Menos Mitos

Los Defensores de Causas Perdidas. Capítulo 12

10-04-2017 / Lecturas, Menos Mitos
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Nada de fraguar epopeyas tan libertarias como inverosímiles. Aquí un nuevo episodio, no menos valeroso que el cruce de los Andes, en honor a las glorias incomprendidas y sus proyectos lúdicos para alcanzar el poder.


Los Defensores de Causas Perdidas. Capítulo 12

Por Juan Fragueiro.

Capítulo 12

Los Defensores de Causas Perdidas se proponen fundar un país dentro del País, caiga quien caiga… y cague quien cague.

En estos tiempos, fundar un país implica tener varios tornillos sueltos. Tantos como los de los chicos malos de la ex URSS; pero cuestiones fundacionales al margen, los Defensores de Causas Perdidas decidieron movilizarse hasta lograr la posesión de un país dentro del propio país, algo que fuera de ellos, donde ellos mandaran y esas cosas. No tuvieron en cuenta que el poder marea y que el mareo produce vómitos.

Los fondos monetarios para lograr semejante quijotez provinieron de una Academia para el Desarrollo de las Artes Lúdicas Perdidas. En ella se dictaban clases teórico-prácticas de Armado y posterior remonte de la cometa; Yo-Yo; Payana con piedritas, todas equidistantes, o granitos de arroz; Ta-Te-Ti primitivo (aliento en el vidrio); Balero; Juego del doctor; Y… a elección: figuritas, cuarto oscuro, escondidas, tic-tac, etc.

Durante el desarrollo de estas clases, tres parlantes ubicados estratégicamente propalaban de manera ininterrumpida, el Hino da repressao (Himno de la represión), versión de Ney Latorraca, de 8 a 12 horas. De 15 a 24, un popurrí de temas de la década del ’70.

Los Defensores creyeron que los purretes de 13 a 18 años formarían colas interminables, deseosos de aprender los juegos de sus ancestros. Las expectativas crecieron cuando en la puerta de la propia Academia (casona ubicada en la primera cuadra de la calle La Rioja, sobre cuyo dintel, y copiando el estilo socrático-platónico, podía leerse: «No sólo no hay Dios, sino que intenta a ver si consigues un electricista en fin de semana»1) se detuvo un colectivo de transporte escolar. Su conductor bajó, probó la presión de los neumáticos con un palo de escoba (mientras los insolentes mocosos le escupían la pelada) y luego siguió su trayecto hacia una cancha de paddle.

El primer día, como no podía ser de otra manera, fue un verdadero fracaso. El segundo también. Y el tercero… igual. Recién al cuarto día, cuando los Defensores de Causas Perdidas estaban discutiendo si panfletear la ciudad o suicidarse, sonó el timbre que los sacó de la duda.

Un caballero, mayor de treinta años, quería recordar junto a sus ex camaradas de la infancia los juegos de aquellos tiempos. Él y su grupo se anotaron en todas y cada una de las artes lúdicas perdidas y promocionadas. Luego de abonar las cuotas correspondientes y una vez sellados y llenados los papeles burocráticos, se estrecharon las manos y despidieron hasta la primera clase.

Con la puntualidad de los ansiosos llegaron los inscriptos: puntualmente. Antes de comenzar, uno de ellos pidió permiso a Hermes Trimegisto, profesor de las primeras cuatro artes, para dirigirle la palabra a sus compañeros condiscípulos:

Desde esta humilde Academia, nosotros le diremos al mundo que no todo está perdido cuando el fracaso permite reencontrarse. Le diremos al mundo que estamos hartos de atropellos y felonías modernas y post-modernas. Queremos que el futuro sea ya, ahora, en este momento en el que redecimos: ¡Está prohibido prohibir!

Entre los concurrentes se levantaron distintas voces, potentes unas, frágiles otras, cuyas consignas eran particularmente conocidas por los Defensores de Causas Perdidas. «¡La Imaginación al poder!», gritó uno con gafas tipo culandrillos. «Debajo de los adoquines está la playa» esbozó un pelirrojo con cartuchera y fibras. «Cuando un dedo señala a la luna los idiotas miran el dedo», afirmó desvergonzadamente un tercer lunático con cara de espécimen en vías de extinción.

Zain Otto Neugebauer tomó del brazo a Hermes y le dijo en un aparte:

-Esto me recuerda al «Mayo Francés»; seguro que nos clausuran el local.

Hermes logró tranquilizarlo a medias, aunque a él ya se le habían caído las ídems por el susto de sólo pensar que algún buey corneta pudiera denunciarlos. Trancaron puertas y ventanas, como medida de seguridad interior. El orador seguía discurseando y encantando a sus igualmente improvisados espectadores:

Nosotros podemos inventar sitios a cualquier hora; podemos jugar al doctor, pero porque tenemos un título habilitante. Podemos inventar la muerte del amor cuando se va detrás de otros brazos… Hoy ya no es como era, hoy es como la primera vez -su voz imitaba a Patxi Andion casi perfectamente-. Inventaremos historias para sorprender a la barra, porque nosotros -el murmullo interrumpió la magnífica oratoria- ¡nosotros hemos pasado de la lucha de clases a los sueldos!

La concurrencia emocionada arrojaba papelitos mientras los dos Defensores de Causas Perdidas lloraban abrazados de miedo y de alegría.

Todos acabaron en la Casa de Gobierno, entre laberintescos pasillos, sudando frente a la «Rosaura» (picana a pilas) y pidiendo explicaciones porque «estamos en un gobierno democrático». El Ministro de Gobierno, encargado de la seguridad de la población, capo di tutti capi de la policía, dijo:

-Esto es psicosis porteña…

Y los dejó ir. Los canales de televisión ya se habían retirado.

1- Frase de Woody Allen, «Como acabar de una vez por todas con la cultura.», Tusquets Editores, 1980.