Entrevista

Vida y Música de Miguel Rivaynera

6-05-2016 / Agenda, Entrevistas
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Este viernes 6 de mayo, el Comedor Universitario volverá a explotar con la Peña del Dúo Coplanacu. Entre los músicos invitados, un guitarrista estupendo, ya un imprescindible de cada encuentro. Aquí un resumen de su vida y su música, valga la redundancia.


Vida y Música de Miguel Rivaynera

Por | redaccion351@gmail.com

Foto: Laura Ávalos.

Una casa en Metán, donde se escuchaba de todo. Una serie de los Beatles en la tele y un cassette que gastó de tanto escuchar.

Un Renault 4 y una rural Dodge en la memoria de la infancia. La canchita de fútbol de la esquina, donde se jugaba a todo.

Viajes a Salta Capital, una disquería, el hábito de entrar de la mano de su padre y salir con música nueva.

Una foto en su estudio de la calle Corro. Año ’98. “Yo soy el más anchoa, y el que está al lado es Fabián Arroyo. Amigo, compañero del colegio, fue él quien me enseñó los primeros acordes, a los 10 años más o menos. Yo era zurdo.”

Padre laburante. “Salía del banco, se dormía una siestita y se iba a atender la quiniela”. Enamoró a su madre cantándole “Recliná niña tu frente sobre mí…”.

Madre laburante que emparejaba actividades. Si un hijo quería aprender a tocar la guitarra, el otro también aprendía. Si uno quería un caballo, el otro tendría el suyo.

Los domingos en casa de la abuela paterna, una mesa larga a la sombra de la morera del patio. Hijos farreros, amigos de los hijos, nietos, sobrinos, primos. Zambas, chacareras, chamamés. “Me crié escuchando esas cosas.”

La vida de su abuela. Sus madrugones, la crianza de sus hijos y de quien haya que criar. Sus gallinas, los chanchitos que engordaba para carnear ella misma. Su corazón enorme. Murió hace 15 años y por ahí anda.

La tarde en que sin permiso tomó una guitarra y sorprendió al padre. “Mirá cómo toca este –dijo mi viejo. ¿Y quién te ha enseñado?” Canturreaba “La tucumanita”…

La primera guitarra, una “Óptima” durísima, y el primer profesor, Juan Aguilar. “El viejo iba a dar clases a domicilio en una bicicleta de las de antes, esas bien pesadas. Hasta que pobre, no pudo seguir por problemas de salud… Fue mi primer profesor, de formación clásica, el primero que me marcó el camino.”

Las clases de teoría y solfeo en Tucumán. La sangre tirando para el lado de tocar y tocar lo que salía sin esfuerzo.

Un descanso de la guitarra y la pasión por los caballos. “Yo tengo que tener cuidado con lo que deseo. Tarde o temprano, las cosas se dan. Yo quería un caballo y mi viejo no tenía plata. En un momento mi abuela hacía todo de soja: leche, hamburguesas, todo. No había un mango. De repente, un cliente del banco le regaló a mi viejo una potranca. Fuimos a la finca del tipo, 50 kilómetros en una camioneta, a buscarla. Y el flaco -mi hermano- también tenía que tener un caballo. Así que apareció otro caballo, un moro, igual al de Perón. Briosos, amansados tarde. La yegüita tenía cría todos los años. Con el tiempo fueron siete.”

Tierra de músicos. “De Metán era el ‘Chato’ Bazán, guitarrista del Chaqueño Palavecino, gran amigo de mi viejo. Un tipo que tocaba todo de oreja: el bandoneón, el violín, y la guitarra. Fue un referente para toda nuestra camada. Debemos ser unos siete u ocho guitarristas de Metán. Yo nomás me vine a Córdoba.”

