El cronista de la sed

El arte del saludo artístico

16-05-2017 / El Cronista de la Sed, Lecturas
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Es habitual que las inauguraciones de muestras convoquen a personalidades inefables. Lo infrecuente es que luego aparezcan crónicas como la que aquí compartimos.


El arte del saludo artístico

Foto: Paloma Vélez.

Por Fer Vélez.

El 11 de mayo el Museo Genaro Pérez abrió sus puertas de la mano de una nueva gestión. Me cuesta más de la cuenta realizar esta crónica. Las veces anteriores lo hacía desde afuera, casi como un borrachín ocasional. Esta vez es diferente y me cuesta. Sucede que estoy implicado en una de las muestras que se inauguraron el jueves. Este relato viene largo, les aviso. Espero poder mantener la atención de ustedes a lo largo y lo ancho de la pantalla que están mirando.

Este año hubo cambios en el mando del Museo. Se fue Lafuret y llegó Piñero. Sobre este tema en particular me embrollé yo solito en una discusión que se transformó casi en escandalete. Muchos están al tanto y no volveré sobre el punto, pero vale la pena nombrarlo para comprender el desarrollo. El director interino, Lafuret, me convocó a mediados de 2016 para proponerme realizar unos mobiliarios para una muestra de una artista cordobesa desconocida. Me dijo que estaba programando el 2017 y que le interesaba que participara en el montaje de la muestra. Le dije que sí. La verdad, no le di mucha importancia porque esos pedidos con tanta antelación a veces se diluyen.

Para finales de año, el director se comunicó de nuevo conmigo y me pasó imágenes de las pinturas de Silvia, la artista en cuestión. Eran obras religiosas budistas. Las observé entre asombrado y consternado. Nos reunimos, me explicó cómo había conocido a la artista de casualidad y entre una cosa y otra me pidió un texto y que me hiciera cargo de la muestra. «Sos el curador» me dijo. Me reí. «¡No!» le dije, yo no tengo idea. «Dale Fer, llamalo como quieras… ¿Me escribís el texto cierto?» «¡Sí!» Le dije.

No tenía idea del budismo y sigo sin tenerla. Soy ignorante del arte en general y en particular de las artes plásticas y/o visuales; más aún de lo contemporáneo y más aún de la historia del arte. Poco conozco y no tengo memoria por enfermedades graves que me azotaron en la juventud. Igual le dije que sí. Soy así, no lo puedo evitar.

Otro día me llamó para que vea las pinturas en el museo y nos conozcamos con la artista. Me quedé de cara. Me pasó lo que a la mayoría le pasa: pregunté qué tipo de impresión era. «¡No Fer! Esto es acrílico sobre tela.» No salía -y no salgo- de mi asombro. Me fui pensando que esto se haría nomás y que no tenía idea de lo que tenía que hacer, aparte de unos muebles y otras cosas.

Vinieron las fiestas y me eché el moco. Por cosas que escuché, até cabos en mi imaginación de distintas cosas y hechos y supuse que había un plan para dar un golpe de timón en los museos en Córdoba. Lo dije en Facebook y les arruiné las fiestas a varios, yo incluido.

Iniciado el año, una parte de mi suposición se cumplió. De ahora en adelante tenía que lidiar para la muestra con el nuevo director/gestor del Museo Genaro Pérez. Hubo varios movimientos que generaron extrañeza en el ambiente. Decidí pasar todo eso por alto, no tomarlo en cuenta y solicitar una entrevista con el nuevo director para realizar los requerimientos de la muestra. Así lo hice. Fuimos con la artista al encuentro.

El primer el saludo con el nuevo director fue un poco tenso, pero al ratito la conversación se distendió y se volvió fluida. Creo que las pinturas de Silvia cambiaron los ánimos. La reunión fue muy buena y nos confirmaron todo, no hubo ningún cambio. Nos fuimos contentos.

