Despedida Improbable del Chango Farías Gómez

Contraflor al Cielo

26-08-2011 / Reseñas
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Cómo saber qué dirían los muertos recientes. Imposible suponerlo. Menos aún si nunca los hemos tratado en vida. Atreverse a interpretarlos es tal vez una falta de respeto. Pero hay muertos que nos quedan en el alma. La felicidad que nos han prodigado hablará de ellos y por nosotros para siempre. Cuando su obra nos traspasa, parte de nuestras vidas se explica por quienes le han dado forma, sin saberlo.
Contra la muerte, revés de tanta creatividad, el descaro de hablar por otro, el que se fue. Contra la tradición de respetar el silencio, una suposición de despedida. Homenaje fuera de lugar para un artista fuera de serie.


Contraflor al Cielo

Por | redaccion351@gmail.com

Oigan…

Sí… ¡Acá!

Antes que nada, perdonen al chambón que transcribe. Ojalá salve algo. No dice lo que quisiera decir pero le concedo la insolencia, yo, que he sido un ilustre insolente.

Hay una maquinita viejísima que graba saludos y proyecta cintas desde mi flamante más acá, que es el más allá de ustedes, hacia el más acá de ustedes, mi más allá viejo y querido. Les cuento que llegué bien, un poco de tráfico nomás. Parece que me tocó la hora pico en este lado del meridiano. Sorprendió un poco la cantidad de chicos. Lo fuimos conversando durante todo el trayecto con unos viejos carcamanes muy macanudos de varias provincias. Muchos chicos. Mucha gente hermosa…

Estoy un poco desbordado. No he parado de saludar gente. Seguro querrán saber cómo es todo. Les pido me excusen de contar detalles de lo que se siente apenas sucede. Después de tantas vueltas que uno le ha dado a la cosa, llega y no hay nada que hacerle. El miedo, un cagazo que no se imaginan, desaparece. Hay una continuidad entre los últimos tamborcitos que hacen retumbar el corazón y los primeros fogonazos de paz. Pero eso de la paz dura poco. La verdad, me agarró una bronca… Tenía que tocar en un teatro, tenía que ir a la radio, qué se yo, tantas cosas. Y claro ¿qué se creen? Uno se muere con un montón de pendientes y da bronca dejarlas así, como si la muerte fuera más importante…

Bueno, resulta que no se tiene la más remota noción de lo que está pasando, hasta que aparecen changos de todas la edades, muchachones, unas minas que mejor no les cuento, y unos cuantos viejos y viejas. Las viejas son un plato. Más de una me ha mirado de reojo. Vaya a saber cuánto hace que partieron. Perdón, que vinieron (no me acostumbro todavía). Parece que una me reconoció y le sopló a otra. Le habrá dicho “Mirá… ¿Ese no es el Chango Farías Gómez? Arruinó el folklore el coso ese. ¿Podés creer que ahora lo tenemos acá? Acordate que alguna se va a mandar ya vas a ver”. “Folklore” dijo. No hay caso…

Les adelanto algo que, si quieren esperar a morirse, mejor dejen de leer. A los que dejen de leer, les mando un abrazo largo. Gracias por todo, por escucharme. Si no les gustó lo que hice con la música, perdónenme. Hay tantos compañeros para elegir, del más acá y del más allá. Bueno, seguro nos cruzamos, tarde o temprano. ¡Hasta siempre!

 

Ustedes que me siguen leyendo, les decía, una cosa rarísima. ¡No hay gravedad! Flota todo. Me parece que en unos días nomás voy a extrañar caminar por alguna vereda pateando piedritas. Lo de los días está complicado. No se sabe bien cuándo arrancan, menos cuándo se hace de noche. Bueno está bien, no les cuento más nada. ¡Es que es grande la tentación! Mejor les cuento con quiénes me encontré.

Pero antes, yo sé que algunos deben estar medios tristes todavía. Marián, los chicos… Quiero que se repongan rápido, por favor. No les voy a decir que estoy chocho de la muerte, pero acá hay una manga de atorrantes que ya me ha hecho de todo. No sé cómo se enteraron, pero armaron una peña para recibirme. Al menos eso dijeron. Ahora que lo pienso, estos deben estar así desde que llegaron. ¡Claro, si acá nadie duerme! ¡No se puede con la música sonando todo el día! O toda la noche. Digamos, todo el tiempo. Es así, no paran. Si quieren saber si hay vino, sí. Hay vino. Lo que no hay es sensación de saciedad.

Están todos. ¡Todos! Hasta los malos están. De todas formas, acá deben mejorar. Pero los buenos se te tiran encima. Te hacen capotón de la alegría que tienen. Qué se yo, está Jacinto, el Cuchi, Pedro, que casi se muere de nuevo cuando me vio, Hernán, Cacho Tirao, Patricio, la Negra, los dos Tucu, Ariel y Domingo, los Ávalos, María Elena, los viejos… No sé… Poetas, todos. Hamlet no me soltaba más. Les manda saludo a varios pero me da no se qué nombrarlos. Y el más grande, el que dijo lo de la mostaza en el asado, ese también. ¡Ah! No saben. De la nada, llorando, se me apareció Maturana. No supe qué decirle. Me largué a llorar, para acompañarlo. Y así estuvimos, un rato largo, con toda la tierra adentro.

No me quiero ilusionar, pero cómo me gustaría cruzarme con el general. No me alcanzaría el alma para sujetar las preguntas. De otros generales y almirantes, ya me han contado que nadie los ha visto.

No es que lo sean, no les puedo decir porque todavía no sé cómo se llaman, pero figúrense una especie de carpas repletas de gente que va y viene. Pianos, violines, bombos, guitarras. Baterías y guitarras eléctricas que deben haber traído para mí. No falta ni el olor a empanada. Una cosa no hay: guita. ¡Nadie la necesita! ¿Se imaginan? Estamos como queremos.

Seguro que más de un medio debe andar diciendo que revolucioné la música popular y demás pavadas. Ya va a pasar. «Todo pasa y todo queda» decía uno…

Se me termina el tiempo. Los que tengo atrás me están tirando corchos de damajuanas para joderme nomás. ¡No sé si hay una parte argentina en el cielo, pero detrás mío hay gente recién llegada haciendo cola! Ya olvidaremos el apuro.

Bueno. Este… No es fácil. Eeehh…

Total están los discos ¿no? La música y el afecto de tantos que por ahí se seguirán recordando.

Bueno… ¡Nos vemos! Seguro que nos vemos.  

No dramaticemos. Mañana juéguenle al 48.

¡A la cabeza!