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Graciela Geuna: «siento que con este juicio regreso a casa»

1-08-2013 / Política y Sociedad
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Con esas palabras comenzó su testimonio Graciela Susana Geuna, militante de la Juventud Peronista secuestrada en junio de 1976 junto a su marido Jorge Omar Cazorla. Jorge fue asesinado durante el secuestro.


Graciela Geuna: «siento que con este juicio regreso a casa»

Por | nsiadis@redaccion351.com

Fotografía: gentileza Manuel Bomheker y Será Justicia

Graciela llegó a Córdoba en 1973 proveniente de Río Cuarto. En ese momento tenía 17 años y comenzó a cursar la Carrera de Abogacía en la Facultad de Derecho.

Comenzó a militar en la Juventud Universitaria Peronista (JUP) luego del episodio del «Navarrazo», momento en que la propia testigo describió como el comienzo del Terrorismo de Estado en Córdoba.

En 1974 conoció a Jorge Omar Cazorla quien era un compañero de la facultad y de militancia y decidieron casarse en noviembre de 1975. El 10 de junio de 1976, la pareja se encontraba en su casa cuando un grupo de tareas irrumpió con máscaras y gritando: «ésta es la hija de puta».

En ese momento Jorge ya había sido detenido en la entrada de la casa. Luego de forcejear con sus captores y de que los vecinos salieran a la calle a tratar de que no se los llevaran, el imputado Acosta disparó al aire y lograron reducirlos. Graciela fue introducida esposada en un baúl y se desvaneció producto de los golpes.

Los autos arrancaron y comenzaron su viaje hacia una zona que la testigo reconoció como el campo. «Empece a golpear hasta que se abrió el baúl, ahí me tire y sentí que otro cuerpo se deslizó sobre mi espalda. En ese momento vi correr a Jorge, ahí lo vi por última vez con vida», recordó la testigo.

El lugar en el que se encontraban era la Fábrica de Aviones, ubicada en la Ruta 20 camino a Carlos Paz. Graciela corrió hasta una caseta en donde había soldados y les pidió que no dejaran que se la lleven, que la iban a matar.

Finalmente fue reducida e introducida nuevamente en el auto, uno de sus captores le dijo que Jorge había muerto. «Me metieron acostada atrás y se me acostó un tipo encima. Me dijo que habían matado a mi marido. Pensé que lo decían para desmoralizarme, pero no», recordó.

Ante la pregunta del fiscal sobre si sabía quién había asesinado a su marido, la testigo contestó que sí, que fue el imputado José «Chubi» López. «Yo no lo vi pero en La Perla lo decían los militares. López quería que me mataran a toda costa porque él sabía que este momento iba a llegar. Hace unos meses pude saber, a través de un testigo, que a mi marido lo mataron de un disparo por la espalda cuando corría intentando escapar». comentó.

Graciela fue trasladada a La Perla vendada y atada. La alojaron en un pasillo y pudo ver, por debajo de las vendas, las botas de los gendarmes. Ni bien ingresada le dieron el número 252 y la llevaron a la sala de tortura. «Había varias personas atrás mio y ahí lo pude ver a Barreiro, me desnudaron y me aplicaron la picana grande y la chica. Me decían que era de la CIA, que cantara nombres y lugares de reunión», relató.

«Cuando te someten a la picana uno siente que el cuerpo salta como un sapo. Yo trataba de controlar algunas cosas, de gritar cuando me dolía menos y no gritar cuando me dolía más. Yo lloraba y gritaba, les gritaba a ellos y me pegaban más».

Luego del secuestro de Graciela, el imputado Vergéz y el ya fallecido Tejeda, alias  «Texas», habían permanecido en su domicilio realizando lo que se conocía como una «ratonera», esperando que llegaran más personas para secuestrar.

En esa oportunidad, la ratonera fracasó y varios compañeros de Geuna lograron escapar. «Estaban furiosos y me empezaron a torturar, a golpear con palos, me golpeaban la cabeza contra la pared y me rompieron un diente. Vergéz me recordaba a cada rato el olor a podrido de mi marido», narró la testigo.

«La última vez que lo vi a Jorge fue ahí en La Perla, muerto. Tirado sobre la paja, les pedí que me dejaran cerrarle los ojos, pero no me lo permitieron».