Pasaron los meses y llegamos al montaje de la muestra. Desde el museo tuve seguimiento por mails y llamados de parte de los empleados. No tuve que perseguirlos. El nuevo director, Piñero, estaba casi siempre, al menos en esos días previos a la inauguración. Fue sencillo comunicarse con él, siempre estuvo dispuesto. Fijamos una fecha de montaje: lunes 8 de mayo. “Ese día se lo dedicamos a ustedes” dijeron los montajistas. Imaginé que no iba a ser así. Efectivamente, fue un caos, pero por razones ajenas. Las demoras y contratiempos se debieron a los otros artistas que formaban parte de la muestra general del Museo en las otras salas. Nada fuera de lo normal, incluso la cortada de clavo de la parte gráfica de las muestras que llegan sobre la hora durante el mismo día de inauguración.

El Museo huele a nuevo. A simple vista, las modificaciones son mínimas. Cambiaron el mueble de la recepción hacia el costado izquierdo; pusieron luminarias led en las tulipas de las paredes de la planta baja; descolgaron los enormes retratos familiares y en su lugar colgaron pinturas más chicas y nuevas; pusieron una alfombra roja nueva en la escalera que conduce al primer piso y se seleccionaron otras obras para las salas de la planta baja.

El día anterior a la inauguración tuve una visión desde el primer piso hacia la planta baja: el nuevo director del museo limpiaba arrodillado restos de pegamento de los escalones inferiores de la escalera mientras el guardia, Julio, lo observaba con una escoba en la mano esperando su turno para barrer los restos. Le hice un chiste, reímos.

Llegó el día. El museo estaba luminoso con la alfombra nueva. Todo impecable. Omar, uno de los montajistas, iba y venía de un espacio a otro. Estaba solo, faltaba Emanuel por el fallecimiento de su madre. Empezó a llegar gente. Busqué un vino y me atrincheré en la sala de Silvia para acompañarla. Charlamos un ratito. Llegó el pintor Ramiro, se acercó a una de las pinturas y me preguntó qué tipo de impresión era. No le contesté, le dije que las mirara de cerca. Al verlas se dio vuelta y me dijo: “¡Es acrílico!” Asentí con la cabeza. Giró hacia Silvia, se presentó y acto seguido se sacó la campera y se levantó la camisa para mostrarle su tatuaje gigante de la espalda. «Mirá» le dijo. «Tenés un Buda tatuado» le dijo Silvia. «Es Siddharta» me pareció escuchar, o algo parecido. Así como vino, Ramiro se fue.

Llegaron personas que no conozco personalmente. Realmente no las conozco. A veces tenemos alguna interacción a través de Facebook. Nos saludamos, nos abrazamos y no supimos muy bien qué decir. Fui a buscar más vino, me crucé con más gente y comencé a notar la extraña ceremonia del saludo artístico. No puedo saber si sucede en otros ambientes, pero me resulta particularmente extraño el modo de saludo en las muestras de las artes visuales. No las encuentro en otros encuentros. Hay casi una estrategia desarrollada en torno a esto. Primero hay miradas de soslayo, sin que te vean, casi espiando. Todas las variantes son posibles porque la diversidad de personalidades y personajes parece infinita. Resulta verdaderamente trabajoso determinar por qué tal o cual persona no te saluda o no te va a saludar o si te saluda rarito o si te esquiva. Es como una danza que no tiene alegría sino más bien intriga. «¿Lo saludo o espero que me salude?» debe ser un pensamiento recurrente. ¿Quién saluda primero? Mientras más importante se cree la persona, más trabajoso resulta determinar el modo de abordar un saludo por primera vez.

Hay que decir que el ambiente está plagado de tímidos y de gente freak. También está lleno de rostros que parecen salidos de la pantalla de Facebook, con lo cual, llegado un momento, uno puede relajarse y no saludar a nadie nuevo que no conozca en carne y hueso previamente.

