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Los Defensores de Causas Perdidas. Capítulo 15

30-05-2017 / Lecturas, Menos Mitos
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Nueva historia de dioses menores, ansiedades fatigadas, gratos correveidiles, oficios inoportunos, desbocados suspiros y despedidas germinales para bien de las malas lenguas.


Los Defensores de Causas Perdidas. Capítulo 15

Por Juan Fragueiro.

Capítulo 15

De cómo engañó Fanguropos a Sangulpipo primero y a Misunimi después.

Estaba Fanguropos sentado en la copa de un árbol, pensando y armando su venganza (convertida en pensamientos oscuros, caníbales, frígidamente fríos), cuando de pronto, muy suavemente, oye el tintineo de unas campanillas de oro que iban acercándose hacia donde él estaba. Era Sangulpipo, quien corría coqueteando con los abedules y los abejorros, aunque ninguno le daba bolilla. Sus campanillas de oro pendiendo de sus orejas iban diciendo:

-Tilín, tilín… Lirí, lirí… ¡Ay, soy tan feliz!

Fanguropos lo detuvo:

-¡Hey, margarita de los campos por hacer! ¡Geranio de las azoteas sin barandas! ¿Es que has hallado un tesoro escondido, o tienes un sol en el alma para ti solito? Ven y cuéntame.
-Calla, Fanguropos, calla que puedes atravesarte con esa lengua tuya, tan filosa y… ¡Qué lengua!
-Vamos, ¿ya no confías en mí? ¿Quién te rescató de la lujuria de los dioses menores ayer, eh? ¿Quién intercedió para que te dejaran en paz, ah? Pues, yo, tu único amigo, querido Sangulpipo.
-Si en verdad fueras mi amigo, Fanguropos, no lo hubieras hecho. ¡Perverso! Espantaste hasta la chusma, ¡Aguafiestas! ¡Te odio!
-¡Upa! Reserva esa fuerza y ese rencor, tan tuyos, mi precioso amigo, para cuando lo requiera la grandiosa Misunimi. Creí que estabas de parte de ella y deberías saber que ha prohibido los ataques de ira. ¿Te pones loca de furia cuando la nombro?
-Es que… ¿cómo decirte? No sé si acas… pero, no ¡NO! Debo cerrar mi bocota, tierna y mullida, ante la descontrolada ambición de tus oídos. No hablaré. No, no y no.
-Anda, Sangulpipo, desnuda tu alma que en mí tendrás una tumba para tus secretos. Si me lo pides, callo; y te aconsejaría fielmente si lo quisieras. Desnuda tu interior, que las penas duelen menos. ¿No has escuchado acaso el llanto de los gorriones? Lo hacen por sus cuernos, para que no duelan tanto.
-Está bien. Voy a desnudarme, pero quédate donde estás. No bajes ni intentes violarme… (¡Ojalá lo hicieras!)
-Habla alto, Sangulpipo. No murmures cosas de las que puedas arrepentirte. Bajaré sólo para estar más cerca de tu belleza (puaj, ¡qué bigotes!); así acariciarás mis oídos con el tono melodioso de tu voz (que no cante ahora, por favor dioses, ¡que no cante!)

Y mientras Fanguropos bajaba de la copa del árbol en la que estaba sentado cuando apareció cantando y coqueteando Sangulpipo, éste se acomodó en el pasto, toqueteándose la cara, ordenando sus pelos injertados. Estaba casi convencido de la buena voluntad de su compañero.

Las mariposas se detuvieron. Los ríos comenzaron a correr sin tanto barullo. Los vientos soplaron más lentamente. Fanguropos acariciaba la mano de Sangulpipo, dándole ánimo y alentándolo a comenzar la confesión:

-Misunimi es muy buena conmigo; me ha regalado perlas y collares, cojol y coloretes. Pero creo que me envidia.
-¿Que Misunimi te envidia? ¡Pero qué cosas mi dulce amiguito! ¿Cuándo, cómo y por qué te has percatado de semejante hecho?
-Hace tres noches la grandiosa estaba sentada en su sofá. Yo le hacía la toca. Me dijo: «Sangulpipo, quisiera ser varón… mantener mi condición de dios, pero en lugar de estos bracitos de nada, ¡músculos! Portar dos anchos hombros en mis espaldas; rellenar mi agujero con… bueno, no. Me gustaría ser como tú, con agujero y penetrador por las dudas». E inmediatamente se puso de pie, tomó mis manos entre sus manos y comenzó a besarme lascivamente. ¡Lo recuerdo y me erizo! No por Misunimi, no. Sino porque ella es mujer, es una diosa y… Bueno, yo… Bueno tú sabes que con las diosas hasta ahí nomás. ¡En cambio con los dioses me transformo! ¡Qué placer!
-Así que Misunimi desea ser hombre -dijo pensando en voz alta Fanguropos-. En fin, las cosas, los tiempos, están cambiando vertiginosamente. Es como si yo, de repente… o tú… mejor dicho, es como si yo quisiera ser tren de carga, con el enganche detrás… Pero disculpa, Sangulpipo, continúa.
-Bueno, ella notó que yo no le respondía, me soltó y exclamó: «¡Qué ardor! Se me queman las entrañas y tú tan fresco, o fresca o qué sé yo qué… Sangulpipo, mi buen amigo, mi buena amiga, quiero ser como tú», y se durmió. A la mañana siguiente no me saludó siquiera. Le llevé el desayuno a la cama, pero no probó bocado. Corté unas flores de su jardín que ni las olió. Planché su vestido de gasa transparente y perfumé su lencería. Se fue sin saludarme. Cuando regresó, ignorando mi presencia, se encerró en sus aposentos. Trajo un paquete laaargoooo y le escuché emitir varios suspiros. Ayer, al despuntar el alba, salió sin decirme nada y aún no ha vuelto. Creo que la pobrecita está buscando aventuras o algo. 
-Digo yo, ¿qué te parece si para aliviarla de sus pesares de abstinente le hacemos un favor que quede entre nosotros dos? Una especie de compensación divina.
-¿Cómo sería eso mi dulce?

