Menos Mitos

Los Defensores de Causas Perdidas. Capítulo 9

7-11-2016 / Lecturas, Menos Mitos
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En la presente entrega de una novela sobre las urgencias más o menos santas del espíritu, la historia una mujer que llegó para soliviantar moños, tiradores y menudencias de estatuto.


Los Defensores de Causas Perdidas. Capítulo 9

Por Juan Fragueiro.

Dibujo: Carlos Nine.

Capítulo 9

De cómo se cumple aquel viejo dicho que dice: «Tres pelos de pubis femenino tiran más que una yunta de bueyes». Questa e la vero storia di Amanita Muscaria.

Una mañana cualquiera, los Defensores de Causas Perdidas se reunieron en el salón de actos de la Fundación para el Fracaso. El tema central del día era debatir la admisión o rechazo de una solicitud de ingreso suscripta por una mujer. O mejor dicho, por un ser humano del sexo femenino… Hasta ese momento, Amanita Muscaria era considerada un ser humano a secas.

En dicha solicitud, confeccionada a máquina, doble espacio y que ocupó casi trescientas páginas oficio, podía leerse:

Nombre y apellido: Amanita Muscaria (trad.: Hongo venenoso de Egipto con propiedades alucinógenas, usado por los sacerdotes como ungüento o pasta para cubrir la frente de los iniciados).
Edad: sin importancia metafísica.
Estado civil: alienígena.
Estado pecuniario: en busca de dinero.
Estudios: Kama Sutra, Ananga Ranga (completos).
Motivos de la solicitud: (no usar más de treinta líneas).

Desde chiquita supe que era poseedora de un físico envidiable (para las cerdas del frigorífico). Me sobrarían unos cuatro centímetros de grasa, vacalorías más o menos. Por imprecisa, mi cintura no sería para andar respetando. Y todo así. Cuando la barrita se juntaba en el baldío de la esquina para jugar al doctor yo sabía que, otra vez, me tocaría el papel de instrumentista. Siempre mirando.

En los bailes planchaba tanto como las Niñas de Ayohuma, mientras suspiraba por mis amigas que rascaban en las cercanías de las casas bailables del Cerro de las Rosas.

Si por casualidad, o necesidad, algún muchacho me invitaba al Parque Sarmiento, le pedía que pasáramos por casa, levantaba mis ropas atrevidas e insinuantes, me bañaba en perfumes exóticos y llevaba tres amuletos. Pero él… Elegía una lomitería con luz encandilante y me hablaba de alguna amiga a la que quería arrimársele…

Y… ¡Nunca fui a la Cueva del Oso! Cuando me harté de llevar esta cruz emprendí cursos de belleza y modelaje. Me desarrollé enfáticamente. Aquella gordita iba quedando atrás para siempre. En mi placard están las prendas más diminutas que la humanidad haya podido confeccionar; en mi agenda figuran los nombres, medidas, autos, cuentas bancarias y otros datos de cientos de varones… Todos de esta puta ciudad.

Pero… He vuelto a quedar sola. Nadie me ama por lo que soy, todos quieren cogerme por mi figura y no por mi intelecto. Cuando llega el momento crucial e inevitable con los machos, miro al dotado y le digo:

– Che, ¿de ir a la cama ni hablar, no?

Perdí tantos candidatos obnubilados por mi lomo y espantados por mi libertinaje que ya no sé… He fracasado, tanto en el amor como en el placer.

El encargado de analizar a fondo y decidir, posteriormente, sobre la admisión o rechazo de la dama en cuestión, fue el equilibrado, frío e incorruptible maestro universal Arcano Ouroboros quien luego de encerrarse en su estudio durante medio cuarto de hora, se cruzó con el alemán Zain Otto Neugebauer. Mirándolo fijamente a los ojos le dijo:

– Estoy enamorado, Zaincito. Esta amazona ha conquistado mi corazón.

Acto seguido le mostró una foto 4 x 4, fondo blanco, con el rostro pálido y pétreo de Amanita Muscaria. Zain Otto bajó corriendo a contárselo a sus amigos. El Estatuto para ser un buen Defensor de Causas Perdidas y no quedarse en el amague del momento, era claro y terminante en su artículo 17, capítulo XV referido a las relaciones entre camaradas:

«Está clara y terminantemente prohibida la relación entre dos o más miembros socios, so pena de castración y posterior muerte del miembro…»

La disyuntiva pasaba por averiguar qué dolería menos: la pérdida del maestro como miembro de los Defensores de Causas Perdidas o la pérdida del miembro del maestro.