Al volver de una recarga de vino me crucé con Fabhio a la entrada de la sala. Me esquivó simulando no haberme visto. Ya me había bloqueado dos veces en Facebook. Lo seguí a la sala de al lado y lo busqué, no le quedó otra que saludarme. «Me voy, me voy», dijo. «No te vayas, quedate, tomate un vino». Finalmente aflojó y nos dimos un abrazo. Aproveché y me abracé con Luis y Nata, los compañeros/vecinos de sala. Volví con Silvia, llegó mi hija y mi madre.

El Museo se llenó y como siempre costaba atravesar el pasillo. Un rato antes había visto llegar a Pancho Marchiaro. Estaba atento para verle la cara al llegar a la sala de la muestra. Nunca llegó. «Menos mal» comentó un artista mayor. Reímos. Llegó mi fotógrafo favorito, Julio. Me vio y empezó a hacerme bromas y reírse. Cuando salió de la sala ya no hacía bromas, quería hablar en serio. Ahí comencé yo a hacerle bromas a él. Pasó Aníbal, nos abrazamos. «¡Cómo andás culiado! ¡Tanto tiempo! ¿Qué es esto?» preguntó. «Una Budista» le dije. «¿No pasó por ninguna escuela de arte, cierto?», preguntó. «No», le dije. «Cómo se nota que no está contaminada» comentó. Asentí con la cabeza y tomé más vino.

Pasaron artistas, curadores y otras gentes normales. Algunos se sorprendían, otros saludaban, otros no sabían si saludar, otros venían francamente a saludar. Decidí pasar por las otras salas para saludar a Mariana y a Mónica. Al pasar por la sala de Mariana veo a Gustavo junto a su jefe Pancho, que me guiñó el ojo derecho. Estábamos a tres metros de distancia. No pude más que reírme y pensar «¿Qué le pasa a este? ¿Por qué me guiña el ojo si nunca nos saludamos?» Jamás nos presentaron, ni sabe quién soy.

Seguí de largo y me fui riendo a buscar más vino. Bajando me crucé con Pablo, uno de mis consejeros favoritos. Me vio y se rió. ¿Vos también te me cagás de risa? Reímos. Llegó mi hijo mayor, nos abrazamos. Terminé de bajar y con la copa llena me crucé con el pelado Bellomo. No lo conocía personalmente. Nos vimos y nos reímos. Fue típico: «¡Vos sos Bellomo!» «¡Y vos sos Fenancio!» Volvimos a reír y se fue para arriba. Quedamos un rato ahí con Julio y Pablo y planeamos un atentado contra un fotógrafo muy famoso. Vino Ciro y nos reímos también porque durante el día habíamos estado peleando por Facebook. Él había ganado la discusión. Casi como de costumbre me había ido al pasto. Brindamos por eso y me dijo que hagamos un asado.

Arriba, mi madre estaba nerviosa porque había dejado solo a mi padre. Subí a buscarla. También estaban mis dos hijos y un amigo del mayor. El amigo me preguntó: «Fenancio… ¿Qué le pasa a esta gente?» «¿A Quiénes?» le devolví. «Todos estos… ¿Son muy importantes?» Me reí mientras respondía: “Sí, acá hay mucho jipi importante”.

Volví a la sala y me despedí de Silvia. Había gente que daba vueltas y vueltas mirando sus pinturas, tocando las campanas… Busqué a mi madre, a mis hijos y un par de amigos y nos fuimos saludando hasta la calle. Nos encaminamos hasta la pizzería San Luis. Comimos y charlamos. Mi padre llamó a mi madre y la hizo sentir mal porque no estaba con él. Nos despedimos y volvimos al barrio.

Esto sucedió un jueves a la noche. Hoy es domingo y el diario de Córdoba publica una nota sobre la crisis en el Museo Genaro Pérez y en la Asociación de Amigos del Museo. Pinturas que no están, cosas que faltan. Dice el diario que la remoción del director tiene que ver con eso.

Me acordé de la llegada del nuevo coleccionismo cordobés al Museo. Me acordé de la guiñada de ojo de Marchiaro y me sigo preguntando: ¿Qué fue eso?