Menos Mitos

Los Defensores de Causas Perdidas. Capítulo 25

6-05-2018 / Lecturas, Menos Mitos
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En el presente capítulo de la historia de Korvazwchofona, un desafío a la coordinación lingual: el incruento encuentro ecuestre de Hermes Trimegistro, el tres veces grande, con el mismísimo autor de la novela.


Los Defensores de Causas Perdidas. Capítulo 25

Por Juan Fragueiro. 

Capítulo 25

Los Defensores de Causas Perdidas vuelven…

En los montes, oscurecidos por la sombra precoz de la tardecita, sólo se escucha el soplido del Gorrión, atragantado con dos o tres plumas del loro que, al pasar por su lado, habló pestes acerca de la moral de la Gorriona.

Mientras esto ocurre en la Naturaleza indómita y sigilosa, un señor calvo, con lentes de aumento, suspira a la vera del río. Este señor es el autor de Los Defensores de Causas Perdidas.

¿Mal de amores? ¿Desocupado? ¿Filosofando?

No. Está eyaculando sus pesares en el cielo entumecido y con pocas ganas de quedarse como mudo testigo de una impronta. La sensación es bien korvazwchofonesa. Una sensación sin límites pero tampoco buscada. Una sensación que… es sólo una.

Con la conciencia abatida y los muslos hechos trapo, aplastando su humanidad en la roca pesada e inmutable, el hombre calvo con lentes de aumento dispara escupiditas hacia un arbusto demi-sec. La espera angustiosa, de lo que angustiosamente espera, termina porque allá se ven los primeros pasos de un galopeador cuya edad no supera los cinco años. Montado en su lomo, a horcajadas de un destino, llega el Defensor de Causas Perdidas Hermes Trimegisto, alias el tres veces grande.

En el aire cargado de musarañas y titiriteros mayores quedó grabada esta conversación que dará trabajo a los futuros desgrabadores de conversaciones:

-Vaya, vaya… Si es el señor Trimegisto. Creí que había olvidado nuestra cita, «amigo». ¿Qué lo demoró tanto? ¿Algún embotellamiento intergaláctico quizás?
-No, no. sucede que venía en el derrotero del Ser y, de pronto, un desvío me hizo tomar el atajo de la Mentira Piadosa. Pero al fin, heme aquí. Demorado, pero a salvo de las miradas fastidiosas de curiosos monacales. Vamos al punto de nuestra reunión, estimado, y acabemos de una buena vez.
-Si tanto apuro adelanta su preocupación, vamos pues. Usted sabe que en KORVAZWCHOFONA el Estado Gubernamental ha caído en una anarquía absoluta. Los pobladores ya no sólo se quejan de acefalía, sino también de cefalea y de paso jaqueca. ¡No se puede vivir de modo tan primitivo! Menos aún cuando los países de todo el mundo, por pequeñitos que sean, se han volcado al Primer Mundo. Fíjese que hasta la Republiqueta de Nabonia (que en algunos atlas aún figura bajo el patronímico de «Argentina»), ha decidido darle la espalda al Tercer Mundo. Ustedes deben hacer algo. Ustedes como buenos fundadores o todo se va al carajo.
-Y… ¿Eso está muy lejos?
-Mi descabellado «amigo», Cronos no es el mismo de hace unos años. Ahora viene más rápido, sin dar tiempo a nada. Y perderlo en estupideces como averiguar dónde queda el «carajo» es demasiado derroche. El punto central es que vuestra amiga, Amanita Muscaria, ha desordenado todo. La historia, la fidelidad, el amor, la tortilla frita, las frutillas con crema, todo ha sido subvertido a su antojo. ¿Por qué? Porque los señores Defensores de Causas Perdidas se fueron en busca de aventuras más fuertes, emociones más fuertes que las que les ofrecía Korvazwchofona…
-Será que ya no nos satisface como Estado, País o Nación. Y, después de todo, estimado quién sabe qué, usted debería estar ocupándose de cosas más trascendentes, de problemas que hacen a la humanidad y no del futuro de un paisito fundado e inventado para recapacitar en el mediano plazo. Quiero ser claro; y para ello necesito un poco de aire fresco.

Hermes Trimegisto se tomó todo el aire fresco del monte. Le resbalaron algunas lágrimas y se le escapó un suspiro. Tacaño como era, jamás dejaba escapar más de una cosa de cada cosa. Y sobre el pucho volvió al asunto:

-Nosotros queríamos pensar en Korvazwchofona sin Amanita Muscaria, ni el Emperador Loto Segundo. Pensar en la Korvazwchofona original, la de nuestros sueños. ¡Iba a ser un País!
-¡Stop! En honor a la memoria de nuestros hijos fugitivos y de nuestros abuelos relegados, basta de charla filosofal y alpedista. ¡O hacemos algo «ahora», o Korvazwchofona se va a la mierda!
-¿Cómo a la mierda? ¿No se iba al carajo?

Afortunadamente en el monte no había puertas para cerrar ni sillas para tirar sobre la cabeza de nadie. Así, providencialmente, Hermes Trimegisto salvose del ataque furibundo del señor calvo con lentes de aumento.

Las bromas no tenían cabida cuando se trataba de recuperar a Korvazwchofona y su encanto.