¿A qué miembro se refería la citada prohibición? ¿Podrían ser así de intolerantes? ¿Acaso deberían cambiar las reglas del juego? ¿Qué le había visto el maestro a la tal Amanita Muscaria para dejarse seducir así, sin más ni más, como un colegial?

Fue entonces cuando las coordenadas de la quinta región lumbar indicaron un franco deterioro en las relaciones de Occidente con su dispar Oriente. Nada se aclaró y todo siguió igual.

Una almohada de vientos cruzó la sede social. Hermes Trimegisto, alias el tres veces grande, vocero oficial de la Fundación para el Fracaso, tomó un vaso con agua mineral en el descanso del primer piso. Amanita Muscaria iba subiendo cuando se tropezaron:

-Te voy a enseñar cómo se me ocurre amar -dijo ella, y acto seguido, hizo el acto con el sorprendido y atribulado Hermes, quien a esta altura de los acontecimientos no se compungía fácilmente.

Amanita Muscaria, ex princesa y ex duquesa, actual prostituta a crédito, se portó como una ídem por tres y… cada cual a lo suyo.

Un gorrión francés detuvo su vuelo sobre la cornisa del edificio, haciendo equilibrio para no caerse. Estaba en el piso 17, justo donde Zain Otto Neugebauer, que se dejó estar, observándolo, con un dejo de embobamiento en los labios. De atrás lo tomó Amanita, quien pasándole la lengua por las axilas le susurraba:

-Volá alemancito, volá y gozá…

Su lengua partida en dos bajó buscando un punto neurálgico en el cuerpo del enjuto alemán antropólogo, quien sólo emitía bufidos, monosílabos y algún quejido soez en germano.

Una estrella tímida guiñaba, en la vulgar claridad del día, a otro planeta soprano. Rodolfo Bafometo, alias el Diablo, pensaba cómo incrementar sus ingresos, si vendiendo pócimas mágicas en la peatonal o acudiendo a alguna licitación de la curia local. También le soplaron la nuca. Obviamente era Amanita quien, con manos expertas y cómplices, comenzó a hurgarle descaradamente la bragueta mientras decía:

-Dale, pichón de Satanás, abrime, poseeme, rompeme lo que tengo sano, transportame a tu infierno sexual. ¡Dale animal! ¡Dale!

Rodolfo Bafometo crugió sus dientes y absorbió de una sola vez el aire matinal.

Los cuatro Defensores de Causas Perdidas sentaron sus anatomías en torno a la mesa redonda y sin mirarse a los ojos, sosteniendo un mutismo partícipe, firmaron la admisión de la solicitud presentada por Amanita Muscaria.

Un sello así de grande sentenciaba al pie: ACEPTADA.

Amanita supo conquistar y tomar hábilmente de cada uno de los Defensores la intencionalidad del silencio. Ninguno quería perder parte alguna de sus cuerpos y menos aún dejar escapar el «carisma» de la nueva integrante. Así fue que se cursaron telegramas al resto del mundo informando el cambio de la cláusula mencionada ut supra. Desde entonces, las relaciones entre dos o más Defensores de Causas Perdidas fueron permitidas.

Arcano Ouroboros siguió impartiendo clases de docencia universal, menos los lunes, dedicados exclusivamente a Amanita.

Hermes Trimegisto, poseído por el ardor de los cuarenta y tres años de abstinencia, deshojaba margaritas junto a Amanita (no eran orquídeas).

Zain Otto Neugebauer, con una lata de cerveza en el hombro y una salchicha franckfurt en la mano, esperaba impacientemente la llegada del miércoles para emborracharse con Amanita.

Rodolfo Bafometo dejó de asistir a sus misas negras -los jueves a la noche- y varios frailes locales debieron cambiar la fecha de sus sermones. Amanita disfrutaba de amaneceres embrujados junto al Licenciado en Ciencias Ocultas.

Y Segismundo Dimitrovich Plutarco Ponce, el médico psiquiatra, íntimo amigo de Amanita Muscaria, se escapa con ella los viernes, sábados y domingos, para cobrarle el favor de haberla presentado a tan honorables amigos.