¡Imperdible!

Fernández 4 por primera vez en Córdoba

26-08-2015 / Agenda, Reseñas
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Ese sábado 29 de agosto desde las 21.30 horas en Studio Theater, una fiesta de la música con la presentación de «No Fear», primero disco de la gran banda de Cirilo Fernández. En la previa, los locales OMVR.


Fernández 4 por primera vez en Córdoba

Por | redaccion351@gmail.com

El viento sucio de agosto le bajó las pestañas al doblar por Chacabuco. Un peligro esos cordones desatados en bajada.

Illía, Corrientes, Entre Ríos, San Jerónimo. Bocinas, trépanos, silbatos, escapes. A ruido de locos, disco de locos y medios en los auriculares gordos. «No Fear». Fernández 4. Mañana triunfal camino al banco.

El buen ánimo persistía desde la noche anterior. La tapa del primer disco de la formación, editado en 2014, le había hecho decir Xul Solar en futuro. Del otro lado, una catorcena de títulos divinos. Adentro, cuatro ingenieros químicos peligrosísimos: Nicolás Sorín; Mariano Sívori; Daniel «Pipi» Piazzolla; Cirilo Fernández. Synth y voces; contrabajo; batería; piano, Rhodes y guitarra. ¿Por qué Rhodes con mayúscula? Porque Harold.

Larga cola en el banco para un trámite imposible desde internet. Total «Sin miedo», pensó, y soltó la flecha. Los primeros cuarenta y cinco segundos le bajaron los cambios al apuro natural. Quiso seguir la batería con la punta del pie derecho, tan acostumbrado a las baldosas, pero cuando captó el compás de «Hack To Shack», el ritmo cambió de vereda y el piano impacientó la geometría. Cuando se dejó llevar por el bajo, enloqueció la batería. «Otra vez la bestia peluda», dijo. «¿Y el piano? ¿Qué es todo esto?» El verso del final le abrió los ojos.

Tres metros de espacio libre para avanzar, una manito en el hombro y un par de “Dale flaco” lo deshipnotizaron. La vuelta de la cola le acercó una dama con cara de inicio de “Dane”: “Come on Baby… Give me to me”. “Pará un poquito” respondió con el hemisferio derecho. El Rodhes le enarcó una ceja. Se imaginó toda la película, desvió la mirada y se sonrió. Miró la hora, levantó la cabeza y pensó: «Qué lindos chicos estos cuatro…»

Dane

 

El primer giro por ese caminito de manos con papeles dejó ver el cambio de luz en la calle. Lo que sonó llegando al minuto de «Brion» le hizo decir “Viaje a un Minúsculo Planeta” en presente, antes de otro cambio en el gris de las sombras y en la forma de escuchar. Pensó en el hábito de encontrar conexiones lejanas para una música cercana y se aburrió. «¿Cuál es la necesidad de establecer comparaciones?» Se acordó del famoso enojo de Spinetta cuando compararon Invisible con King Crimson y se imaginó un trayecto inverso. «¿Como sería escuchar de allá para acá?»

Por fin leyó “Caja 5”. Puso pausa, dijo “Buen día”, pasó los papeles por la ranura, firmó, aclaró y documentó junto a las cruces, repitió “Buen día y salió con el Rodhes de “Tag” al cielo indeciso. Pensó en alguna voz cercana a la de Nicolás Sorín. Tal vez Anticásper, pero tampoco. No la encontró en cosa parecida a esa base desfragmentada de contrabajo y batería. Pensó: «Estos tipos son cubistas. ¡Los señoritos de Avignón!

Tag

 

Llegando a la plaza, cerca del Cabildo, la intro de “No Fear” le recordó la visita de Leo Masliah al Festival de Poesía, allá por marzo. Más cerca, pensó en Náger y Tolosa. El corte y las escalas disparadas a medio camino, con la bata corriendo de la policía, le distrajeron el andar sobre los malditos adoquines y el tropiezo le alegró el día a las palomas.

La vergüenza de la caída lo sentó en un banco para frotarse el tobillo y el orgullo. “Anyone” le puso cara de perro que escuchó una guitarra donde esperaba un piano. El recuerdo feliz de ese par de meses en que «Adentro hay un jardín» no paraba de sonar le devolvió la sonrisa. Cerca de las peatonales, sin el ruido de los motores en primer plano, pudo disfrutar el sonido del contrabajo de Mariano Sívori. El placer lo devolvió a “Dane” y otra vez a “Anyone”. Le dio la bienvenida a “Contineous Rerun” y antes de la tormenta de palomas sobre el criollito que dejó caer un mocoso de porquería bellísimo, se ató los cordones y siguió camino por la veredita que bordea los adoquines.

“Walk Over” lo metió de cabeza en una galería de la Deán Funes, a esa hora de la tarde en que las baterías y los contrabajos desacomodan todas las vidrieras y el rock le pide permiso al jazz para gritarle barbaridades hermosas a “Pipi” Piazzolla. El crescendo atravesado por la guitarra torció la salida y no supo cómo fue a dar con los paredones de la Legislatura.

