El cronista de la sed

Soy un ITS

2-04-2017 / El Cronista de la Sed, Lecturas
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Historia de hace 35 años, apenas pasada la guerra de Malvinas, cuando un número de tres cifras podía significar el pasaporte al Servicio Militar y una sigla de tres letras el certificado de la libertad.


Soy un ITS

Por Fer Vélez.

La foto que vemos fue tomada el 19 de junio de 2103. Se pueden ver las cuadras donde se realizaban las revisaciones médicas en el Batallón 141 de la ciudad de Córdoba. Mi historia es como la de cualquier otro que pasó por una revisación médica ahí.

A fines de 1982 me sortearon para realizar el servicio militar obligatorio. En noviembre había cumplido los 18 años. La noche del sorteo me junté con un amigo que estaba en la misma, compramos 4 botellas de vino para los dos. Si nos salvábamos, festejábamos, y si entrábamos, nos chupábamos.

Ese año la clase era numerosa así que se eximían del servicio desde el número 300 hacia abajo. No tuvimos suerte, mi amigo anduvo como por el 800 y yo saqué el 748. No sólo era desazón lo que sentíamos, también teníamos temor, éramos cobardes. En ese tiempo la democracia se asomaba con recelo en el horizonte. Nos chupamos y en ese estado fui derecho a la escuela. El celador me mandó a mi casa. La revisación médica la realizaría en febrero o marzo de 1983, no recuerdo bien. Nos quedaba una chance: zafar en la revisación.

Tomamos caminos diferentes, había muchas recetas… A último momento, mi amigo decidió hacerse pasar por loco en el test psicológico. Lo asesoró una psicóloga amiga de su familia. Yo seguí el camino físico debido a una afección cardíaca que tenía. Antes de la revisación, fui a ver mi cardiólogo, el Dr. Clariá Olmedo, que además se desempeñaba en la dirección del Hospital Militar. Yo pensaba que lo tenía abrochado al asunto. “Usted no tiene nada” me dijo, después de revisar todos los estudios. “Usted no se salva”, concluyó. «No puede ser… No puede ser -me decía a mí mismo-, «yo me voy a salvar».

Me mentalicé y concurrí a la revisación. Como éramos tantos nos dividían por días según el número de sorteo. Eran las 6 de la mañana y hacía calor. El panorama de la situación era como la visión de un sueño. Creo que esa es la única vez que he podido ver en persona semejante diversidad. Era como si saliéramos de un agujero en el piso y ahí estábamos… Los asustados de la ciudad, los deprimidos, los tullidos acompañados por su madre, los serranos salidos del interior de una piedra, los gauchos que hablan fuerte, los locos, los putos de traje, los travestis, los contentos y valerosos orgullosos de servir a la patria… Todos juntos conversando en la fila. Ahora pienso: ¡qué maravilla! ¡Toda una muestra de la clase 65 puesta en la calle!

Lo segundo que llamó mi atención fue el hecho de que los travestis y los evidentemente putos por sus ademanes eran sacados de la fila por soldados y conducidos hacia algún lugar del predio que no podíamos ver.

Ya eran las 10 de la mañana y la fila no se movía. De repente vemos volver caminando con sus tacos a uno de los travestis de la fila, acompañado de un soldado. “Espere acá” le dice el conscripto. Era rubia y alta, quedó al lado mío,  «¿Ya está? ¿Tan rápido?», pregunté. Me miró de soslayo mientras acomodaba su cartera. “Yo soy ‘OAD’, pero si ponés el culo o chupás una verga sacás un ‘DAF’” me dijo. Creo que me puse pálido al oírla y guarde silencio. Al ratito volvió el soldado y se la llevó.

Como a las 12 nos tocó pasar a la cuadra para la revisación. El lugar era largo y ancho, dividido por mamparas de madera y vidrio. Lo primero que tuvimos que hacer fue desnudarnos completamente. Dejamos la ropa en unas perchas y pasamos a otra sala más grande donde había una fila interminable de colchonetas color naranja en el piso. Todo estaba supervisado por oficiales, soldados y algunas personas de guardapolvo blanco. Cuando toqué con mi pie la colchoneta me quise ir. Era como una trampa para moscas, un engrudo pegajoso hecho con la transpiración de miles. Me costaba levantar los pies porque el pegamento humano te retenía. Nos hicieron poner uno al lado del otro. Vino un oficial con un hombre de guardapolvo blanco y comenzaron a observarnos, uno por uno. Nos miraban de arriba abajo y acto seguido separaban personas con deficiencias físicas: rengos, tuertos, personas con cicatrices, etc.

En medio de la inspección, el oficial dijo a los gritos: “¡Ciudadanosss! ¡El que tenga una afección física que dé un paso al frente!” «¿Qué hago?», pensé… Y di un paso al frente. Fuimos varios, creo que ocho. A continuación el hombre de guardapolvo blanco se acercó a cada uno a preguntar qué tipo de problema físico teníamos. Mientras tanto, el oficial obligaba al resto a tocar las punta de los pies con las manos, pasaba por detrás y les abría las nalgas para observar el ano alumbrando con una linterna.  Yo veía de reojo, apreté fuerte mi culo.

