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Juan Arabel presenta «Un ínfimo hilo de luz»

17-08-2016 / Agenda, Reseñas
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Este jueves 18 de agosto a las 21 horas, el músico compartirá las obras de su excelente trabajo recientemente editado. Aquí un recorrido y una invitación a la entrevista realizada por Boletín Folklore.


Juan Arabel presenta «Un ínfimo hilo de luz»

Por | redaccion351@gmail.com

Hay vueltas de la escritura en que la primera persona puede llegar a ser inevitable para abrazar a un artista. No tiene que ver con una repetición de planos autorreferenciales desdoblados en anécdotas que sitúan al emisor en el centro de lo que se quiere decir. No… Lo que se puede querer decir, con apenas dos o tres vivencias, es la belleza de quien se aparece y mejora la vida.

Una primera persona desde alguien que juega a resumir la experiencia de muchos en el encuentro con un trabajo que emociona.

Se puede decir, por ejemplo:

Yo, que soy habitante de este tiempo y lugar, estoy escuchando a un músico riojano y cordobés que se llama Juan Arabel. Un artista de este tiempo y lugar. Nunca lo había visto ni escuchado más que por algún tema suelto de su primer disco y tuve la suerte de verlo por primera vez el viernes 3 de junio de 2016 en un rincón de Córdoba, a un metro y medio de otro Juan, de apellido Falú. El tipo ahí, celebrando a un tocayo querido, poniéndole voz, con toda su emoción, a la obra de un tucumano de este tiempo y lugar.

Yo, que no entiendo de estéticas, recibí un disco que se presenta con una especie de estuche móvil, corredizo, de color azul sobrio, uniforme, donde sólo se lee, en el centro, «Un ínfimo hilo de luz». Nada más. Sólo eso. Con una tipografía sobria. Y me acordé de Juan, su figura, su estar sobrio en el escenario.

Estoy presintiendo, mientras escribo, alguna sonrisa que se pueda dibujar en quienes dirán, mitad en serio, mitad en broma, «¿Juan sobrio? ¿Con lo que le gusta el vino? ¡Imposible!» Le gustará el vino, como corresponde. Pero hablo de otra sobriedad. La del estuche del disco, donde no se lee «Juan Arabel».

Tampoco aparece su nombre al descubrir la cajita. En el centro del blanco uniforme de la tapa, otra vez sólo el título. En la contratapa, sólo la lista de las nueve canciones. Al abrir la caja, el disco. Otra vez: «Un ínfimo hijo de luz».

¿Se lee «Juan Arabel» en algún lado? Sólo en los perfiles de la caja, chiquito.

Yo, que no entiendo de estéticas, pienso: «Qué maestro… Lo segundo que me llega de este tipo es un disco donde eligió correr del centro su propio nombre y dejar la poesía, la música, lo que importa. «Un ínfimo hilo de luz». Sería suficiente «Un hilo de luz» para dejarnos pensar en eso que ilumina y salva en medio de la oscuridad. Acá es más chiquito. El hilo es «ínfimo». Lo diminuto de lo diminuto.

Yo, que anoto líneas cuando leo, recupero una del Informe sobre Ciegos. «…Pero aquel instante de lucidez fue apenas un relámpago que iluminó los abismos.» Y pienso en Sabato, en el placer interminable de su lectura, y estoy por escuchar un disco que puede ser otro placer interminable, de un músico de un tiempo y lugar igual al mío. Un tipo que me puedo cruzar en la calle.

Yo, que como tantos ando buscando música de por estos lados, pongo el disco a girar. Ya está sonando. Los primeros segundos, antes de la letra, son universales. Hasta que escucho:

Carnaval que te me has ido
sólo llorando quedó…
Mi caja corazón chayero
que algún amigo llevó…

Yo, que jamás estuve en La Rioja, estoy escuchando cuatro versos que hablan de una tierra nuevamente celebrada. La música de la segunda estrofa acerca paisajes que tendré que conocer. Leo y escucho a Juan en voz y guitarra criolla; a Fede Lucero en guitarra eléctrica; a Luciano Maro en contrabajo, a Amaro Ferraris en batería; a José «Jozho» Tello en bombo; a Lucas Millicay en accesorios. Pasados los primeros segundos, hay un momento de búsqueda entre platos de todos los tamaños y cruces de cuerdas de todos los largos. Y un solo de guitarra sobre una base perfecta.

Yo, que pensaba en un disco de nuevas canciones de raíz con instrumentaciones simples, estoy escuchando una apertura que me enseña otra vez a desatarme tantos preconceptos. Y un solo que rebota por momentos en «Alarma entre los ángeles» o en nombres y apellidos de gringos geniales. Pero apenas surgen más rebotes, aparece un carnaval de cajas y cantos que quieren despertar, enharinando sangres. Un verano, una chinita, el verde de la albahaca, la tierra donde se habrá de volver, desde la vida y la poesía.

Entre cruces acústicos y eléctricos, dice «De la noche a la mañana»:

A veces me quedo solo
miro ciego y no me encuentro
me doy cuenta que las coplas
me llevaron bien adentro.
Lejos donde arde la sangre
su caudal de arena y viento.

Yo, que estoy escuchando esto, en este tiempo y lugar, adivino fácil que los hallazgos instrumentales no surgieron precisamente así, «de la noche a la mañana»; que las búsquedas podrán saltar lugares y tiempos, montadas en ese contrabajo que acompaña los arpegios de la guitarra. La música en cada respiro necesario. Un instante de lucidez que se repite en cada arreglo de Fede Lucero.

