Menos Mitos

Robert Crumb. Otro gato, muy distinto

22-03-2017 / Lecturas, Menos Mitos
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¿Cómo esbozar un retrato exacto e imparcial de un gran artista del under mundial, legendario historietista, que en sus confesiones dice haberse excitado con los dibujos de Bugs Bunny, o que su primera erección fue cuando su tía le hacía caballito sobre sus piernas enfundadas en botas tejanas? Aquí un intento.


Robert Crumb. Otro gato, muy distinto

Por Juan Fragueiro.

Robert Crumb es un personaje contemporáneo que ha mamado de protagonistas relacionados a lo “políticamente incorrecto”. Desde Francois Rabelais a Charles Bukowski, desde Alfred E. Neuman (la mítica caricatura de la revista Mad) a Fritz el Gato, sin dejar de lado a Rimbaud.

Con sus dibujos, Crumb se ufana de sus perversiones, obsesiones por las curvas de anatomías exageradas, mujeres pulposas, sin ningún rasgo de ingenuidad ni candor imbécil; el caricaturista por antonomasia es un auténtico subversivo moral. Pero no es el primero en usar mujeres exageradamente anatomizadas. En estas pampas, Alfredo Grondona White o Divito (Rico Tipo), también plasmaron su ideal femenino en las caricaturas. La vida de Crumb es un tiovivo de mundanidad y ruina, de perversión y neurosis. Con un padre absorbido por el estilo de vida americano, una madre adicta a las anfetaminas, su hermano mayor agorafóbico, su hermano menor acosador sexual y maníaco depresivo, no puede haber un escenario más a propósito para que él mismo aporte mayor gracia a su tragedia.

Desde el under, logró alcanzar un reconocimiento masivo a su obra, por eso es en sí mismo un oxímoron de proporciones psicodélicas. “Primero dejé mi adicción al LSD, luego dejé de fumar marihuana y por fin dejé Estados Unidos.”

El padre de Robert tuvo noticias de la fama de su hijo a través de comentarios de sus compañeros de trabajo, aunque nunca tuvo la “valentía” de mirar los cómics. Crumb le escapaba a la fama, más bien era una especie de gurú del under de los ’60, pero sus dibujos empezaron a cotizarse muy bien. Fue buscado por varios cantantes del rock para ilustrar las tapas de sus discos. Una conocida: Janis Joplin.

Otra de las obsesiones de Robert es una colección de aproximadamente 5 mil discos de vinilo y pasta. Después de leer sus historietas más emblemáticas, como «Mr Natural» o «Fritz the Cat», es inevitable pretender echarle una mirada a sus desvaríos personales. De gran ayuda resulta el documental «R. Crumb», producido por David Lynch y dirigido por Terry Zwigoff. Un recorrido psicodélico y deambulante por su pasado, en los relatos de sus hermanos varones, de su madre, de alguna ex novia, de sus editores y de quienes creyeron en su artesanal creación misógina.

Los trazos de tinta negra se van acumulando sobre la pálida hoja. La mano de Crumb es firme aunque sus ojos permanezcan en la lejanía de una miopía trágica para el oficio. Las líneas van tomando la forma de unos labios sensuales, después será la cascada sensual de una melena cuyo perfume es posible sentir. Terminado el rostro, el cuello, los hombros desnudos y provocadores, el dibujante se detiene en la sombra vertiginosa de las nalgas de una mujer real a partir de las cuales el descenso al infierno es una rutina. Así como la indisposición mental de Nietzsche lo apartaba de Cósima, a Crumb esa misma sana y salvaje locura lo lleva por caderas-piernas-rodillas y… ¡botitas!

A partir de cierto momento, tenso en la historia que Crumb se escribe al abandonar Estados Unidos y radicarse en Francia, los verbos se repiten. Suenan como admoniciones impetradas por él mismo. Confiesa temores, repasa adversidades, se reinventa en la apoteosis de la fama de la que él reniega pero en la que indudablemente se regodea. Sin esas dosis de amor fanático hubiera sido imposible comprar el castillo en el que vive actualmente, como un verdadero noble abandonado al letargo burgués en una villa de Francia.

Cuando terminé la lectura del Génesis, reafirmé mi admiración por R. Crumb y su universo de trazos, líneas, grises, visos de ampulosos personajes. Cuando Dios es el guionista del consagrado dibujante sólo puede existir un producto como este y catalogarse en los cuadros de “genialidades”. Claro que sería muy fatuo pretender que Crumb se convierta en el exégeta del modernismo, porque eso significaría darle el talante del que siempre intentó huir. La figura máxima, el todopoderoso señor de los cómics.

Despierta, América. Siempre un paso adelante de su generación, Robert es rechazado por sus congéneres, es un hippie que se viste convencionalmente, las chicas no lo acosan ni lo tienen en cuenta para sus fiestas alucinógenas. Es poco agraciado, introvertido, sus charlas siempre giran en torno al rechazo que siente por la conducta social de su país; necesariamente debe mostrarse como un antihéroe, un tipo que a poco de comenzar una charla cualquiera muestra su repulsión por los códigos convencionales.

“Es preferible que mis dibujos sean la catarsis de mis neurosis; es preferible que mis dibujos se revelen antes que mis pulsiones me condenen”, es la autodefensa que Crumb ensaya para que las feministas no lo empalen, para que la sociedad no lo defenestre, porque, a pesar de la ideología de sus historietas, es un dibujante respetado, aunque a muchos les moleste el ruidito friki de sus creaciones.

Crumb – 1994