A los ocho que dimos el paso al frente nos separaron del resto y nos llevaron a un patio interior. Allí esperamos horas y horas. A la tarde vino un conscripto con un papelito y nos dijo: “Vuelvan mañana”.

El segundo día no fue en el batallón 141 sino en el Hospital Militar que queda al frente. Éramos unas 20 personas llevadas allí para realizar estudios. En mi caso y el de otros, un electrocardiograma. Estaba nervioso. Mi amigo había engañado a los psicólogos militares y le habían firmado el documento con un «ITS».

Como de costumbre, esperamos horas y horas, hasta las 10 por lo menos. Apareció un militar y llevó a un compañero hacia un cuarto. Habíamos charlado toda la mañana, estaba seguro de que se salvaba. Tenía una cicatriz que le ocupaba todo el pecho producto de una operación  de corazón. Al rato salió, se lo veía más confiado al gordo, lo acompañaba un flaco de guardapolvo. “¿Vélez?” preguntó el enfermero. “Yo”, respondo.

Lo que sigue se escribe en presente porque tal vez sigue sucediendo… Estoy acostado en una camilla, me conectan los electrodos. Pienso en lo que dijo mi cardiólogo, pienso que me quiero salvar, el enfermero me mira y me pregunta: “¿Está bien?”. Asiento con la cabeza. El enfermero sale a fumar al patio. Estoy solo en la habitación, nadie me ve, pienso que me voy a salvar. Comienzo a pellizcarme el cuerpo, me pincho con los alfileres que puse en el bolsillo del pantalón, me rasguño la piel con todas mis fuerzas. Entra el enfermero, me quedo quieto. Vuelve a preguntar: “¿Está bien?” Asiento con la cabeza. Vuelve a salir para fumar, vuelvo a pincharme, me hiperventilo y grito. Entra el enfermero y pregunta: “¿Está bien?” “Sí”, le digo. Me desenchufa, salgo al patio, me encuentro con el gordo y charlamos. Como a la hora aparece un oficial, lo señala al gordo y le dice que no tiene nada… El gordo llora, patalea, se abre la camisa y le muestra la cicatriz en forma de cruz que tienen en el pecho. El oficial responde: «Lo siento, preséntese el día tanto a las 6 horas… ¡Usted Vélez! ¡Acompáñeme!»

Cruzamos la calle hasta el batallón. Me conduce por el patio hasta otra cuadra. El lugar es oscuro y silencioso. «Espere acá”, me ordena. Hay olor a limpio. Todo brilla en la penumbra. Se escuchan puertas que se abren y saludos militares. De pronto aparece. “Sígame”. Abre una puerta y se cuadra con saludo militar. “Prosiga”, le dicen desde una mesa en el fondo del salón. El lugar se me hace eterno. Creo que me van a desaparecer, se me viene encima todo el terror vivido, los muertos, los torturados, los desaparecidos, los presos, los fugados… «Descubrieron a mi familia», pienso. Camino en su dirección, como a la boca del lobo. En el fondo hay una mesa larga, dispuesta de manera transversal respecto del salón, alumbrada por una luz de galpón. Hay tres personas sentadas: dos oficiales y una persona de guardapolvo blanco. Imagino que es mi cardiólogo, me dan ganas de cagar. “¿Vélez Fernando?” pregunta el jefe en tono militar. “Sí”, respondo. Los tres hombres se miran entre sí, guardan silencio y finalmente el médico me pregunta:

-¿Usted es del campo?
-No, vivo en Córdoba -respondo.
-¿Tiene familia? -la pregunta me pone más nervioso.
-Sí.
-¿Usted sabe lo que tiene?
-Me han dicho que tengo una arritmia.
-¿Se está haciendo tratar? -dudo, dudo, no sé qué contestar… ¿qué digo?…
-No…
-Mire… Lo que Usted tiene es muy grave. Se tiene que operar. Si no tiene los medios podemos tratarlo en el Hospital Militar sin costo alguno. Lo podemos internar hoy mismo si quiere…

Se me cae la cara al piso, me desencajo… Pienso que me van a secuestrar, pienso que verdaderamente me quieren ayudar, pienso que van a descubrir mi mentira…

-Les agradezco muchísimo, pero tengo que consultarlo con mi familia, respondo finalmente.

Se miran, se vuelven a mirar y finalmente me firman el documento y lo sellan. Cuando me lo entregan, el jefe me mira a los ojos y me dice: “Vélez, si necesita ayuda médica venga.” “Gracias”, le digo.

El mismo soldado que me trajo me lleva hasta la puerta. Voy temblando todo el camino, que no se termina más, una cinta de Moebius.

En la calle, abro mi documento y leo:  «ITS 241 Pe 21-03». Otra vez aparece mi cara de gato gordo cuando sonríe.

Referencias militares para las condiciones físicas de los ciudadanos:
APTO: Apto el Servicio Militar.
DAF: Deficiente para actividades físicas.
OAD: Orificio anal dilatado.
ITS: Inútil para todo servicio.