Menos Mitos

Los Defensores de Causas Perdidas. Capítulo 23

18-03-2018 / Lecturas, Menos Mitos
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En algún punto del fantástico y remoto espacio tiempo en que se suceden los hechos narrados en la presente novela reside un templo donde algunas edades no llegan en vano. Aquí las pruebas.


Los Defensores de Causas Perdidas. Capítulo 23

Por Juan Fragueiro.

Pintura: Egon Schiele.

Capítulo 23

Una anécdota ancestralmente antigua.

«Korvazwchofona fue la nación de las historias imposibles, el país delirante de los malformados Defensores de Causas Perdidas… Y fue también, en otros tiempos, un hervidero de pasiones incontroladas, desencontradas.

En virtud de un decreto gubernamental, los primitivos pobladores no podían ni debían continuar castos y puros después de cumplir los 14 años. Para lograr que semejante ordenanza se cumpliera, todas las familias poseían un Bono de Ayuda con el que obtenían grandes descuentos en la Tienda del Amor, un emporio de lujuria y placeres ubicado frente a la Plaza Pública Número Dos.

El tatarabuelo del bisabuelo del emperador Loto Segundo fue el encargado de inaugurarla, siendo seducido por una mocosa de quince años. En honor al pudor y respeto que los pobladores sentían por sus ancianos conciudadanos, la Tienda del Amor nunca tuvo en su frente un cartel visible que la identificara. Sólo se conocía el lugar por referencias históricas transmitidas oralmente de generación en generación. Esta tradición dio lugar a no pocas Tiendas Truchas que, apoyadas en la similitud de referencias históricas respecto de la verdadera Tienda, usufructuaban el negocio de los placeres.

Los interesados en acceder a los servicios de la Tienda del Amor debían exhibir un cartoncito amarillo y el documento. El ingreso era apto para mayores de 14 y hasta 89 años cumplidos, edad límite para el funcionamiento óptimo de la saludable gimnasia amatoria.

En ese local se conocieron dos que más tarde harían historia gracias a sus descendientes, pero que en aquella ocasión eran sólo dos adolescentes inexpertos en cuestiones de alcoba. Su arribo a la Tienda del Amor acaeció un 28 de diciembre de vayaunoasaberqué año. Ese día, la Tienda no cobraba entrada a los turistas y premiaba a quienes sorprendieran a un jurado establecido ad hoc con un debut espectacular, enviándolos un mes a una isla del Caribe bajo obvias influencias capitalistas.

Estos dos jóvenes de los cuales se narra la breve historia, dejaron en la alcoba asignada todo el fuego de sus juveniles e impetuosos años. Él, un avezado estudiante de las Ciencias del Ocio, concurrió en compañía de ocho pequineses a los cuales cuidaba y amaestraba. Nervioso, por ser ésta su primera vez, ingresó con los ocho cancitos de Pekín. Ella, sin más estudios que los relativos a las artes culinarias, asistió con una docena de pastelitos de dulce de membrillo. Su entrada a la Tienda del Amor fue triunfal… Y grotesca. No vio el escalón del ingreso, tropezó y el membrillo en su cara sirvió para ocultar el sonrojamiento pudoroso que la asaltaba. En una actitud caballeresca, el joven acudió en su ayuda y, tal vez por su desaforada calentura, tal vez por amor a primera vista, tal vez por los dardos certeros de Cupido, los dos se entreveraron en una figura erótica, pulidamente labrada, en la puerta misma de la Tienda del Amor.

El comité recepcionista otorgó el Primer Premio a los párvulos, quienes se casaron al poco tiempo presionados por la fama y por la gente, que les pedía autógrafos, pero más presionados aún por los padres. Compartieron la luna de miel en la isla del Caribe, a la que viajaron con todos los gastos pagos. A su regreso, la gente los había olvidado.

La fama era algo bastante breve en Korvazwchofona.»