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Juicio Menéndez III: precisa reconstrucción del horror en La Perla

13-11-2013 / Política y Sociedad
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En un testimonio más que esclarecedor, el testigo Eduardo Pinchevsky relató cómo fue su cautiverio en La Perla. Fue uno de los secuestrados que más tiempo permaneció en el Centro Clandestino.


Juicio Menéndez III: precisa reconstrucción del horror en La Perla

Por | nsiadis@redaccion351.com

Fotografía: gentileza Manuel Bomheker

Eduardo Pinchevsky era estudiante de medicina y militante de la Juventud Universitaria Peronista. Fue secuestrado el 8 de julio de 1976 en el centro de Córdoba, cuando había asistido a una cita con otro compañero de militancia.

«El hecho que yo esté sentado acá se lo agradezco a un gobierno y a las organizaciones de derechos humanos que permitieron que yo pueda declarar ante un tribunal de la democracia». De esta menra comenzó su testimonio Eduardo.

Comenzó a militar en 1972 cuando estudiaba medicina en la Universidad de La Plata. Pertenecía al Centro de Estudiantes y tenía contacto con militantes de la agrupacion Eva Perón y de la Juventud Universitaria de Revolución Nacional, que luego se tranformo en la Juventud Universitaria Peronista (JUP).

En 1975, Eduardo se trasladó a Córdoba y continuó militando en la JUP. El testigo recordó que para ese tiempo ya actuaba en la ciudad el Comando Libertadores de America y la Organización se encontraba en la clandestinidad. El 6 de diciembre de 1975 fueron secuestrados en la zona del Parque Sarmiento dos compañeros que vivian con Eduardo. Luego en La Perla, el testigo recuerda que los represores Manzanelli y Romero le confirmaron que habían sido ellos.

«Como militantes, teníamos la sensación de que vivíamos en una constante cacería. Las fuerzas represoras cazaban gente inocente e inofensiva. Nosotros no estábamos armados, éramos una fuerza política que no estaba de acuerdo con la situacióbn del país. Sabíamos que en cualquier momento podíamos caer detenidos o muertos», expresó.

Pinchevsky, luego de eludir varios operativos, terminó viviendo en una casa en barrio Bella Vista. Ahí permaneció hasta el día anterior a su secuestro. El 7 de julio de 1976 fue secuestrado un compañero que sabía de su paradero, por lo que esa noche no regresó a su casa y se alojó en una casa de barrio Iponá.

«A la mañana del día siguiente, 8 de julio, tuve que ir a levantar una cita de un compañero que venía desde Mendoza. El lugar era en la calle Santa Rosa, casi esquina Cañada, cuando llegué nos reconocimos por contraseña y cometimos el error de ir a tomar un café a un bar y sentarnos cerca de la ventana. Pese a toda la presión uno cree que no le va a pasar y comete errores», recordó.

A los 5 minutos de estar sentados en el bar, irrumpieron 6 personas armadas que los tiraron al piso y los redujeron. Fueron introducidos en el baúl de un auto y paseados por lo que el testigo reconoció como el centro de la ciudad. «A los 20 minutos sentí un tiroteo, luego supe que se habían detenido en el centro para secuestrar a otro compañero», precisó.

Al llegar a La Perla comenzaron a golpearlo con un palo diciéndole que querían al «Chacho» Ramondegui, responsable de Montoneros en Córdoba. «Ellos tenían un organigrama de la organización que deben haber armado a través de la inteligencia. Sabían que Ramondegui era mi responsable. Me siguieron golpeando para que les dijera a dónde estaba el «Chacho», recordó.

Cuando lo estaban trasladando hacia la sala de torturas, Eduardo les dijo que iba a decirles a dónde había dormido la noche anterior. Él supuso que ante su desaparición, la organización había decidido levantar la casa y que cuando llegaran no iban a encontrar nada.

«Decidieron no torturarme, me subieron nuevamente a un auto y nos dirigimos a la casa de barrio Iponá. Cuando llegamos, comenzaron a sacar gente de la casa y en un momento veo que el «Chacho» sale corriendo y lo empiezan a perseguir los autos hasta que lo agarran y lo meten a un baúl», narró.

Eduardo no reconoció a ninguno de los compañeros que habían sido detenidos. Les dijo a los represores que se trataba de estudiantes y nada más. Igualmente, el testigo reconoció que a partir de ese momento se había convertido en «un traidor» para la organización. Había revelado información que puso en riesgo a la cúpula organizativa de Montoneros.

A Ramondegui lo llevaron directamente a la sala de tortura. A Eduardo también. «Esa situación me creó un terror y un espanto porque cuando vi como lo torturaban a Ramondegui y me di cuenta que éstas personas tenían una crueldad absoluta», reconoció.

Al «Chacho» lo desnudaron, lo ataron con sogas a una cama elástica y directamente lo empezaron a torturar con la picana en los genitales. Uno de los torturadores lo apaleaba mientras el otro le aplicaba la picana. No le preguntaron nada, solo lo torturaron durante horas.En palabras del testigo, «lo estaban ablandando».

