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José Luis Aguirre en vivo

26-11-2014 / Agenda, Reseñas
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Uno de los referentes más interesantes de la canción de raíz se presenta este viernes 28 de noviembre a las 21 horas en la Sala de las Américas. Un acercamiento a su obra como invitación al cierre de su ciclo «Morral Pueblero».


José Luis Aguirre en vivo

Por | redaccion351@gmail.com

Traslasierra. Región de Córdoba que lleva en su nombre la mirada histórica del este, siempre dominante. Los libros dicen que casi todo lo que somos comenzó a suceder desde ese río ancho y marrón, hospitalario como pocos. Conquistadores medievales, mercaderes que insistieron, inmigrantes librados a su destino, casi todo vino desde allí, por agua, en carabela, bergantín o vapor. Podrían haber hecho como Elcano, cruzando el estrecho de su cumpa finado, subiendo por el Pacífico y luego, la gran Fitzcarraldo, trepando montañas en barco, pero no, demasiado complicado. Desde entonces, y desde el este, nacieron ciudades, capitales de provincia, miradores claves en la asignación de nomenclaturas: lo que exista detrás de aquellas Sierras que se ven claritas después de una lluvia, será Traslasierra.

Una cantata celebra los años del Cura Brochero, hombre importante entre muchos que reordenaron los signos y cambiaron «destino» por «sentido»: Traslasierra. Aquí nos quedamos. Aquí sabremos escribir nuestra historia. El valle habrá de expandirse y desde San Luis y La Rioja vendrán miradas que enriquezcan. Del cruce de caminos florecerán artistas que llevarán lejos nuestro paisaje.

De ese valle abierto al canto de los vientos nos interesa un chango. Algunas marcas para abordarlo.

José Luis Aguirre nació Villa Dolores, en 1979. Como los «Chuncanitos del río» que su chacarera nombra, anduvo su infancia «milagreando por la siesta». Sus parientes y amigos, de a montones, lo vieron crecer desparejo. Algo había detrás de los redondeles de esos ojos más negros y redondos que los de cualquiera; a contramano de la destreza familiar para el deporte, espiando las andanzas de un tío, algo se anunció entre sus manos cuando apareció una guitarra. Un presagio manso, dador de alegría hecha frente para encarar épocas de todas las suertes.

Las pircas que remontan los cerros guardan el mapa de sus primeros viajes, entre coplas esperanzadas y silencios jodidos. Las calles de Córdoba registran sus mañanas, tardes, noches y madrugadas, tomando clases de guitarra en La Colmena con músicos como Héctor Tortosa; tomando nota de sonidos urbanos que se fueron metiendo entre los acordes; tomando aliento para subir escenarios contentos de verlo llegar; tomando un vino para apuntar versos cada vez más logrados.

Entre tantos amores, la vida le dio tres hijos que llevan su sabia; tres paisajes de la provincia que guardan sus raíces y tres discos editados que reparten sus flores.

Con la bendición de un viejo sabio, dueño de un bar sagrado en Villa Dolores, echó a andar el primer disco. De la mano de sus composiciones, Los Nietos de Don Gauna transitaron escenarios de todos los tamaños. De la mano de sus dos trabajos como solista, “Pintura de pago chico” y “Gajito ‘i Luna”, su música ganó más de lo que tanto cuesta: hondura y complejidad, los sinónimos más dignos de la belleza.

Los párrafos transcurridos y otros tantos que vienen, giran felices alrededor de eso que un chango hizo nacer, de andar “recopilando cosas que dice la gente que tiene alrededor”, como alguna vez confesó.

Hay que hacer gracia de esa humildad sincera, porque lo que suena en sus trabajos desborda talento, destreza para captar los signos de un destino abrigado por cruces de historias y músicas, y lograr, con tonadas, zambas, gatos y chacareras, un nuevo sentido, o una continuidad, como planteó alguna otra vez, cuando invitado a una charla sobre la nueva canción folclórica, propuso hablar, mejor, de la continuidad del canto de raíz.

