Menos Mitos

Los Defensores de Causas Perdidas. Capítulo 13

23-04-2017 / Lecturas, Menos Mitos
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En esta nueva entrega de una novela para valientes, la historia universal condensada en un resto de puchero. Finalmente, creer o reventar, la luz se hizo de nuevo a metros del Suquía. Vea, mire.


Los Defensores de Causas Perdidas. Capítulo 13

Por Juan Fragueiro.

Capítulo 13

Primera experiencia espiritista realizada por Rodolfo Bafometo, alias El Diablo, para recaudar fondos y fundar el país dentro del país.

En una tarde de invierno, mientras el sol, debilitado por el aire frío, apenas entibiaba los penachos de un naranjo mal podado, el cachorro hemipléjico de El Diablo desenterró un hueso de caracú con dos fintas de carne adheridas por un tendón. Lo sacó del mismo sitio, claro, en que lo había enterrado cuarenta y cinco días antes.

Esa misma tarde de huesos desenterrados y sol tibio, Rodolfo Bafometo coordinó su primera experiencia espiritista. No había logrado convocar a muchos clientes ya que dos mentalistas muy famosas choreaban con idéntica metodología en sendos hoteles céntricos. Pero Bafometo no se amilanó.

Un anarquista con pinta de ingenioso libertino dibujaba letras en papeles desparramados. Pensaba sonriente en el Juicio Final a Dios, absurdo sueño de un espacio absurdo. Su pipa no tenía tabaco ni sus bolsillos dinero. Pero era feliz, sus carencias no le quitaban el sueño ni la paz.

Bafometo creyó que el anarquista era el mismo Diablo. Primero en llegar a la reunión, vestía de negro estricto. Sus ojos huidizos y sus palabras no pronunciadas le daban un aire de intelectual demoníaco al acecho.

El segundo en llegar fue un mago prodigioso con medio fraile a la cintura, que ya estaba danzando en tanto su bebé furioso batía pañales sobre sus cabezas.

Rodolfo, el anarquista y el mago prodigioso comenzaron a llamar desordenadamente a los espíritus. Los cánticos emitidos como difíciles conjuros monotemáticos no surtían efecto, salvo dos allanamientos policiales debido a respectivas denuncias de los vecinos, una pedrada en el ventanal de la sala, un minuto de silencio y una pausa para que el mago prodigioso le cambiara los pañales a su bebé furioso.

Pero, mientras los espiritistas se desgañitaban girando en torno a la mesa de tres patas, en el patio, en el mismo sitio en que el cachorro hemipléjico de Bafometo desenterrara el hueso de caracú con dos fintas de carne adheridas por tenues tendones, algo extraño sucedía.

Primero fue una nube, plomiza, cargada de metralletas y cañitas voladoras con la pólvora húmeda. Después un trueno, espectacular como son los truenos de misterio y esas cosas, que precedió a un rayo no menos imponente. Y entonces, como si el maleficio satánico entregara su vida en ese acto, las figuras translúcidas aparecieron.

Iniciando la ronda, el espíritu del fiscal de aquel Juicio Final a Dios. Se corporizó magullado, con la lengua partida (una mitad acusaba y la otra recusaba).

Tras él, casi pegado, chupado a sus talones volátiles, el espíritu de la represión. Llevaba en su mano derecha algún escudo y una figurita recortada de cierta revista especializada en armas, que según parecía era una Itaca; en su mano derecha agitaba una cachiporra de goma con dos cablecitos, uno rojo y otro azul.

El espíritu de la obsecuencia apareció tercero, diciéndole a todos «Sí», suspirando por la sabiduría ora de los gobernantes, ora de los opositores, ora del pueblo ignorante. En hilera, con paso marcial, todos los espíritus enterrados fueron saliendo por el agujero del hueso de caracú, mientras el cachorro le ladraba a la naciente luna.

El espíritu de la cultura nazcionalista y popular apareció con un crucifijo pegado a su cuello. El de la soberanía estaba envuelto en una bandera sucia, calzaba borceguíes e iba cantando desafinado aquello de «tras un manto de neblina…»  Luego salieron los espíritus inquietos de la hipérbole, de los buenos modales, de la maternidad sometida, del gasto público, del estado de sitio, de la tradición, del «yo no fui», de «el silencio es salud»…

El cachorro optó por chupar su hueso de caracú sin importarle un pito lo que pasaba a su alrededor.

Dentro de la casa, el bebé furioso del mago prodigioso lloraba desconsoladamente. Tuvieron que suspender la sesión y estudiar por qué el pendejo suplicaba que lo dejaran crecer en paz.

De todos los espíritus insurrectos, sólo uno tenía el don de corporizarse y, encima, hablar. Era el espíritu de Diógenes, sabio pensante, quien para evitarse problemas con la gente de migraciones se rebautizó D. Diógenes del Suquía. Al enfrentarse con Rodolfo Bafometo, dolorido y aturdido por el fracaso espiritista, comprendió estar frente a un verdadero Defensor de Causas Igualmente Perdidas.

En una charla amena y fluida en la que no faltaron los mates y el vino tinto, Bafometo comentó a Diógenes que con sus compañeros pretendían fundar un país dentro del país, para vivir en paz y hacer todo lo que uno aspira por mérito propio… Anarquismo visceral, intelectual, espiritual, sexual, monacal, etcétera.

En semejante trajín no tuvieron en cuenta cómo recaudar fondos para pagar las tareas de construcción. D. Diógenes del Suquía acotó:

-Lo que no existe puede existir. Es un viejo refrán católico romano. «¿Y cómo puede existir lo que no existe?» preguntarás. Pues, haciendo que exista, responderé.

-Pero para que algo que no existe exista, hace falta plata, mucha plata.

-Plata o mente, esa es la verdad.

– …

-En virtud de la fama a la que vuestros pocos sesos me han elevado, voy a ocuparme personalmente de arreglar la cuestión que os rompe las cabezotas. Les demostraré cómo se funda algo. Desde el principio, esto es, la Creación.