Menos Mitos

Los Defensores de Causas Perdidas. Capítulo 4

30-08-2016 / Lecturas, Menos Mitos
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Entre amores curriculares y versos ardidos de glucosa, una historia más de la novela que desde hace algunas semanas viene haciendo las delicias de nuestros lectores imaginarios, perfectamente repartidos en admiradores estafados y secuaces prófugos. Aquí las desventuras de un alumno entre lecciones de historia.


Los Defensores de Causas Perdidas. Capítulo 4

Por Juan Fragueiro.

Capítulo 4

Hermes Trigemisto

Alias el tres veces grande, vocero oficial de la Fundación para el Fracaso.

En los tiempos actuales, los maestros no resultan ser tan estoicos como los de generaciones anteriores. Se boicotearon entre sí las horas de clase, suspendieron algunas tareas y la mayoría se lleva a su casa dos o tres tizas para reemplazar la ausente Vitina.

A esto de la docencia y sus problemas salariales le hallamos una respuesta, o un por qué, denominado «El por qué de Hermes Trimegisto». Parte de la teoría de que ya «los maestros no son como antes; sus intereses son distintos, se atreven a cosas que jamás fueron concebidas más que en novelas de ciencia ficción.»

Quien no haya soñado enamorado con su maestra de primaria o alguna profesora de secundaria, es un analfabeto acabado. Nuestros ratones intelectuales se mueven, en la etapa en que la interacción enseñanza-aprendizaje juega roles secundarios, al compás de aquellas nalgas protegidas de la profesora de matemáticas, cuando junto a ella borraban el pizarrón marcado de operaciones ad hoc; también dando ritmo a los pechos henchidos de la maestra de canto. En fin, todos en cierta medida hemos tenido romances oníricos con las profesoras/es y maestras/os. Aunque nunca han sido más que fantasías. Era un mito. Hasta que le tocó el turno a Hermes Trimegisto y la historia dejó de ser historia, el mito dejó de ser mito y lo platónico se fue por la alcantarilla del deseo encausado.

Hablar de esta historia implica mencionar a la profesora de Historia: regordeta, petisa, con muchos de sus encantos ocultos tras el rudimentario hábito de una señorita de treinta y picos largos. Su belleza estaba remarcada y aumentada en sus piernas, perfectamente torneadas, en sus ojos simétricos y en sus pechos, a los que cada alumno imaginaba de diferente textura, turgencia y dulzura. Eran la miel para unos y el vinagre para otros. Cuando llegaba su hora de clase, se escuchaba por los pasillos el insinuante raspar de sus medias de seda. Ella se acercaba con sus piernitas juntas y vírgenes. Los treinta pantalones la esperaban erguidos, debido al poco freno de los igualmente escasos años. Pero sólo un corazón latía de amor sincero, mientras en la cabeza de ese corazón repicaban fechas y reyes, batallas y príncipes.

Cientos… Miles de hojas Rivadavia se mancharon con poemas adolescentes que apelaban al recurso de las hojitas caídas en otoño y a los soles de primavera que atraían golondrinas sobre la melenita corta (estilo carré) de la profesora. Al lado de la inventiva poética de Hermes Trimegisto, poseedora de una cierta cantidad de almíbar, Gustavo Adolfo Bécquer era un phaesolus vulgaris (véase poroto). Las charlas sobre revoluciones y efemérides se estiraban en la puerta del curso y (aun contra la disposición del rector ubicado por el gobierno militar respecto a que los profesores no debían charlar con sus alumnos fuera de clase, salvo cuando pudieran sonsacarle algún dato ideológico), a veces continuaban escaleras abajo. Él sabía que no podía abandonarla así nomás y dejaba que su aroma se confundiera con el de los jazmines del patio escolar (como una miserable secuencia de teleteatro migre-riano).1

Mientras duró el romance unilateral (porque la profesora cuidaba su «lugar») hubo asedios, invitaciones a salidas extra-colegiales y etcéteras que ella trató de rechazar sin herir la susceptibilidad del educando. Algunos aseguran que durante las vacaciones «pasó algo». O que casi pasa. Hermes Trimegisto invitó una vez más a su profesora. La profesora una vez más quiso rechazar la invitación de su alumno, pero picada por el bichito de vaya uno a saber qué cauterización femenina, dijo «Sí. Un café nada más».

Salieron en el autito de los padres de él y se dirigieron a un barcito íntimo del barrio de Nueva Córdoba. Él quería impresionarla bien. Parece que el ambiente, las luces tenues, la música suave y tal vez la charla o la lectura de algunos poemas, excitaron a la docente más de lo que ella misma tenía previsto permitirse. Inmediatamente reflexionó que el alumno no era el más indicado para saciarla, así que interrumpió la charla y salió con rumbos non sanctos en busca de un medio pariente al que no frecuentaba demasiado pero de quien gustaba vaya uno a saber por qué misterioso objeto del incesto deseado.

Dicen que se amaron hasta la madrugada, que hablaron de tíos, abuelos, primos, sobrinos y demás deudos, provocando una intensa sacudida de las hojas del sonrojado árbol genealógico. A Hermes Trimegisto le dolía el alma. Era un dolor de adentro. Fue a un polígono de tiro para acribillar enemigos y penas, mientras ella continuaba estudiando y enseñando las vidas de los Borgia, Richelieu, los Fernandos y los Luises. Y de vez en cuando la de Palito Ortega.2

Lentamente, como se cuecen estas habas, ellos volvieron a frecuentarse. Comenzaron a salir esporádicamente pero sin pausa. Ya no los apremiaba la relación docente-alumno que había finalizado años atrás. La relación se asentó. Maduró. Creció. Germinó. Al cabo de unos meses, como para salvar la honra, nació un vástago y murió un mito.

Notas

1-Estilo que puso de moda el «creador» argentino Alberto Migré, autor de bodrios telenovelescos.

2- Se trata del popular cantante Ramón Ortega, luego gobernador de la provincia de Tucumán por el Partido Justicialista. Su personalidad es típicamente argentina; por muchos años fue (tal vez aún lo sea) el modelo de novio, marido, padre ejemplar. Su popularidad nació en la década del ’60 cuando integraba un conjunto de música beat llamado «El Club del Clan» en el que desafinaba a gusto y antojo. Su esposa, también integrante de la farándula, es una señora de su hogar, virgen novia y aplicada madre que secunda a su esposo en casi todas las actividades. Por unos meses pudo ser la nueva «Evita».