Literatura

Franco Colamarino. «Una cuestión de parámetros»

14-10-2015 / Lecturas
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Desde nuestra sección dedicada a disfrutar obras de autores contemporáneos, compartimos una de las historias que integran «Cuentos de Bar y otras histerias varoniles», primer texto de Franco Colamarino.


Franco Colamarino. «Una cuestión de parámetros»

Franco Colamarino es riestrense por gestación y cordobés por adopción. De chico pasaba los domingos en el buffet del Club Atlético y lo atrapaban las historias de los ilustres asistentes. Mucho tiempo después, al tiempo que editaba una revista y realizaba participaciones en radio y televisión, se dedicó a recorrer bares con dos amigos (Ramé y Fontana), creando el segmento “Los Caminos del Vermú”. Es admirador del Negro Fontanarrosa, sus galanes y su literatura, y fanático del Xeneise, club donde jugó su padre. Actualmente, se encuentra preparando su segundo libro y realizando entrevistas gráficas. Espera una charla quimérica con Joaquín Sabina y estrenar un par de documentales.

«Cuentos de Bar y otras histerias varoniles» es su primer libro de cuentos, editado en 2014. Tenemos el enorme placer de compartir una de sus historias.

¡Gracias Franco!

 

Una cuestión de parámetros

 

-¿Qué tal muchachos? ¿Cómo va todo? -preguntó de compromiso Carucha, al tiempo que se acomodaba a la mesa.

-Nosotros bien. Bah, como siempre pero vos -le respondió Mariano.

-A vos parece que te hubiera pasado un camión por encima -completó Cacho.

-No sé, que sé yo. Estoy como desinflado -intentó explicar Carucha.

-A vos Gordo te vendría bien desinflarte de vez en cuando -provocó Cacho.

-No seas pelotudo Cacho, que se ve que Carucha no vino bien -contestó Mariano.

-Pedite algo y desembuchá Carucha, que para algo estamos los amigos…

-Pedite algo fuerte que afloja más -sugirió el Gordo.

-¿Te parece a esta hora de la mañana? No me gusta llegar con aliento a alcohol -argumentó.

-Traele entonces un café, pero bien fuerte, -le ordenó Mariano al buffetero.

La expresión de Carucha preocupaba porque se trata de un tipo feliz. No como el Mariano que era un pesimista crónico y si hubiera entrado al bar igual que el Carucha, todos habrían creído que esa vez andaba con suerte. Carucha es otra cosa, de esos tipos que andan con sonrisa de oreja a oreja y que hacen que vos te preguntes: ¿De qué carajo se ríen? Más aún, en lugar de contagiar, es de esos que te lastiman por exceso de felicidad. Siempre, pero siempre, ve el vaso lleno. En lo que sea, en una desgracia personal o en una crisis internacional. Fijate que el día de las Torres Gemelas, estábamos todos cagados hasta las patas mirando el asunto en el bar. Más todavía porque el Mariano tiene parientes en el ejército y decía que le habían confirmado que había aviones volando descontrolados acá. Y el Mariano no es de hacer esos chistes. Pero Carucha lo más campante tomaba vermú y decía que ese despelote iba a beneficiar el turismo, que los europeos iban a quedar asustados y no les iba a quedar otra que venir para acá y dejarse de joder con él “Yo AMO NYC” y todas las boludeces. Antes y después que pegara el segundo avión, Carucha gritaba: “¡Esto nos viene al pelo!”. Y se la jugaba porque iban a bajar también el Empire State. Por suerte le erró pero ese día todas las consumiciones las pagó él.

Carucha te empalaga de felicidad. Es excesivo, es cierto. A veces se le va la mano. Con él no podés ni comentar el noticiero, aunque todas sean noticias de mierda, él te las da vuelta. Te las mastica bien y te hace mirar las cosas distinto. Te diría que es como un manual de autoayuda andante. Si el Banco te está por ejecutar la hipoteca, vas, le contás al Carucha y al rato estás brindando con el gerente que te está hundiendo. Te convence, te lo juro. Cuando al Gordo lo cagó la novia con el arquero de Empalme, el Gordo fue a la cancha a cagarlo a palos a la salida. Hecho una furia, parecía un barrabrava. Por suerte estaba el Carucha para aconsejarlo. Terminaron con el arquero tomando cerveza hasta las tres de la mañana. Se recontra mamaron. Hasta con los guantes puestos estaba el arquero por si las moscas. Y resulta que después hablaban de hacer un trío con la mina los muy guachos.