Yo, que escucho sólo la partecita de un camino que sabrá crecer, anoto: el disco se llama «Un ínfimo hilo de luz». El guitarrista se llama «Lucero». ¡Apa! Recorriendo y entendiendo.

¿Qué hay que entender con «Viene Zambita»? Que esas cuerdas de guitarra y contrabajo nos ponen en el centro de la belleza. Que todos los que podamos escuchar, también podremos refugiarnos en esos domingos de pueblo.

Yo, que vengo de un pueblo y sé de algunos domingos interminables, tengo una canción nueva para desandar nostalgias, una zamba que sabrá envejecer con mis pequeñas cosas, parecidas a las de cualquiera que pueda decir «yo escuché a Juan cantando eso que parece escrito para mí.»

Juan Arabel – «Viene zambita»

 

Casi como un ir y venir por pequeños desarraigos y grandes abrazos, un «Dejo de raíz»:

Ser un dejo de raíz que anida el alma.
Secreta soledad que se deshoja,
salir del corazón hecho vidala;
sembrándonos la vida entre las sombras.

Yo, como cualquier chango nacido en un pueblo sin cerros, igual los veo por esos vientos que atraviesan la canción. Leo y escucho a Gonzalo José en sintetizador, a Nick Homes en clarinete bajo y saxo soprano, a Rubén Ordóñez en coros.

Dejo que suene «Para renovar los días» y es otra forma de luz, cantada junto a Rubén, con el retumbar de la caja de José Tello. Entre patios de febrero, leo a Clara Presta antes de que suene su acordeón. Y cuando suena, me voy al sol, a quedarme un rato con ese final de tarde. Pero es la mañana y entonces me dejo llevar por un montaje de película hacia la tarde que se viene. Y ahí me quedo.

Eso que hace un rato leí en el centro de la caja nombrando la música de Juan, suena diferente a los arpegios que imaginé. La canción «Un ínfimo hilo de luz» irrumpe a golpe de bombos y cajas, «con la palabra en bandera». Y cuando la escucha se alza a ritmo de manifiesto, aparecen arpegios leves. Yo, que me como todos los amagues, vuelvo a dar gracias y escucho a Ramón Navarro, entre versos de estrellas y piedras, decir «sólo queda la esperanza, para qué más.»

Y escucho un piano, por primera vez en el disco. Escribo Joel Lichtenstein. Me fijo de poner bien el apellido y de volver sobre los versos de «Era una flor», todos de amor, de inviernos y distancias. «Yo sé que no vuelve más el verano en que me amabas» dice algo que no sé por qué se aparece, entre tantos versos que podrían aparecer. Y me digo que la belleza de la letra de Juan recién está naciendo. Que tal vez sea necesario algún tiempo para ver qué pasa con esta nueva creación.

Y pienso lo mismo al escuchar «Colibrí», como cualquiera que escuche un valsecito y recorra memorias del Perú. Leo y escucho a Diego Clark, dejo venir con su nombre al trío o al quinteto de Horacio Burgos, a la Orquesta de Objetos, a los proyectos que incluyen a Diego, ahora con Juan, llevando el ritmo con su cajón.

Ya estoy llegando al final y sabré volver a escuchar. Yo, que no soy cantor vidalero, escucho a Juan cantar sobre eso que no podrá dejar de ser, porque en esas músicas y estrofas hay un sentir de su tiempo y lugar, de sus raíces y andares futuros, resumidos en el canto compartido, en las voces de Martín Molina Torres, en los versos recitados por el Negro Cortez, en la melodía alta de las cañas de Ramón Navarro hijo.

Yo, que sigo escuchando «Un ínfimo hilo de luz», escribo para nadie y tal vez para alguien que ha escuchado a Juan, a sus nuevas canciones, y de repente, bajando por Chacabuco, en pleno centro de Córdoba, se lo cruza en una esquina, esperando un bondi para ir a dar clases, y le pregunta cuándo lo va a presentar, y responde «este jueves».

Ese alguien podrá visitar el espacio Boletín Folklore y saber más de Juan, en una entrevista imperdible. Saber, por ejemplo, que subirá al escenario del Auditorio de la Facultad de Lenguas junto a Lucas Millicay en percusión; Gonzalo José en piano; Rubén Ordóñez en voz; Alfredo Guerra en guitarras; Juan Herrera en flauta traversa y ewi; Memi Vietto en voz y María Belén Bianchi en danza.

Yo, que no soy quien escribe sino cualquiera que anda emocionándose con las cosas que suenan cerca, sabré entender, una vez más, que la belleza nacida a la vuelta de la esquina sigue esperando muchos más corazones y mientras espera, sigue naciendo. Que su vuelo dependerá de ese «yo» sin nombre ni apellido, resumidor sin permiso de sensibilidades que ojalá se acerquen este jueves a la presentación del nuevo disco de Juan, para mirarse y escucharse en sus canciones, para ensanchar ese ínfimo hilo de luz hacia cualquier tiempo y lugar.

Agendá:

Juan Arabel presenta «Un ínfimo hilo de luz».

Jueves 18 de agosto – 21 horas.

Auditorio de la Facultad de Lenguas – Vélez Sarsfield 187. 

Entrada anticipada: $120 en Punta y Hacha (Belgrano 612) – En puerta: $150. Entrada + disco: $200.