Por Luciano Debanne.
Pintura: Anu Naparstek.
¿Cómo decir consenso sin desconocer las relaciones de poder?
¿Cómo decir coherencia sin bautizarse en purismos?
¿Cómo decir democracia, sin ser un demócrata, un republicanito cantando el himno e izando la bandera en la fila de la escuela?
¿Cómo decir respeto sin ser conservador?
¿Cómo decir revolución sin ser el tipo al que le brillan los ojos cuando todo se va al carajo?
¿Cómo decir alegría, ronda, colectivo, organización social, fraternidad, paz, belleza, sin terminar siendo una caricatura bobalicona y prístina despojada del barro, el horror y la pena que cubren el mundo como una tragedia inacabable?
¿Cómo no desconocer las derrotas y al mismo tiempo no estar derrotado, a pesar de toda evidencia?
«La historia está también hecha de empecinamientos», me dice el Horacio, y yo creo que tiene razón.
De empecinamientos y de la capacidad de inventar palabras nuevas que funden nuevas realidades, palabras nuevas para nombrar nuevas cosas, palabras nuevas para nuevos modos de entender lo viejo y lo que viene, y lo que es.
De la búsqueda de esas palabras, de su creación.
Pura poesía instituyente contra el lenguaje tranquilizador de lo existente, de lo posible.
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Mirarse el ombligo, hoy
Esa condición inigualable de ser tierra y al mismo tiempo mano jardinera; cuidando lo que crece, y siendo, simiente, condición de posibilidad.
Un mundo incendiándose
No alcanzan nuestras manos. No alcanza nuestra buena voluntad. No alcanzan nuestros cuerpos sumados de uno en uno en medio del remolino ígneo de la desigualdad.