«Vos pensá que si el arquero la coge bien, la mina con vos también va a estar contenta» según parece fue una de las frases que usó Carucha. Pero no creo que haya sido tan directo porque el Carucha tiene tacto. Sabe cómo entrarte. Cómo hacerte que cambies de opinión y veas las cosas a su manera. Tiene ese espíritu que tienen los brasileros que se les puede estar viniendo un tsunami y ellos bailan samba, juegan al fútbol o hacen capoeira. Igual, no es que todo le chupa un huevo. Es una cuestión de actitud. Carucha es un optimista nato de la vida, de la parte buena que pueden tener todas las cosas. Incluso, las más oscuras. Él dice que todo puede tener un lado B. Te juro que si se deja la barba, se rapa y usa una túnica blanca, hasta podría vivir de eso. ¿Cómo de qué? De ser él, de dar consejos. Siempre dice que tiene como un don para mejorar cualquier calamidad. Cualquier desgracia. Y lo consigue.

Carucha se basa en la teoría del Yin y el Yan que dice que todo lo bueno (la parte blanca) tiene algo de malo (el punto negro) y todo lo malo (la parte negra) puede tener algo bueno (el punto blanco). Y que todo depende de cómo lo mires. Mejor dicho, de la actitud con que lo mires. Por supuesto, Carucha mira siempre el Yin. Dice que si te pasa algo malo en la vida o simplemente hacés algo mal, eso te trae experiencia para cuando lo vuelvas a hacer y esa es la parte buena. “Nunca está más oscuro que cuando va a amanecer”, nos soltó instantes después de la goleada de Alemania en el 2010 cuando estábamos todos destrozados y puteábamos a los defensores y al mismísimo Diego que no había llevado laterales. También atendimos a los pechos fríos de los delanteros.

«Cuando la noche es más oscura, se viene el día en tu corazón”, tarareaba la canción de los Redonditos de Ricota. ¿Sabés cómo lo mandamos a la mierda ese día no? Pobre Carucha. Qué manera de putearlo a él, al Indio Solari y a todo el rock nacional. No queríamos saber nada, pero él sonreía.

¡La concha de su madre que nos dejaron afuera de un mundial! Hasta nos quedamos con el asado a medio hacer. Dejamos todo en la parrilla y nos fuimos cada uno a su casa y el puto del Carucha se fue al bar. Me acuerdo y me dan ganas de agarrarlo del cogote.

Quizás el talón de Aquiles de esta filosofía del Carucha es con el fútbol. No se puede ver el lado bueno cuando perdés. No hay forma. Puede que tenga algún Yin si tu mujer te deja por otro, si el granizo te destroza el auto y no tenés seguro, o si tu suegra si mudó enfrente de tu casa. Pero con el fútbol no hay segundas lecturas. Si perdés es lo peor de lo peor que te puede pasar ese día. O semanas enteras si se trata de un clásico. Si descendés de categoría por primera vez como le pasó a River, directamente podés quedarte amargado veinte años que ni el nacimiento de tus hijos o ganar el gordo de Navidad te pueden quitar la calentura.

Pero hoy Carucha tenía una expresión nueva, muy extraña para nosotros que lo conocemos desde hace 30 años cuando llegó al grupo por ser el primo del Eduardo.

-Este es César, mi primo de Buenos Aires? nos lo presentó el “Eduardo”, una mañana gris y de tormenta. Me acuerdo de las condiciones climatológicas porque ese día cayó un rayo en la cuadra y quemó el único televisor blanco y negro que teníamos para ver los partidos en el bar.

-No se hagan problema muchachos. Ya van a verlo mejor con un aparato a colores, escuché que están por llegar esos televisores –debutó opinando el Carucha, con esa sonrisa algo falsa que ya es su marca de fábrica.

“¡Porteño de mierda qué carajo tenés que hablar vos!” –te juro que pensé en contestarle. Por suerte no lo hice porque me hubiera tapado la boca. A los meses apareció el buffetero con la caja de madera que transmitía en tecnicolor.

Siempre tuvo arrastre con las minas, nobleza obliga decir. O, mejor dicho, nunca le costaron mucho esfuerzo. No era que las remaba como nosotros. Ojo, tampoco tiene la facha como Alain Delon.

Carucha es alto, un poco más que la media, es flaco pero no tiene un puto músculo. Por si fuera poco, después de los treinta empezó a echar una pancita cervecera, mínima por cierto. Pero le borró los abdominales como cuando el mar te destroza un castillo de arena con sólo una oleada. De la cara, ni te digo, te imaginarás por qué le dicen Carucha. No es feo, te aclaro de entrada. Pero tiene todo exagerado. Las orejas que las disimula con el pelo tupido, una boca inmensa con labios gruesos como Mick Jagger (o como Raquel Mancini después del botox), unos ojos celestes más grandes que un par de bolones. Y una nariz gruesa y larga, como dicen que también tiene la pija. De esto último no voy a hablar, no me interesa. Pero los que la vieron en su máximo rendimiento hablan de que intimida. Se le sale de la bragueta.