Pensó en todo lo que había escuchado. Recién pasaba la mitad del disco. Después de varios intentos fallidos con el maldito teclado táctil, es decir, después de “Cirlo Fetnandme”; de “Cutiño Fwtn”; de “Cirilp Gerbs”, logró “Cirilo Fernández”. Pensó para qué quería escribirlo. Ya lo recordaría. ¿Además del Cirilo de “Señorita Maestra”, qué otro Cirilo conocía? Dejó sonar “Odalchiz”, con el piano marcando un tunga tunga insólito, el aro del redoblante liberando el parche a un cuartetazo-ska demoledor y fugaz, el cambio de marcha para llevar a pasear el contrabajo por la peatonal y la voz de Sorín por las perillas. Un final abrupto le recordó a su compañero de trabajo, el «Car’e choque».

Odalchiz

 

La secuencia «Base» de sintetizador – piano en mano derecha – piano en mano izquierda – contrabajo sobre la melodía de mano izquierda – batería sobre los cortes – distorsión del sonido – disloque de platos – aceleración de la mano derecha – batería medida en micras – regreso del sintetizador (porque «Synth» es para gente «cool», pensó, y se le vino la letra de «Músculos»… Se miró caminando por Colón sin despertar un solo «guau», le tiró un beso al Bocha Sokol y le dejó «Synth» a otra gente) – regreso a la velocidad  – regreso de la letra a las piñas – «Eterno regreso al caos» – ¡Sur Oculto! No pudo evitarlo.

Enredado en la cajita musical del comienzo de «Anfang», el contrabajo rebotó en cualquier aparición de Seimandi; la melodía en el Milton Arias de «64. Antes del fin» y la batería en Pablo González versión Trío El comienzo. La letra lo llevó de viaje por las afueras del continente y en el final, las vueltas de la melodía lo trajeron a «Un sueño inmenso». Influencia o no, ¿cómo que la música de por acá no puede servir de referencia?

 

Ya era el atardecer. Pensó en los suburbios del piano. ¿Cómo un piano podría tener suburbios?  «Ende», o los suburbios gravísimos del oeste, le dieron la mano para cruzar la avenida Olmos contra el sol de las seis, esa yema de campo hundiéndose en línea recta, encegueciendo el asfalto por donde los Ingaramo habrán pasado miles de veces antes del piano genial de Cirilo.

Contramano en subida por Maipú hacia Rosario de Santa Fé. Piernas cansadas. Miró la pantalla para ver el nombre de la locura que estaba sonando y leyó «Kua Nalu». Googleó algo en Hawai y le importó menos que la ciclotimia de los instrumentos, de primer tiempo parejo, con llegadas claras, y complemento descontrolado, como cuando era chico, recordó, y de bien que estaba jugando, se enojaba y agarraba todo a las patadas. Se rió solo de las frases que durmieron por años en la memoria y se despertaron a los cuatro minutos y medio de «Kua Nalu». «Ora vez le agarró la loca. Déjenlo que se le pasa solo» decía su madre, o «¿Y? ¿Ya te pasó la loca?» Toda la cuadra de Maipú, de Olmos a 25 de mayo, a las carcajadas: «Le agarró la loca a la batería!» Ahí cerca, por Lima, no hace mucho, también le había agarrado la loca a la batería de La Desatanudos. «¿En qué andará Caballero?» se preguntó.

Kua Nalu

 

Llegando a Rosario de Santa Fé, «la loca» de la batería se mudó a «No hay 2 sin 3». Las muñecas de «Pipi» Piazzolla en los ocho minutos del último tema se ganaron otro insulto sagrado. El piano de Cirilo, a lo Geoffrey Rush-David Helfgott en «Shine», revoloteando como el moscardón de un barba ruso, y el contrabajo de Sívori, tratando de poner orden, cansándose rápido y tirándose de bomba en un pelotero de notas, le hicieron anotar «No Fear» en la lista del hemisferio derecho que guarda los discos buenos para aflojar tuercas y morirse de risa de los géneros.

Norsk – Fernández 4 + 1

 

Como si lo hubiera calculado, llegó a la esquina de Rosario de Santa Fe con los últimos segundos de «No Fear». Pasó frente a Studio Theater, se adivinó en la noche del sábado 29 de agosto con la pelambre desordenada después de ver a los Fernández 4 convertidos en 5 con la incorporación de Sebastián Lans en guitarra, y regresó en «Colectivo», el gran disco de OMVR, selección local integrada por Nicolás Ocampo en saxo, Fernándo Méndez en bajo; Eduardo Valdés en guitarra y Matías Romero en batería.

OMVR

 

Tarde, ya de madrugada, en terapia con la almohada después de haber leído sobre viajes, premios y demás cuestiones, intentó dimensionar los músicos sobre el escenario del último fin de semana de agosto. La cuenta no termina.

Agendá:

Fernández 4 en vivo.

Banda apertura: OMVR. 

Sábado 29 de agosto – 21.30 horas.

Studio Theater – Rosario de Santa Fe 272. 

Entradas: $130 en Edén