cuerpo, y las protestas se alimentan de ellas. Las protestas van con sus palabras en carteles, en afiches, en la piel y en las venas, recorriendo las calles y alzándose bien altas, porque saben que enaltecen a quienes ya no les queda nada más que ellas.

Pero la palabra no puede ser sumisa, no puede ser amena, si lo que busca es justicia. Si quienes la ejercen son los trabajadores oprimidos, cuyos puestos se encuentran precarizados por políticas económicas que no los contemplan, o son las madres que buscan a sus hijos desaparecidos tras el último golpe de estado, cómo se les puede pedir a esas palabras que no griten indignadas.

¿Cómo se les puede pedir a esos cuerpos que no marchen, que no ocupen, que no molesten, si lo que buscan justamente, es hacerse notar? Pero no por un capricho infantil que se acalla con golosinas, se quieren hacer notar, porque tras esas palabras está en juego su vida, su labor, su pasar, su familia y sus sueños.

La protesta molesta, la protesta entorpece el tránsito, la protesta perturba los oídos, porque necesita ser tenida en cuenta. La protesta apela a quienes no protestan, porque los necesitan. No busca molestar al otro; requiere hacerse legítima, y la única manera de lograrlo es invocando a la conciencia colectiva. La única manera de que esas palabras que protestan consigan su cometido es involucrando a la mayor cantidad de individuos, para hacer de ellas no un mero capricho o devenir circunstancial, sino una realidad social que requiere ser escuchada.

Que el gobierno busque restringir una libertad adquirida, como lo es la posibilidad de protesta ante una situación considerada perjudicial hacia un grupo de individuos, bajo la premisa de limitar su nivel de “molestia”, es casi lo mismo que intentar erradicarla. Establecer una modalidad, una forma, un cómo se debe llevar a cabo la protesta, es lo mismo que proceder a su vaciamiento, pues lo que la define es su carácter de insurgente, de sorpresiva, de contestataria. No puede ser normalizada, porque lo que busca, justamente,  es resquebrajar un orden normalizante. La protesta no puede aspirar a la emancipación, si carece de libertad.

Dicho de otra manera, la protesta no puede dejar de joder. Y es esta capacidad de perturbación la misma que ha permitido alcanzar beneficios y libertades que la sociedad goza en su conjunto. Por esta razón es un compromiso de la sociedad mantenerla en vigencia, permitiendo recurrir a ella, cuando sean las palabras y el cuerpo lo único que queda.