Nunca la remó como nosotros, nunca tuvo que chamuyar días o semanas enteras. Las que se le acercaban, porque en general las minas venían a él, las convencía en pocos minutos. Tipo que las hipnotizaba, quedaban enamoradas a él. Tal vez por la felicidad que siempre porta. El encanto natural que posee en ese estado de gracia permanente. Las atrapaba como esos grandes boxeadores que no necesitan más de dos rounds para noquear a su adversario. Palo y a la bolsa.

Claro que nunca se enamoró de ninguna. Supongo que le pasó como a los grandes cantantes de rock, es difícil enamorarse cuando la oferta es descomunal, variada, tentadora. Sin embargo, sabíamos que hace como dos meses andaba en un metejón porque venía poco por el bar. O si pasaba se tomaba una sola vuelta y se iba cagando. Nunca pero nunca lloró por una mujer y eso que lo dejaron minas más fuertes que cualquiera de las tilingas que hoy bailan por televisión. Es más, nunca mostró sentimiento alguno por todas las minas con las que salió que no me alcanzan todas estas páginas para enumerarlas.

Con esta última venía distinta la mano. Parecía que andaba con la cabeza en otra cosa o literalmente con el bocho pensando solamente en ella. Cuando hoy lo vimos entrar con esa cara de consternación, temimos lo peor. Que la mina lo dejó o algo por el estilo.

A ella no la conocíamos porque no era del barrio. El nos dio apenas algunos datos insignificantes. Que la mina era arquitecta. Que en sus años mozos había sido reina de no sé qué poronga. Que era muy educada.

“Linda”. Eso nomás dijo sobre su apariencia. Y de buena familia. Pocos datos pero igual más que suficientes para hacerte una idea. Ni siquiera le preguntamos la edad. Aparte nosotros no somos de chusmear de más. Somos tipos de bar y no minas de una peluquería. No vamos a andar entrando en detalles insignificantes. Lo dejamos que se acomodara bien, que le entrara al café y después sí, no nos quedó otra que interrogarlo un poquito.

-¿Qué carajo pasa Carucha? Vos nunca andás con esa cara -le dije, valga la redundancia.

-Es por Paulita… La mina con la que estoy saliendo -soltó.

-Paulita se llama, mirá vos che -le contesté.

-Nos imaginábamos que venía por ahí, pero nunca te vimos así -se animó Mariano que chupaba un porrón- “Si la relación se terminó, a levantar el ánimo y a otra cosa”, como vos siempre nos decís.

-“Ya se viene otro clavo para tapar ese agujero y sino mientras tanto clavo lo que sea” -completó el Gordo, recitando la filosofía simple de nuestro ahora maltrecho amigo.

-No es por eso muchachos. Ya saben lo que opino de las rupturas y todas esas pequeñas enseñanzas -se atajó Carucha.

-Por supuesto, en cada fracaso surge una oportunidad -arriesgué.

-No pasa por ahí. El problema es otro y te digo que no sé como ilustrarlo para que me entiendan. Saben que soy un tipo muy leído de distintos tipos de filosofías…

-Qué novedad…. Sos un bocho Carucha -lo homenajeó el Gordo.

-Tan así no es, algo la tengo clara en los temas filosofales o espirituales… Pero lo que yo tengo no creo que haya sido estudiado aún.

-¿Qué bicho te picó? -inquirió el Gordo.

-¿La mina es “trava” y te diste cuenta cuando ya estabas metido hasta las manos? Mirá que eso no es nada, al Tato le pasó algo así y ya lleva dos años con la mina –sugerí.

-O con el tipo.

-O con el tipo -repitió el Gordo.

-¿Cómo vas a pensar que es un tema sexual? -pareció enojarse Carucha.

-Qué se yo. Fue lo primero que me vino a la mente –dije, como para decir algo.

-Mejor callate la boca entonces -arremetió con el ceño fruncido, con una expresión que tampoco le conocíamos.

-Tranquilo Carucha, seguí que te escuchamos -intentó calmar Mariano.

-Lo que me pasa a mí es algo extraño, perturbador…-hizo una pausa-

El gordo estaba por decir una pelotudez pero por suerte lo pude parar con la mirada.

-Yo les dije que estoy saliendo con una mina linda, ¿no? -preguntó Carucha.