Fanguropos cuchicheó su plan en el oído de Sangulpipo. La noche cerrada y oscura los tomó. Fanguropos pagó algo así como una «retribución», por las confesiones de Sangulpipo y se fue sonriendo, como su amigo, que también se fue, satisfecho.

La diosa Misunimi estaba recorriendo sus pasillos en busca de pelusas y polillas intrusas, cuando una luz la encegueció. Parecía tener la potencia de mil haces, pero era sólo una. Con las palmas de sus manos, Misunimi hizo una pantalla protectora. Luego preguntó:

-¿Dioses? ¿Culandrillos? ¿Qué demonios sois?

Y al no obtener respuesta reclamó la presencia de Sangulpipo.

-Aquí estoy, mi reina privada, no grites, no te agites. Aquí estoy.
-Dime, media hormona asiliconada -dijo agresiva- ¿qué diantres será esa luz que me encandila procaz en mi territorio?
-¿Luz? ¿Qué luz, madrecita? Sólo veo un tenue resplandor que asoma por esa ventana y proviene de la pureza excelsa de los sentimientos reprimidos del diosito Fanguropos, mi graciosa reina y diosa, todo a la vez.
-¿Fanguropos tiene sentimientos reprimidos hacia mí?
-Y de los más puros…
-Pues nunca me lo dijo, ¿O yo no di valor a sus maneras?
-Puede ser. Petrete, dirían los franceses. Es lógico que con tu genio él haya sentido temor al rechazo.
-¿Rechazo? Pero, si yo también le quiero, o le necesito… En fin, una cosa no quita la otra.
-No quiero ser yo quien dé lecciones de nada, diosita, pero sutil diferencia hay entre el «te quiero porque te necesito» y el «te necesito porque te quiero»…
-Fanguropos… Ahhh… -suspiró la diosa.

Entonces, como si hubieran estado esperando el momento indicado, llamaron a la puerta. ¿Fanguropos? No. El sodero. Sangulpipo lo despachó inmediatamente. Por despecho de amor postegrado, el susodicho partió ofendido.

Otro llamado a la puerta. «Esta vez sí. ¿Fanguropos no?» No, el corredor de seguros. Sangulpipo lo atendió rápidamente. Otro amorío postergado.

Sangulpipo estaba ansioso. Sus párpados delineaban un arco iris fulgurante de cierta mañanita. Sus dedos se entrecruzaban en un sonoro estrechar de mentirillas. Mientras, Misunimi entró nuevamente en esa especie de duermevela impropia de quien espera.

Otra vez la puerta. Sangulpipo corrió para atender. Nadie respondía… «¿Hay alguien ahí?» Los golpes secos siguieron sonando, machos, en la puerta de madera balsa de la casa de la diosa Misunimi. Esta vez sí… Era Fanguropos.

-¡Oh, pero si es el caballerosísimo dios Fanguropos! Pasa diosito, pasa -dijo Sangulpipo en voz alta, mientras pensaba «¿por qué demoraste, estreñido?»
-Busco a la diosa Misunimi. ¿Podrá atenderme?
-Claro que sí. Espera y siéntate, o siéntate y espera.

Detrás de un cortinado gris, Misunimi aguardaba el momento oportuno para entrar en escena. Un rictus de solemnidad le cruzó los cachetes colorados. Su falda rozó sensualmente sus caderas. Con voz de dama aprisionada por sus responsabilidades y sufrimientos, saludó:

-Fanguropos… ¡Oh Fanguropos! ¡Yo también te deseo! -y se echó a los brazos del dios, que se corrió a un costado, dejándola caer sobre la alfombra persa.
-Cuidado, mi diosa suprema, puedes caerte de bruces. Tus pechos exánimes e insolentes, como prefieras, pueden impedir el equilibrio. ¡Detente! No obedezcas a tus exaltaciones íntimas… Sólo he venido a anunciaros mi partida.
-¿Tu partida? ¿Es que irás lejos?
-Nada tengo para hacer aquí. Dioses Menores Agremiados me despojó de mi cargo de delegado, por la historia de tus ríos. Pero no hay mal que por bien no venga, o viceversa. Viajaré al país del mayorazgo.
-¿Queda lejos, Fanguropos?
-No tan lejos como mi decencia ahora, diosa.
-Ven, despidámonos con un tet a tet.

Fanguropos estrechó a Misunimi en sus brazos y con sus dos piernas le apretó un muslo. La diosa excitada, desbraguetó al dios y se unieron en la aventura de la que el tiempo hizo germinar los futuros dirigentes del país, accidentalmente llamado Korvazwchofona.

Con el correr curvo de las lunas, la diosa dio a luz un hermoso bebé, algo díscolo pero bebé al fin, que en honor al dios menor de su ascendencia hizo llamar Fangulo.

Así fue que las calles aledañas a la historia bautizaron una pregunta animosa y frecuente en las tardes de verano: «¿Dónde va Fangulo?» Las malas lenguas adoptaron el dicho como una injuria italianísima: «¡Ma, va fangulo!»