Ángel eléctrico

El Haber de Cerati

4-09-2014 / Reseñas
Etiquetas: ,

Se murió un artista inmenso. Balance de su obra en la vida de un fan.


El Haber de Cerati

Por | redaccion351@gmail.com

Foto: Germán Sáez.

Haber recibido la muerte de Cerati para revisitar la vida junto a su música.

Haber roto el botón Rew del viejo doble cassettera para escuchar una y otra y otra vez, allá por sexto o séptimo grado, «Cuando pase el temblor», «Danza rota» y «Juegos de seducción»… Después partiría el FF, por exigirle que pase toda la cinta para que dé la vuelta y volver así a caminar entre las piedras…

Haberse quedado en el auto mientras los viejos hacían algún trámite, para cambiar el cassette de Perales o de Luis Cobos por el de «Signos». De tanto repetir «Prófugos», adiós al Rew. Plan B: Auto Reverse-FF-Auto Reverse. Al tiempo, adiós Auto Reverse; hasta la vista FF…

Haber ido un viernes a la esquina del pueblo donde llegaba el bondi de Córdoba que traía un hermano, que traía un bolso, que traía música nueva. Algún fin de semana de los últimos ochentas, un vinilo comprado en Edén o en Vértice Musical. Haber visto la tapa de «Ruido Blanco» como quien recibe un tesoro compartido…

Haber disfrutado esas noches de sábado adolescente, cuando todos se fueron a una cena o a la casa de una abuela, y la casa queda toda para uno y su música predilecta, resonando, atronando, ensordeciendo vecinos, metiendo la letra de «Sobredosis de TV» en la memoria de los adornos del living, corridos de lugar por las vibraciones de los estantes.

Haber pegado los posters de Soda en el taparrollos de la habitación y las calcos que venían con la 13/20 en los vidrios de las ventanas.

Haber recibido un día el cassette de «Doble Vida» para enloquecer de admiración, para reventar todos los botones de nuevos equipos de música, stereos de autos y walkmans con un tema que, muchos años después, generaría un hábito en los viajes de trabajo, el de reservar siempre ventanilla izquierda en los vuelos Buenos Aires-Córdoba, para desobedecer la indicación de apagar los equipos electrónicos y hacer sonar «En la ciudad de la furia» en plena noche, cuando el avión comienza a girar sobre el Río de la Plata, ofreciendo, para los pasajeros pegados a las ventanillas izquierdas, una vista conmocionante de ese monstruo urbano iluminado. Otra imagen que la del videoclip, ese puñado igualmente conmocionante de bruma y cemento en los claroscuros del día.

Haber sentido la intro y línea de bajo de «En la ciudad de la furia» meterse en las venas para todo el viaje. Sentir la voz de Cerati en esa canción.  Las eses marcadas cuando canta «Ese destino de furia es lo que en sus caras persiste».

Haber escuchado «Mundo de quimeras» y las versiones remixadas de «Lo que sangra» y «En el borde» hasta engordar.

Haber leído la noticia de un recital en el Chateau Carreras, el 8 de diciembre de 1990 para la presentación de «Canción Animal». Haber pensado, ante la noticia, que sería imposible ir, a 200 km de Córdoba, con 13 años, sin siquiera haber podido escuchar el disco.

Haber recibido, un viernes de por ahí nomás, al hermano proveniente de la ciudad, con un TDK cinta de cromo que arrancaba «(En) el séptimo día» y no terminaba con «Cae el sol», porque, básicamente, no terminaba. No podía terminar. El riff de «Un millón de años luz» y «Té para tres» no podían fallar empujando el ruego. «Está bien, vayan, pero por dios Guillermo cuidá a tu hermano».

Haber descubierto una forma un poco más acabada de la felicidad cuando se apagaron las luces para dar inicio al primer recital de la vida.

Haber visto a Cerati por primera vez, a ochenta metros del escenario, desde la vieja platea cubierta del Chateau Carreras. Haber sentido, con un miedo importante, cómo se movía la estructura de la platea cuando los miles de fans saltaban con casi todos los temas. Haber cantado de punta a punta todos los temas de la lista en el primer encuentro con un cantante insuperable.