Todos asentimos expectantes… Esperando ansiosos que siguiera, pero como no lo hacía, intervine:

-Sí, nos dijiste que era linda pero nada más?contesté.

-Bueno, me quedé corto muchachos. Linda es poco para definirla. Es preciosa, pero esta no es una palabra que yo use mucho. No sé cómo se la puedo describir para que se la imaginen.

-¿Tiene buenas tetas? –masculló el Gordo, sin que lo pudiera frenar.

-El físico es increíble pero vos sabés que eso es lo de menos.

-Para vos sí, porque te cogiste los mejores cuerpos de toda la ciudad.

-No exageres. Lo que quiero decir es que es hermosa, perfecta, muy atractiva. Para que se den una idea, imaginen la mina que más les gusta del cine.

-La Coca Sarli -tiró el Gordo que ya tenía la mirada caliente.

-Algo mejor Gordo, algo más sofisticado.

-Graciela Borges -arriesgué.

-Piensen en Hollywood -parecía que ahora Carucha jugaba.

-Pamela Anderson -se la jugó el Gordo y esto ya parecía una adivinanza.

-Con más glamour muchachos -nos guio Carucha.

-Angelina Jolie y la puta que te parió Carucha.

-Puede ser, algo así, una mezcla de esa con la Julia Robert. Una mina cinematográfica. De esas que los grandes directores se enamoran. Una de esas por las que Hitchcock hubiera perdido la cabeza. Y por las que vos pagarías una entrada al cine aunque sepas que la película es una mierda.

-Sabés las veces que lo hice -se sinceró el Gordo.

-¿Y cuál es el problema Carucha?

-¿Querés que te envidiemos hijo de puta?

-Es perfecta, no te dejó, no es un trava…¿Cuál es el problema? -se preguntó Mariano.

-¿Le quedan dos meses de vida? -me la volví a jugar.

-No boludo, eso tampoco, la mina está bárbara y nos complementamos genial.

-Ya sé, a la mina no le gusta el bar. No te deja venir acá con nosotros, por eso apareciste poco últimamente.

-No Cacho. No pasa nada. La mina tiene sus tiempos y no hincha las bolas. Te digo más, es muy independiente.

-No sabe coger -arriesgó el Gordo con cara de haber acertado el primer premio en el programa de Susana Giménez.

-No Gordo, no me gusta hablar de intimidades, pero la verdad que nunca tuve mejor cama que con ella.

-Entonces Carucha, ¿Qué mierda te pasa? -le dije perdiendo la compostura, a punto de agarrarlo del cuello.

-La mina es mucho para mí -simplificó finalmente.

-Ah bueno, si es así a quién carajo le importa.

-Lo que quiero decir que la mina es lo mejor que “el Barba” me podría haber dado en el planeta. Es lo máximo de lo máximo.

-Entonces ¡bienvenido sea!.

-El asunto es que no puede haber más ninguna después de esta mina. ¿Me entienden?.

-Pará que pido cerveza porque con café no te entiendo un sorete -respondió el Gordo.

-Cuando vos llegás a tener una mina que reúne todas las condiciones: buena familia, súper educada, quizás la madre ideal de tus hijos, cero hincha pelotas. Se hace del club que vos sos hincha si hace falta. Te deja ver los partidos sin chistar, venir al bar, coge de mil maravillas y le encanta; y todos los etcéteras que te imagines. Y encima está recontrabuena. Que si hubiera querido tendría a Hollywood a sus pies sin siquiera hablar inglée…

-¿Y?

-Y sabés que después de eso no puede venir nada mejor. Que se acabó la carrera muchachos.

-¿Qué carrera?

-Es una metáfora boludo. Quiero decir que no te queda otra que quedarte en el molde tratando de retener esta mina. Que si la perdés, ya no vas a poder volver a salir con otra. Se acaban los sueños, las esperanzas, los nuevos objetivos. Las utopías. La parte buena de las cosas y todas las cosas con las que creía y predicaba hasta entonces. Sin ella todo sería de una “insatisfacción constante”. Es decir, no hay vida después de ella. Si Freud viviera analizaría mi caso como alguna vez lo hizo con el Edipo. Y sería tan o más trascendental en la vida de las personas que sufren como yo. Estoy preso del mal de la “insatisfacción constante” muchachos. Me tengo que retirar y ese no es el problema. El asunto es que ahora tengo miedo a perderla. Miedo a no saber cómo manejar esto.

-Tranquilo Carucha -lo palmeé y le grité al buffetero que ahora se apurara con las cervezas.

