Menos Mitos

Cuchi, la neblina, la coca y yo

3-05-2016 / Lecturas, Menos Mitos
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Hay textos que superan con gloria el miserable refrán «ver para creer». Escritos en que cada palabra juega de fotograma para que cada párrafo logre una escena inolvidable. He aquí otra historia proyectada y un nuevo refrán: «leer para ver.»


Cuchi, la neblina, la coca y yo

Por Juan Fragueiro

La tercera aneda con sabor a coca: 1984. El Festival de La Falda comienza a escribir su despedida. Los cuatro días son un homenaje al Cuchi Leguizamón. Al entrañable Cuchi. Ya les dije que en aquellos años mi tarea junto a Mario Luna era la de todero, pero en los días del festival, principalmente, era el chofer para traer y llevar músicos. No conducía una limousina sino un Peugeot 504 blanco, gauchito.

La segunda noche, un viernes, Cuchi tenía que ir hasta Capilla del Monte para cantar en una fiesta del centro friulano, así que nos montamos al yeyo 504 y partimos por la ruta 38 en un viaje silencioso, reflexivo. El Cuchi, dos músicos y yo. Cualquiera se hubiera sentido un Dios, pero yo, como buen ateo, me sentía un humilde privilegiado.

Mientras el Cuchi hacía lo suyo, yo hacía lo mismo, o sea lo mío, devorando unos platos de pastas caseras regaditas con vino ad hoc y algo de soda para burbujear los sentidos. Pegamos la vuelta a La Falda a las 4 am. Densa neblina, pero densa con densidad, no se veía más allá del capó blanco teta del auto. Pa’ colmo los de atrás dormían como sapos. Sólo la neblina, el Cuchi y yo, alerta, nervioso. Entonces va el Cuchi y qué me dice… «Tate tranquilo chango, vamos despacio y llegamos cuando tengamos que llegar.» Abrió una carterita de cuero marrón, sacó un pliegue de hojas de coca, se puso a masticarlas y me convidó tras preguntarme cómo me llamaba (al pedo le dije Juan porque enseguida me llamó… Juancito).

Y ahí estábamos los cuatro: Cuchi, la neblina, la coca y yo, meta despacito nomás mientras casi en un susurro el Cuchi comenzó a cantar (a cantarme en realidad) «Puente sobre aguas turbulentas» («Cuando estés abrumado, y te sientas pequeño; cuando haya lágrimas en tus ojos, yo las secaré todas, estoy a tu lado. Cuando las circunstancias sean adversas»), en inglés me cantaba y yo empecé a llorar despacito y sacrílegamente.

¿Estás llorando Juancito? No, qué va, me entró una hojita de coca en los ojos…

Llegamos a La Falda cerca de las 6 de la mañana, en media hora estaba rumbo al aeropuerto llevando a los cuatro Zupay (que a esa hora me chupaban un huevo quiénes fueran), y en cada curva volvía a llorar. En Córdoba levanté dos músicos del Luis Borda Trío (la historia con la flautista es otro capítulo), volvimos a La Falda y en cada curva me acordaba de la plegaria del Cuchi (porque eso fue su interpretación de «Puente…») y volvía a llorar… Ahí nomás tuve que buscarle alojamiento a la Sandra Russo (Expreso Imaginario) y a la Gloria Guerrero (Humor)… Estuve mas de veintiseis horas despierto… Y al costado del escenario, mientras cantaba Spinetta, el Cuchi me llamaba: Juancito, tomá estas hojitas.

Guardé tres hojitas de coca en el diccionario de Latín que después casé con mucho perfume pachuli… Juancito y la coca (qué me vienen con el ferné).