El Cronista de la Sed

Las Barbies de Anna

20-07-2017 / El Cronista de la Sed, Lecturas
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Un viaje en el viejo Falcon. Un pueblo en medio de la pampa húmeda. Una casa en el centro. Una empleada municipal y su padre. Una colección increíble, un par de fotografías y una comida entre risas.


Las Barbies de Anna

Por Fer Vélez.

Mis proyectos de fotos me han llevado por muchos lugares. Esta reunión llevó como un año en concretarse. Tuve que viajar, pues esta chica vive en un pueblo-ciudad a 100 kilómetros de Córdoba. El paisaje es llano y próspero, con campos sembrados y camionetas nuevas. Yo no desentono en mi Falcon viejo. Estos autos andan todavía en el campo. Parezco uno más del pueblo.

La casa queda en el centro del pueblo. De los años sesenta, tamaño mediano y medianamente conservada. El interior es cálido, llena de adornos homogéneos con un estilo artesanal.

Llego tarde, a las 12.30. Ella me abre la puerta y saluda rápido. Está ansiosa. «Pensé que no venías». Viene arreglándose desde las 8 de la mañana. Entramos. No deja de ir y venir por la casa, como apurada. “Papá agarrá los perros” dice. Los perros, dos caniches blancos con corte de peluquería.

No puedo ver al padre, no sale a saludar, anda por su cuarto. “Quiero ver la casa” digo. La idea es hacer dos fotos para dos proyectos diferentes. Llegamos a su cuarto. Una cama doble un poco apretada con los muebles. En distintas repisas se distribuyen más de 300 Barbies de su colección. “Cada una tiene su nombre” aclara.

La visión es increíble. Anna duerme entre medio de un mundo Barbie. “Esta- me dice- es una de una edición limitada de 100 en el mundo” Está orgullosa y su orgullo contagia. No deja de ir y venir, no deja de hablar. Me trae cerveza, papel y lápiz. “Desde chiquita fui así! No me considero transexual ni travesti, eso me suena muy a gato.” “¿Cómo te definís entonces?” pregunto. “Yo soy una chica diferente -contesta-. Es que siempre fue así. A los 3 años ya hacía patinaje artístico, o sea, sabían que no iban a tener un rugbier en la casa y en vez de luchar contra la naturaleza mis
papis decidieron dejarme ser como me sentía internamente. Mi papá me compró mi primera barbie. Me la dieron en navidad frente a toda la familia. Yo tenía 8 años.”

Cuenta que es adoptada, que estudió en la Siglo XXI y que trabaja en la municipalidad de su pueblo.

Aparece su padre, de 81 años. Hombre bajo, canoso, de ojos claros. Es hermoso, es bello verlos juntos: padre e hija. Cuenta que ella estaba en pareja y se terminó el amor. “Creo que uno se enamora de los defectos del otro. Por ejemplo, si la otra persona ronca, puteás, ¡pero cuando ya no está lo extrañas!”

Anna no para de reír. Está hecha una diosa, el padre la mira con cariño. “Yo no me meto con tipos casados, eso es para sacarse las ganas y después cuando los necesitás no están.” Otra carcajada más, ya no las puedo contar. «Lo único que provoco es risa!» La miro y me acuerdo del día antes, cuando pensé, pobre de mí, que iría a la casa de una gata en celo. ¡Una maníaca de Barbies!

Hacemos las fotos. Yo contento, muy a gusto. Ella también, aunque ansiosa.

Finalmente nos sentamos y me traen «el salame campeón de la provincia». Comemos y charlamos los tres.

Cuando me estoy yendo, se escapa una de las perras a la calle. “Mirala -dijo-, trola como la madre”. Nos saludamos, yo desde el auto, mientras ella reniega con la perra que no quiere entrar a la casa.

Doy una vuelta y paso frente a la municipalidad de Oliva. Intento imaginarme cómo es Anna como empleada pública. Me pregunto cómo la tratarán sus compañeros de trabajo.

Antes de tomar la ruta para volver, paso por una carnicería y me compro el salame campeón de la provincia.