-Siento que perdí el instinto animal. Ya no soy más un animal depredador. Estoy totalmente enajenado por esta mina y te digo que no me arrepiento porque fue inevitable. Hasta el más Don Juan hubiera sucumbido a sus encantos. Cualquiera pero cualquiera, perdería la cabeza por ella. Creo que hasta un gay cambiaría de bando por ella, aunque todos digan que no se vuelve. ¿Entienden lo que pasa? Ya sé que después de su sol, sólo podrá venir oscuridad. Y más oscuridad. Lamentablemente ella me va a obligar a compararla siempre.

-No te entiendo un joraca -inquirió el Gordo.

-A ver…. -pensó unos instantes Carucha- Te pongo un ejemplo con el fútbol. Con Messi y el Barcelona.

-Ajá -pareció más desconcertado el Gordo.

-Yo no miro ningún partido del Barcelona ni ningún partido de Messi.

-Sos un tipo raro vos Carucha, debés ser el único argentino que no lo hace -mencioné.

-¿Sabés por qué lo hago? -preguntó y se respondió al instante- Lo hago porque no tolero ver tanta belleza en un campo de juego. Es decir, si miro un partido del Barcelona: elegancia, toques, malabarismos, sentido de equipo, goles de todos los colores que hace Messi y los firuletes que se te ocurran. Si yo miro eso y luego me pongo a ver a las dos horas un partido de primera. Y te digo de primera para no decirte B Nacional o Tercera División que sería aún peor. Si después de ver a Messi veo a los otros, me dan ganas de romper el televisor. ¿Entienden?.

-Más o menos -contestó Mariano.

-Después de ver la perfección, instintivamente lo comparás con el resto y ahí surge el desencanto. El desencanto de ver que el resto de los mortales son unos simples torpes y burros corriendo el balón como desesperados. Al lado de los Messi, de los Iniesta, los Xavi, el resto son pataduras inservibles. Y perdés por completo las ganas de mirar el fútbol nuestro, de cinco defensores, técnicos amarretes, jugadores que no hacen dos pases seguidos. Te diría que incluso hasta perdés la pasión por el resto del fútbol. ¿Comprenden ahora por qué no miro al Barcelona?.

-Ahora sí, ¿pero qué tiene que ver tu novia con Messi? ¡No me digas que le chupó la “japi” al número uno y ya mismo te beso las bolas! -arremetió el Gordo.

-No pelotudo. Lo que intento explicarte es que nunca me puse a pensar cómo sería la cosa si llegara al techo máximo de mis posibilidades de conquista. Pero ahora que me pasó no sé cómo manejarlo –agregó, quedándose pensativo- Aparte está el tema del fin de las utopías amatorias. Algo así como la teoría de Fucuyama aplicada a los temas de alcoba. Al encamarte con lo máximo de lo máximo que te pueda tocar, también estás poniendo fin a las mejores oportunidades que te podría traer el porvenir. A la esperanza de unas nuevas curvas por las que te deslumbres. Una nueva morocha que te haga temblar el piso. Al final de que una rubia debilidad te haga tambalear -concluyó.

-Como el fin del mundo, pero de las cogidas -resumió Mariano con la vulgaridad de su cuarta cerveza.

-Tal cual, después que probaste el caviar no podés volver al cantimpalo -agregó Carucha.

-Después que fuiste obispo no podés volver a ser cura -completé.

-Algo así…

-Ah boludo, era eso -dijo el Gordo y todos los miramos con odio para evitar que se mandara una cagada. Se sirvió un porrón tranquilo, bebió unos sorbos mientras esperábamos que siguiera porque todos nos habíamos quedados mudos y el Gordo era el único que podría abrir la boca, incluso para decir alguna estupidez.

-Vos lo que tenés Carucha es simple. Es apenas una cuestión de parámetros. Ahora todo será un asunto de comparación. De parámetros ideales. No es nada grave. Tomate algo y un día de estos lo seguimos charlando a ver si le encontramos solución -dijo el Gordo y se quedó dubitativo unos instantes. Luego, se paró como para irse. Sin embargo volvió y se le acercó a Carucha. Se puso a un metro y le largó:

-Bah, pensándolo bien, ya no se puede arreglar. Eso sí, hay algunos tipos de angustias que se pueden soportar? sonrió triunfante.

 

«Cuentos de Bar y otras histerias varoniles» se puede conseguir en:

Café del Alba – 9 de julio 482.

El Emporio – 9 de julio 187.

Rubén Libros – Deán Funes 163.

Vocán Azul – Achával Rodríguez 244.

Wollen Librería – Copina 1375.

Hora Libre – Urquiza 27 (Alta Gracia).

Sur Libros – San Martín 134 (Alta Gracia)