En dos puñados de pinturas, con el canto montado en una melodía atenta a las curvas y contracurvas de los caminos que recorrió una y mil veces, Aguirre plasma sus formas, que no son simples, como pretenden algunas valoraciones. El canto de las «cosas simples» puede ser consecuentemente simple, plasmado en melodías y palabras que antes que las «cosas simples», revelan un horizonte acotado, o por el contrario, puede ser complejo, amigo del esfuerzo por encontrar sorpresas en el entramado de arpegios y descripciones. Antes que su poesía proyecte rasgos chiquitos de las vidas que lo inspiran hacia imágenes universales, los acordes que José Luis hilvana en el inicio de sus zambas o tonadas anticipan el color de esos personajes de Traslasierra, como Don Gauna, o como Marcos Domínguez, viejo solitario, nacido y criado en la montaña desde hace más de un siglo. En “Más de cien inviernos”, José le pregunta “¿cómo se puede vivir tanto, con tanto y tan poquito?”.

Más de cien inviernos.

 

Un recorrido por sus trabajos encuentra saludos  a locos lindos como Hugo Fuentes en «El notable», a la peña de la Piripincha en Cosquín, al cuarteto transerrano en “La gallina Cocorita”, a los hijos en “Gajito i’ luna”, a la hondura de esas vidas que le hicieron escribir “Coyita”, “La Pochanita” o «Zamba del pirquero» («Brillo de mica en los ojos, piel de piedra en las manos»), a los ríos serranos en “Agüita que vas, agüita que vienes”, o en “Río de los sauces”, al “Vientito de Achala”, al «Humilde abrigo» de los ranchos, a las vivencias hermosas resumidas en “Valle” o “Susú”, composición que inicia con una guitarra inspiradísima y emociona con un vuelo de voz en el final.

Otras búsquedas se proponen en «Transerrana», en “Tonada para una tonada”, en “Bailecito”, en “Homenaje”, en «Mi serrana, mi bien». Los versos reparten formas del amor a una música que es puro paisaje de cerros, viñedos y álamos, a una chuncanita del pago y al que se pone en juego en las despedidas, esas que José Luis viene sumando y restando en sus idas y venidas por Traslasierra, Paravachasca y Córdoba Capital. Entre recitados como «La Carga», sobre los pesares arraigados en el alma, o como «Resistencia» sobre los lugares «tierra», «casa», «lumbre», «patio», «patria», «bombo», «trasnoche», «mesa larga», «duende», «de resistencia», «de esperanza», se alternan estrofas que dan la talla de esa continuidad defendida, emparejando sus versos con muchos de los mejores que hemos recibido por obra de los grandes referentes. En alguna zamba, José pinta al hombre y su paisaje en metáforas que no se terminan. «Bajando la sierra, la piedra es latido, la muerte es hermana, el caballo uno mismo».

«Vientito de Achala»

 

La obra de un artista que es pura generosidad encuentra amistades y motivos frecuentes para compartir escenarios. Este viernes, en La Sala de las Américas, José Luis cierra un ciclo que resume su vida. Las dos primeras juntadas en Cocina de Culturas celebraron capítulos centrales de su camino: «El viaje urbano» y «El regreso a la tierra». «La Córdoba de los encuentros», tercera y última entrega, expresa este tiempo de abrazos con amigos y hermanos, como el riojano Ramiro González, como los chicos de La Cruza, Algarroba.com, Los Duendes del Parque, la Orquesta de Vientos Andinos, y sus cumpas en Los Nietos de Don Gauna, entre otros a quienes hasta les dedicó un tango.

Como un llamado anticipado al «Don Carnaval» de su copla, «viejo de andar en cien farras a la vez», José Luis hará bailar al Negro Valdivia y a la Pirincha. Será una fiesta, con el jolgorio propio de una noche entre amigos, pero también con momentos de silencios cantados, o trazados apenas por una guitarra, formas de dimensionar esos sinónimos más dignos de una belleza que no dejamos de buscar, para reordenar signos y darle sentido al destino.

 

Agendá:

José Luis Aguirre y amigos. 

Viernes 28 de noviembre – 21 horas. 

Sala de las Américas – Ciudad Universitaria.

Entradas anticipadas en Edén: $77. En Puerta: $90