«Lo estaban matando a golpes y yo le pedía que por favor hablara, que lo iban a terminar matando. El «Chacho» empezó a gritar, se le cayó la venda y pude ver su cara de desesperación. Luego de eso me sacan de la sala y me llevan a una oficina. Pasaron dos o tres horas y aparece Manzanelli para empezar a escribir a máquina mis datos personales», recordó Pinchevsky.

«Cuando uno traspasa la puerta de un campo de concentración ya comienza a ser torturado. Es torturado porque se encuentra en un estado de indefensión, de ajuricidad y es reducido a una situación de esclavitud. Es el Estado, con todo su aparato, el que está torturando», sentenció.

Estando en esa oficina, el testigo se encontró con Dorita Zárate, otra secuestrada que los represores utilizaban para asistir a los torturados. Ella le confesó que lo había marcado y le pidió perdón. «Igualmente, hizo todo lo posible para que yo no entrara a La Cuadra, porque entrar a La Cuadra significaba la desaparición. En ese lugar estuve 4 ó 5 días sin que entrara ni saliera», comentó.

Una noche abrió la puerta el imputado Acosta y le dijo que agarrara sus cosas porque pasaba a «La Cuadra». «Entré a La Cuadra y me fui a una colchoneta, a la noche dos mujeres sirvieron caldo para que comiéramos. De esas dos mujeres sé que una está desaparecida. Al otro día, el «Chacho» se quedó al lado mío en la colchoneta y pude ver, en el baño, las heridas que tenía en el cuerpo por las torturas. Le pedí perdón y me dijo que no me sintiera responsable, que él se tendría que haber ido», explicó.

A Eduardo comenzaron a sacarlo de la «La Cuadra» para escribir informes a máquina. Luego de un tiempo, pasaba casi todo el día en la oficina escribiendo y reconoce que eso le salvó la vida. Lo hacían escribir informes sobre los detenidos, secuestrados y fusilados. Él actualizaba esas listas constantemente.

«También nos hacían hacer análisis políticos de ciertos documentos que encontraban en las casas de los secuestrados. Encontraban un volante de Montoneros, hacían inteligencia sobre el volante y luego hacían un informe que mandaban al Tercer Cuerpo. A mí me hacían redactar esos informes. Todas estas actividades las hacíamos obligados, estábamos en situación de esclavitud», explicó.

Durante su largo cautiverio en La Perla, Pinchevsky vio a cientos de secuestrados y tuvo que presenciar numerosas sesiones de torturas. Entre las personas que vio en la cuadra mencionó a Horacio Álvarez, Rufa, Doldán, Gómez, Roberto, Contempomi, Araujo, Geuna, Fermínb de los Santos, Susara, Iliovich, Zárate, Piero Di Monte, Rita de Espíndola, Di Toffino, entre muchos otros.

Sobre el por qué de su presencia en la sala de tortura, Pinchevsky aclaró que «a la que llevaban a la sala de tortura era a Dorita, al tiempo me empezaron a llevar a mí. Supongo que nos llevaban para controlar al torturador porque éramos médicos. Pero nunca asistimos a ningún torturado, éramos parte de un escenario que ellos montaban porque nunca les importó el estado de las víctimas».

Además de las víctinas, Eduardo también hizo un perfil descriptivo de cada uno de los integrantes del grupo operativo de La Perla. Entre los principales represores mencionó a Barreiro, Acosta, Tejeda, Lardone, Romero, Manzanelli, López, Vega, Padován, Quiroga, Magaldi, Díaz y Villanueva.

A Barreiro lo calificó como un hombre completamente fascista y xenófobo, más cercano a las tareas de inteligencia que al campo. «Barreiro daba las órdenes, él decidía quién vivía y quién moría», expresó.

Así, fue dando precisiones sobre los represores y las actitudes de cada uno ante los secuestrados. También narró que en cada operativo de secuestro, la patota de La Perla robaba los objetos de sus víctimas y de los familiares presentes en el domicilio.

En un momento determinado, los secuestrados que debían cumplir con órdenes de los represores, fueron sacados de La Cuadra y alojados en una oficina de Gendarmería. Desde ese lugar, el testigo pudo observar un traslado de secuestrados que, obviamente, terminó en el asesinato de los mismos. «El camión Mercedes Benz llevaba secuestrados y por detrás iban coches particulares con la patota de La Perla. No salían por el camino principal sino por una puerta lateral, para el lado de las sierras», narró.

Esos camiones, que no salían a la ruta sino a un camino alternativo por el que se internaban en el campo, trasladaban secuestrados que luego fusilaban y enterraban en fosas comunes.

El testimonio de Pinchevsky fue uno de los más importantes desde que comenzó la ronda testimonial. Sus datos esclarecedores complican de sobremanera la situación de varios de los imputados a los que reconoció y apuntó como secuestradores, torturadores y asesinos. Eduardo fue uno de los que «cerró La Perla», por decirlo de alguna manera. Estuvo secuestrado hasta finales de 1978 y luego de recuperar la libertad regresó a La Pampa, su ciudad de origen.