Haber apoyado la cabeza en la almohada y no poder dormir de la alegría.

Haber comprado decenas de cassettes VHS para pasar las tardes grabando videoclips en programas como «Video Línea», acaso el primer programa de Pergolini en la televisión, o «Rock in TV», o «Rock and Pepsi». Haber grabado el recital en Vélez Sarsfield y en la 9 de julio en la vieja JVC. Haber llegado a grabar la entrevista en el programa de Susana Giménez, en los especiales de ATC, en todos lados.

Haber ido nuevamente al Chateau cuando apareció «Rex Mix». Haber podido sacar fotos, que vaya a saber dónde andarán.

Haber recibido un día el primer equipo musical con reproductor de cds. Acto seguido, haber viajado a Córdoba y comprar los primeros cinco discos de estudio, todos juntos, para liberar insultos a los gritos ante la diferencia en la calidad de audio. Haber confirmado que la felicidad sonaba muchísimo mejor.

Haber recibido «Primavera 0» con cierto desencanto. Haber escuchado finalmente los temas de «Dynamo» para tener que asumir que una banda, mejor dicho, «la» banda favorita de la vida, podía sacar un disco incomprensible.

Haber seguido al hermano mayor como faro musical y terminar en un recital de Los Redondos, en un boliche de Villa María, suceso que operó lo que por aquellos años significaba un cambio de camiseta. Haber enloquecido ante el magnetismo del Indio Solari. Haber sentido que la música de la vida empezaba a pasar por otro lado, muy diferente al de «Colores Santos», aunque «Vuelta por el Universo» era una belleza.

Haber compartido el disco negro de Metallica entre los compañeros de la secundaria para darle forma a una tribu temeraria de pelilargos heavys en un pueblo de tres mil habitantes. Haber pensado que la música rondaba por el Thrash y por el hermetismo imantado de un pelado que abominaba de la exposición mediática y cantaba versos sublimes de tan incomprensibles. ¿Soda Stereo? Esos maricones… ¿Cómo se llama el disco solista de Cerati? ¿«Amor Amarillo»? ¿Te das cuenta? Nosotros de negro unánime y el coso ese cantado «cristales de amor amarillo»… Chau Cerati.

Ya en Córdoba, haber tenido noticia de «Sueño Stereo» en medio de una aventura marcada por «La era de la boludez», por «Lobo Suelto – Cordero Atado», por recitales plagados de pogos.

Haber cantado, a voz en cuello, «¡Luca no se murióóóóóó! ¡Luca no se murióóóóó! ¡Que se muera Cerati la puta madre que lo parióóóóó!»

Haber empezado a pensar, mientras esto se cantaba, que la música es música. Haber grabado el Unplugged de la MTV y enamorarse de la versión de «En la ciudad de la furia» como quien se encuentra con una vieja novia y le da un abrazo y siente que la sigue amando un poquito. Haber escuchado la versión del Génesis de Vox Dei para terminar de entender que Soda Stereo siempre fue una banda tremenda. Chocolate por la noticia.

Haber sentido que ese entendimiento ya no provenía del primer fanatismo, cascoteado por tanta hostilidad innecesaria, más bien sorda.

Haber conseguido «Dynamo» y «Amor Amarillo» (es decir comprar los discos, no bajarlos de Internet. Internet por estos años era un dial up incipiente. No existía Google). Haber pensado, para siempre, que «Dynamo» es de lo mejor de Soda Stereo y que «Amor amarillo» es una gloria.

No haber podido ir al último concierto. Haber sentido que Córdoba, a veces, queda demasiado lejos de ciertos placeres.

