Con Permiso

Circo

17-09-2017 / Con Permiso, Lecturas
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Alguna vez habrás ido con tus viejos o con algún familiar. Seguro te acordás de los intermedios de la función. Acaso tengas una hija, un hijo, una sobrina, un sobrino. Quizás volviste, no hace tanto.


Circo

Por Luciano Debanne.

Cuchá lo que me pasó. Resulta que vamos al circo, ahí en el terreno cerca del híper de la Colón. Sacamos platea, que es más barata, porque en los circos chicos la platea está a tres pasos de la preferencial y los palcos, que son los más caros y son el peor lugar porque estás demasiado cerca, no se ve bien y seguro que los payasos te agarran de punto.

Como sabe cualquiera que fue al circo, antes de la función los artistas, todos maquillados pero vestidos de civil, te intentan vender toda clase de porquerías: globos, pelotas de plástico con un elástico, juguetes luminosos, papas fritas de copetín en conitos de cartón gris, gaseosas, algodón de azúcar, un títere de Pepa Pig también hecho con un cono de cartón… De todo.

Entre medio de toda la movida de venta, pasa una piba -que resultará ser una de las bailarinas- con una cámara digital con menos resolución que cualquier teléfono gama media. Va familia por familia, pidiéndonos que nos amontonemos para sacarnos una foto. «Para la página del circo» nos dice, pero uno ya sabe que después vendrán a venderte algo con esa foto también, algo que será carísimo y malo.

Yo que voy al circo desde chico y desde padre, ya sé que hay que resistir los embates del pibe pidiendo todo. Que mi función como adulto, que mi tarea en ese momento aciago es aportar la fortaleza, la entereza de espíritu, para aguantar la malicia de los vendedores mostrando la mercadería con saña o anunciándola con insistencia frente al niño que señala todo con el dedo y pone cara de «la justicia en el mundo depende de que yo tenga ese palito chino con luces, papito de mi corazón».

Hay que resistirlo porque es una demencia pagar lo que piden por esas chucherías, porque nunca duran más allá de la función, porque cualquier cosa que compres va a ser sólo una porquería más tirada en el pasillo de casa al otro día, porque es parte de enseñarle al pibe que la plata vale más que ese pedazo de cartón mal pegado. Hay que resistir y no comprar.

Bueno, cuestión que empieza la función y se suceden los malabaristas, los payasos con la rutina de los bomberos y el auto incendiado, la equilibrista, el péndulo espacial, el acto ese que han metido ahora todos los circos donde dos o tres mal disfrazados de algo de la tele -en este caso Pepa Pig, pero podrían haber sido los Minions- hacen una coreo de baile bastante básica, se suceden los actos y entonces el presentador anuncia con voz impostada el intermedio.

De nuevo se prenden las luces, se nuevo la troupe de vendedores, de nuevo blindar la billetera.

Y entonces aparece la piba de la cámara que nos pregunta si queremos ver la foto y nos estira un llavero. Un llavero made in china, de siete por cinco centímetros, que de un lado tiene una imagen pixeladísima que dice el nombre del circo y del otro lado estamos nosotros, sonrientes, en el circo, ¿sabés? Estamos nosotros y el pibe, en el circo.

Y aunque mi celular saca mejores fotos, esa que me vende la bailarina del circo es igual a una fotito de mi infancia donde aparecíamos mi hermana y yo, niños los dos, y mi vieja y mi viejo. Venía en un tubito de plástico amarillo, con una cadenita de esas hechas de bolitas como la de los alicates, y para ver la foto tenías que mirar para adentro apuntando a la luz. Y ahí adentro de ese tubito estábamos para siempre niños, para siempre felices, con mi hermana y mis viejos, en otro circo, que quizás es el mismo, vaya uno a saber.

¿Y cuánto cuesta? Cincuenta pesos. Nos miramos, saco la billetera, estiro el billete y el pibe agarra el llavero y lo mira, y sonríe, y se lo queda. Lo mira y se lo queda, ¿entendés? Se lo queda en la mano.

Y se apagan las luces otra vez, y ahí en la oscuridad del circo yo medio que lagrimeo. Medio que lagrimeo, vaya uno a saber si por el pibe con la fotito en la mano, por nosotros en el circo, por el recuerdo que me invento en ese momento de mi viejo metiendo la mano en el bolsillo hace muchos años, como yo ahora, pagando una locura por una fotito diminuta adentro de una carpa de circo.