En la cuadra, Graciela estuvo junto a Alejandra Jaimovich y «La Negrita» Argañaráz. «A ambas del dijeron que iban a ser llevadas a la cárcel del Buen Pastor, ellas se fueron contentas. En ese traslado las fusilaron. Las torturas fueron constantes, en 1976 La Perla estaba llena de secuestrados y nos les alcanzaban los lugares para torturar», expresó.

Un mes después del secuestro de Graciela entraron militares a «la cuadra» portando una metralladora pesada, todos pensaron que iba a ser un nuevo Trelew. En ese momento fueron separados y debieron dormir esposados alrededor de un mes. «En La Perla hubo resistencias por solidaridad, con gente que no conocíamos. La cuadra fue nuestra vida y nuestra muerte», recordó Graciela.

El caso del «Negro Lito»

Geuna relató que un día varios secuestrados fueron trasladados en autos a un operativo de «lancheo» para que marcaran a compañeros o lugares en la calle. En barrio Alberdi, Graciela vio desde el auto a Rafael Grimald, alias «Negro Lito», un militante de Montoneros que ella conocía. «Yo no moví ni un pelo. Ahí se armó un tiroteo con el auto de atrás, el negro se resistió y mató a uno de los secuestradores que iba en el auto de atrás», relató Graciela.

A partir de ese hecho comenzó un enzañamiento con todos los secuestrados que habían estado presentes en ese operativo. La zaña era porque ninguno había delatado al «Negro Lito» y las torturas se intensificaron para averiguar cuál de todos ellos lo conocía.

«Las torturas se intensificaron para sacar información sobre quién era ese muchacho. Cuando supieron que era conocido mío de militancia empezó la tortura más terrible. Me llevaban todas las noches y me golpeaban con palos y trompadas. Una de esas veces, Romero me levantó la venda y me dijo que lo mirara bien porque ni bien me pudieran matar lo iba a hacer él» comentó.

El camino hacia la libertad

En julio de 1977 Graciela fue llevada por primera vez de visita a la casa de sus padres. Recuerda que ese momento fue muy triste porque su papá quería ayudarla de cualquier manera. «Él quería que habláramos con los jueces o que me fuera del país. Le dije que no por miedo a que tomaran represalias con mis compañeros. Además, nunca le dije que estuve secuestrada en La Perla», recordó.

En abril de 1978 entró en la cuadra Luís Alberto González, que en ese momento comenzaba a ser jefe de custodia en La Perla. Ese día decidió que Ana illiovich, Liliana Callizo y Graciela quedaran en libertad. «Nos dijo que nos subiéramos a un auto y nos sacó de La Perla. Yo estuve en la casa de la abuela de Ana durante tres meses. Al año siguiente me volví a Río Cuarto y posteriormente al sur. Estuve tres meses hasta que me llegó el pasaporte y me fui a España», declaró.

«Me senté en el avión y cuando despegó, miré al suelo y dije que aquí quedan mis muertos, pero algún día voy a volver».

Graciela llegó a Madrid y comenzó a moverse para encontrarse con otros exiliados. En mayo de 1979 se reunió con varios  de ellos buscando ayuda para armar un testimonio. Sin embargo reconoció sentirse siempre sola, dentro y fuera de La Perla.

Luego viajó a Ginebra para presentar su testimonio ante la Organización de Naciones Unidas (ONU ), ahí pidió a las autoridades Suiza el asilo político. A partir de ahí comenzó la persecución hacia sus familiares que quedaron en Argentina.

«Llamaban a la casa de mis padres y le ponían la grabación de una sesión de tortura en donde una mujer gritaba de dolor. Yo decidí hacer público mi caso porque sino los iban a matar a todos, no podía ser que continuaran con los métodos de extorsión. Presenté la denuncia ante las autoridades de la Comisión de Derechos Humanos. Nosotros, los sobrevivientes, éramos los mensajeros de la muerte».

Finalmente, Graciela logró que la persecución hacia sus familiares cesara luego de numerosas presentaciones ante autoridades de la ONU y representantes de Argentina en el organismo de Ginebra. En la actualidad, es abogada y trabaja para una repartición de la ONU que se ocupa de casos de violaciones a Derechos Humanos sociales y políticos.