Haber salido corriendo de un trabajo que exigía traje y corbata, para llegar, en traje y corbata, a la Vieja Usina, a la presentación de «Bocanada». Haber visto a Cerati después de ocho años, montado en samplers y demás máquinas con botoncitos y con Martín Carrizo, ex A.N.I.M.A.L, una bestia de la batería, en la batería. Haber visto un recital de Cerati después de decenas de recitales «anti-Cerati». Haberse enamorado de Cerati, otra vez y para siempre.

Haber visto «+ Bien» por simple gusto tardío hacia Ruth Infarinato. Haberlo seguido en sus andanzas con Plan B y Ocio, y esa joya desplegada en «11 episodios sinfónicos».

Haberse perdido la presentación de «Siempre es hoy» por andar cambiando pañales, alegremente. Haber puesto «Karaoke» cuando quien portaba pañales no quería comer, porque con «Karaoke», la pera se aflojaba, se abría la boca y entraba el puré de manzana.  ¿Por qué con «Karaoke»? ¿Por qué no con «Tu cicatriz en mí» o con «Amo dejarte así» o con «Sudestada»? Porque esas canciones abrían otras alegrías. «Tu locura», para un programa de televisión, aparecería en «Canciones elegidas». Haber encontrado ese disco buscando otro, y cambiar de plan.

Haber esperado el día de «Ahí vamos» en el Orfeo, hasta que llegó, con Coleman y Samalea en escena, entre otros enormes. Haber cantado «Adiós», «Lago en el cielo» y «Crimen» como un fan viejo, gordo y peludo. Haber vuelto al Orfeo a los pocos meses, por simple fanatismo, para escuchar a un Cerati con el caballo medio cansado pero con el oficio de siempre. Es decir: metiendo unos solos tremendos y dejando cantar al público.

Ya en la parte de los celulares inteligentes y de Google, pero aún no de las redes sociales, haber recibido un sms: «¿viste que vuelve Soda Stereo?» Haberlos visto de nuevo, con ese fondo de televisores ochentosos, en la previa de una gira monumental. Haberlos visto para ver a Cerati, porque, la verdad, siempre fue así. Cerati en la televisión frenaba cualquier zapping: Cerati en San Rafael; Cerati en el ciclo «Rockeros» de Canal a; Cerati al aire libre en la playa, en un parque de Buenos Aires, en los innumerables recitales en YouTube.

Haber visto, decenas de veces, la presentación en el Quilmes Rock del 2003, para escuchar versiones inmensas como las de «Tu cicatriz en mí» o la de «En remolinos».

Haber visto volver a Soda Stereo en River, gracias a la familia Berazategui, amigos hermosos que pusieron auto, casa, comida y un paseo que terminó en la cancha de Boca para cumplir otro sueño.

Haber seguido por internet las presentaciones de la gira por los viejos amores de América. Haberse aprendido la lista de temas para adivinarlos en vivo, otra vez, en el Kempes.

Haber visto a Cerati, por última vez, en el Orfeo, presentado «Fuerza natural».

Haberlo visto por internet junto a Spinetta en el recital más importante de la historia del rock nacional, para muchos.

Haber visto y escuchado a Cerati en la infinidad de transmisiones oficiales y caseras que Internet pueda ofrecer, para concluir que Gustavo es, tal vez, el cantante de la historia del rock que menos ha desafinado en vivo, si es que ha desafinado alguna vez.

Haber escuchado una versión sublime de The Police. Haberlo visto sonriente en lo de Tinelli haciendo Playback; haberlo escuchado con los BajoFondoTangoClub, con Los Brujos, con Shakira, con las No Lo Soporto, con Leo García, con Páez, con Charly, con Mollo, con Mercedes Sosa.

Haber sentido una amargura inmensa por su accidente, por la muerte de su maestro de puentes amarillos y ahora por la suya.

Haber sentido que se murió el primer ídolo musical de la vida de millones de personas, y que el desarrollo de su obra lo mantuvo en las predilecciones, multiplicándolas.

Haber amado a un artista al punto de incorporar canciones para cada momento de la vida.

Haber leído versos de sus canciones en la piel de más de una amistad.

Habernos mejorado tanto.

Habrá de sonar por siempre.