Vivas nos queremos

¿Por qué paramos las mujeres?

7-03-2017 / Lecturas, Palabras Pesadas
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El 8M las mujeres paramos. Por el dolor de ser lastimadas por aquellos que deberían protegernos. Por los silencios hechos para olvidar y los recuerdos que no se lavan. Por las dificultades sociales y legales para denunciar. Por aquellas que ya no están para hacerlo. Por una infancia respetada y no acallada. Por un cuerpo libre de ataduras de cualquier tipo. Porque podemos. Porque queremos. Porque es lo que nos corresponde.


¿Por qué paramos las mujeres?

Por Tefi Nosti.

Cuando era chica, mi hermana solía maquillarme como alguna diva o personaje del momento. Recuerdo haber sido Cleopatra, con un delineado grueso y máscara de pestañas, proceso que resultaba siempre tortuoso, dejando mis ojos agotados de tanto no parpadear, pero que tenía un resultado gratificante: mi cara se transformaba en la de una adulta.

Si Cleopatra no funcionaba, siempre estaba la opción de ser Gatúbela, con un par de medias en esos corpiños grandes de mi mamá, algún tul en la cintura y medias cancán a la rodilla. La foto siempre era “con pose sexy”. Aquí y allá iba yo, a mi muy temprana edad, queriendo ser “sexy”. Se ve que creía que resultaba adorable, que era motivo de risas o que tal vez era necesario.

Tenía un trajecito de carioca o algo que aglutinaba tonos pasteles y volados en un solo conjunto. Mirar esa imagen es motivo de ternura, recuerdo que era mi favorito porque dejaba mi panza al descubierto.

El uso del término “sexy” me resulta pertinente, dado que eran los años ’90 y había un furor por el consumo de la cultura norteamericana, respaldado por la TV por cable y por un mítico “1 a 1” que le permitía a la clase media jugar a no ser criollos. Recuerdo haber pasado muchas horas frente al televisor, absorbiendo una idea de lo que parecía ser mujer, de la importancia del uso del cuerpo para obtener beneficios, de cómo las mujeres más “bellas” (las pulposas pero magras, las de narices respingadas y ojos azules) eran las que conseguían más hombres, y por ende las más felices.

Creía que mi objetivo era resultar atractiva. Anhelaba tener todas esas carnes colgando de mi uniforme cuerpo infante. Quería ser gustada para responder de manera afirmativa a las incesantes preguntas estilo “¿y? ¿Te gusta algún chico?” o “¿Ya tenés novio?”. Las mismas preguntas que operan actualmente en mis contemporáneos, con la idea del amor romántico como motor de vida, estableciendo un solo tipo de vinculación con el género opuesto: el de la atracción.

Durante mi infancia, ciertas ideas parecían incuestionables: las mujeres son y deben ser “sexys”; a los hombres hay que gustarles; la heteronormatividad es la opción “lógica” o “natural”. Nadie me preguntó en mi infancia si ya tenía novia o si me gustaba alguna chica.

A los 8 años comencé a cuestionar mi cuerpo. Le pregunté a mi mamá si estaba gorda, todos en la familia parecían saberlo menos yo. Las miradas esquivas no lograban ocultarlo. Parecía que así era. Los vaivenes físicos me aliviarían a los 12 años, cuando «pegué el estirón», pero también me llevarían a cenar manzanas a los 16 para bajar de peso.

Fue cuando tenía 9 años que mi papá le pegó por última vez a mi mamá. Y digo por última vez porque de esa casi no se salva. Los únicos que estábamos en la casa en ese momento éramos mi perro Polo (al que mi mamá aún se refiere como el salvador de su vida) y yo. Era una pelea más en el seno de una familia donde reinaban distintos tipos de violencia. Recuerdo haberme encerrado en el baño y taparme los oídos para intentar no escucharlo. También recuerdo haber tenido mucho miedo, muchísimo. Fueron una seguidilla de momentos en blanco que terminaron con un silencio total. Después de eso no me acuerdo de nada más. Mi mamá me dice que no nos vimos por unos días, porque su cara estaba desfigurada. Yo no me acuerdo de nada más.

Mi papá fue denunciado en la policía, pero su vida siguió su curso normal. Logró escapar de las consecuencias, como logró escaparle a otros actos violentos que cometió. Mi mamá no volvió a formar pareja desde aquel entonces.

Las mujeres y niñas aún tenemos que ser cuestionadas por la veracidad de nuestras declaraciones. Aún debemos soportar ganar menos que los hombres dentro de las empresas. Aún debemos soportar que se nos viole y escuchar noticias de nuevos femicidios. Aún debemos soportar que se nos abuse cuando somos más vulnerables y se nos acose cuando transitamos por la vía pública. Como si no mereciéramos el derecho de vivir libremente, como si nuestro paso por este mundo tuviera que ajustarse a las exigencias de una sociedad patriarcal que beneficia a los que violentan.

El 8M las mujeres paramos. Por el dolor de ser lastimadas por aquellos que deberían protegernos. Por los silencios hechos para olvidar y los recuerdos que no se lavan. Por las dificultades sociales y legales para denunciar. Por aquellas que ya no están para hacerlo. Por una infancia respetada y no acallada. Por un cuerpo libre de ataduras de cualquier tipo. Porque podemos. Porque queremos. Porque es lo que nos corresponde.