Menos Mitos

Regreso al pasaje Santa Catalina

5-06-2016 / Lecturas, Menos Mitos
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Hay rincones de la ciudad marcados en los pies. Cambian los tiempos, los motivos, los carteles, los zapatos. No así el recuerdo.


Regreso al pasaje Santa Catalina

Por Juan Fragueiro.

Una siesta de junio de no hace mucho, nos metimos con mi hija Lara en el Museo de la Memoria, el del pasaje Santa Catalina. La invité a acompañarme a recordar la celdita en la que un grupo de policías de civil, en junio de 1978, me metieron para protegerme de los peligros de la noche.

Mientras mis padres recorrían hospitales y morgues, aconsejados por la policía de Protección al Ciudadano, yo compartía ansiedades, temores y un humor casi negro con dos travestis, un judoca drogado y dos peronistas que anunciaban nuestra ejecución a la madrugada. Mi madre aseguraba que me habían raptado los escoceses que tendrían un partido por la copa mundial en el estadio Chateau Carreras.

La historia en sí es casi tragicómica. Levantado por estos ursos caminamos por la peatonal Rivera Indarte, mientras pedía a otros caminantes que me ayudaran. Por supuesto… silencio y «algo habrá hecho».

Al llegar al sucucho, un teniente de reserva me pregunta nombre y apellido.

-Juan Fragueiro -le respondo, semicagado en las patas.

-Ah -dice el inmundo-, ¿qué es el Doctor Alfredo Fragueiro de usted? -salvado por el tío, pensé.

-Es mi tío abuelo.

El verde oliva se puso de pie y me gritó:

-¡Por ese hijo de puta estoy acá! ¡Nunca me aprobó filosofía del derecho! Pasalo a la 7.

Y ahí estuve, soportando que nos tomaran «lista» cada una hora, riendo, creo que llorando, en las faldas del travesti (y bue, hay adicciones que se llevan en la sangre).

Por contactos de mis viejos fui liberado a las 10 de la mañana, con la promesa de no contar ni repetir la historia.

Creo que hice una carta al correo de lectores del diario… Tenía 15 años. Mientras dormía en mi cama nuevamente, mi hermano de 6 años me miraba las manos, pensaba que me habían cortado los dedos porque escuchó que el abogado le decia a mis viejos «no le pintaron los dedos».

Me reconfortó entrar con mi hija, sacar fotos, abrazarnos en silencio, sentir la mano calmadora del encargado del Museo.

Lugares para visitar en las siestas invernales de esta Córdoba de las campanas y la derecha.