El cronista de la sed

El parche

18-03-2018 / El Cronista de la Sed, Lecturas
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Las gomas son esas cosas que ruedan y se pinchan para que en algún momento decidas cambiar de gomería y dar al fin con las enseñanzas de quien entiende de la vida como de gomas pinchadas.


El parche

Por Fer Vélez.

Me alcanzó para una semana de vacaciones. Volví más cansado que antes de irme. Hace dos días que
intento poner en funciones al jefe de mí mismo que llevo dentro y no lo consigo. Como no me sale, ando carreteando,
haciendo pequeñas boludeces para tomar envión.

Ayer llevé a parchar una goma. Tengo un gomero de confianza, pero esta vez lo cambié porque tenía muchos autos.

El nuevo gomero es gringo, petiso y gordito. Todo lo opuesto al otro. Sin demorar, sacó la rueda y se la llevó al fondo. Como no tenía otra cosa que hacer, lo seguí para quedarme al pedo por ahí cerca. Mientras hacía sus cosas, cada tanto levantaba la vista y me miraba, veía que yo también lo estaba mirando. Supuse que preparaba algún comentario, me estaba midiendo.

-Esto es un parche, ¿Ves?
-Sí, veo.
-Bueno, hay gomeros que no saben qué es un parche.
-¿No?
-¡No! ¿Ves que laburo solo? ¿Tenés idea cuántos empleados eché a la mierda?
-No, ni idea…
-Al último lo tuve agarrado del cogote en el piso… ¡Cuatro en un año tuve! La última vez puse un aviso en el diario:
«Busco aprendiz de gomero». Se llenó de guasos el negocio.
-¿No tenían idea?
-¿Qué? No sabés… Me pregunta uno: «¿Y cuánto paga don?» ¿Que cuánto pago? Haceme el favor, tomatelás… A ese ahí nomás lo eché. Cuánto paga don… Te voy a dar una patada en el orto, eso te voy a dar… Acá todo el mundo se cree que es gomero porque laburó cinco años en Ingelmo o en cualquiera de esas otras. Porque te digo una cosa: ¡las conozco a todas! A todas las conozco. Cualquiera se cree gomero y no tienen idea lo que es una goma. A nadie le interesa entender cómo funciona, cómo se hace una goma… ¿Vos sabés cómo se hace?

Ante la pregunta intempestiva me quedé mudo, mirándolo, del mismo modo que lo miraba desde que había comenzado su discurso.

-Con esa cara que me estás mirando se quedó el otro -siguió-, el que dijo que hacía siete años que era gomero. ¡Le vieras la cara! Ni idea el hijo de puta de cómo se hace una goma…

Empezó entonces a contarme, paso a paso, cómo se construye una goma. Parecía un ingeniero o por lo menos un operario de una fábrica de gomas. Mientras hablaba, yo seguía mirando lo mismo que había visto desde que lo había seguido al fondo. Encajados en cada una de sus orejas tenía dos palitos largos y finos, de unos quince centímetros, de la misma forma que algunos verduleros suelen ponerse las lapiceras, o algunos carpinteros el lápiz. Uno de los extremos de cada palito tenía la punta muy afilada. Pude ver que no eran palos secos, habían sido pelados y pulidos.

Mientras el gomero iba por la cuarta estación de conformado de la goma, yo trataba de imaginar la utilidad de esas dos lanzas en miniatura situadas en sus orejas como dos remos o como dos ballestas cargadas. En un momento observé su dentadura. Un rayo de comprensión bajó desde el tinglado y supe que esos palitos eran palillos o mondadientes. Pude imaginar cómo hurgaba desde lejos las muelas del fondo sacando alguna vena o carnecita que hubiese quedado del asado que seguramente comía todos los días. Me invadió una pequeña envidia.

Justo cuando empecé a babear, el gomero terminó su alocución y el armado de la goma. La tiró al piso y la hizo rebotar.

-Así es hermano… Así está el país…

La hizo rodar hasta hasta la camioneta, y la colocó con toda prolijidad y cariño. Mientras lo hacía le tomé una fotografía en secreto de su cabeza y una de sus lanzas para los dientes, para asegurarme de que este relato tiene pruebas.

-¿Cuánto te debo?
-Dos parches… $150. La clase no te la cobro.