Una amistad larga con Silvio Morales, actual primera guitarra del Chaqueño. «Nos conocimos en Cafayate, cuando teníamos 17 años más o menos. Crecimos tocando juntos. Con él acompañamos a Melania Pérez

Una beca del gobierno de Salta para estudiar guitarra. “Me vine a Córdoba con una novia que tenía. Me inscribí en la Facultad pero yo quería estudiar la viola y la facu es todo muy mental. No vas al instrumento. No es para instrumentistas. A mí me encanta la música argentina. Toda: la música del litoral, el tango, la tonada cuyana. Me crié escuchando eso. En el cursillo nomás me di cuenta de que no era lo mío. Me acuerdo que volví a Metán con la cartilla y busqué al director de una banda que había en el pueblo para mostrarle lo que tenía que estudiar. ‘Mire me anoté en música y tengo que rendir esto, ¿usted me podrá preparar?’ le pregunté. Me dijo que volviera en una semana. Cuando volví, ni la puerta me abrió. Abrió la ventana, me devolvió la cartilla y me saludó: ‘andá nomás… esto es muy avanzado…’”

Regreso a Córdoba y cambio. Sale Facultad; entra Conservatorio. Primer tiempo en una pensión; gente de todos lados. Un tucumano que lo llevó por primera vez a una peña, la del Chango Juárez, el humorista, ahí por Colón.

Años de buscar y buscar partituras en la biblioteca, de estudiar no menos de ocho horas diarias y de rendir libre para adelantar. Recuerdos de tocar “La catedral” y la versión en Fa de “Adiós Nonino” por Cacho Tirao.

Años, también, de vivir con poca plata. Las primeras clases, los primeros trabajos. “Siempre acompañé gente. Un día vi un cartelito en el Conservatorio: ‘Busco guitarrista pulenta’. Llamé por teléfono y conocí a Paco Funes, músico de malagueño, callejero. Lo admiro mucho. El tipo pudo mantener a su familia, siempre con su música.”

Un recuerdo de quien fue, sin saberlo, su gran maestro: Juanjo Domínguez. “En el ’99 vino a Córdoba para el festival ‘Guitarras del mundo’ (las vueltas de la vida, luego él mismo participaría en otra edición). Lo junaba desde la tele. Me senté con un grabador en la primera fila del Auditorio de la Facultad de Ciencias Exactas y grabé todo el recital. Borré las puteadas porque lo escuchás y te sale putearlo de lo tremendo que es el tipo. En un momento, me acuerdo, sacó el micrófono y tocó así nomás, con esos nervios de Sensei… Lo pude saludar, la única vez en mi vida que lo vi. Nunca más lo crucé.”

Otro recuerdo de Juanjo, la noche que acompañó a Horacio Guaraní en Cosquín. “Con Silvio no teníamos un mango para entrar a la plaza así que lo vimos desde la entrada, asomando la cabeza entre las cortinas.”

Una de tantas frases que le quedaron de un viejo maestro: “¿Viste esta corchea y esta otra? ¿Sabés dónde está la música? Acá en el medio… Donde no se ve nada… Ahí está la música.”

Otro aprendizaje: “Te puede enseñar cualquiera, un tipo de campo que no estudió nada y le saca un sonido único a la guitarra. Mi papá por ejemplo tiene un rasguido que hace con el dedo del medio que no se lo vi a nadie y yo se lo he tomado.”

Un trago amargo: “En sexto año del Conservatorio me reprobaron. Fui a clase de consultas y el conservatorio es eso: conservador. No quería saber nada con el banquito, siempre fui medio rebelde, me salía todo lo que me daban… Un año voy a rendir guitarra, la materia decisiva. Tenía que tocar una Suite de Silvio Leopoldo Weiss y ‘El corazón manda’ de Moscardini. Faltó un profe en el tribunal y apareció uno con quien había tenido un cruce años atrás. Se me ensañó en el examen. Lo más triste es que mi profe de todo el año se levantó y se fue. Había otra profe de viola. Me pusieron un 5… Perdí el año y la beca. Se me movieron todas las fichas del tablero. Al final fue una lección grande porque venía haciendo muchos planes. La vida no se planea tanto.»

2001. Teléfono. Adrián, un amigo en Buenos Aires. “Venite a la Peña”.

Peña del Abasto, Pasaje Carlos Gardel, al lado de Chanta Cuatro. Encuentro con Néstor Basurto, que andaba por ahí, de sonidista. “Lo conocía de verlo en la tele en el canal Solo Tango.” Lo admiraba, y lo admira. No es normal que alguien toque y cante muy bien al mismo tiempo.

Recuerdo tremendo de diciembre: “Una mañana estaba en la peña y salí a caminar. Me fui hasta la Plaza de Mayo. A la noche viajaba de regreso a Córdoba. Al otro día vi los muertos por la tele. No lo podía creer, había estado ahí un día antes.”

Adrián, su amigo, era socio de Margarita, quien conocía a Melania Pérez, quien andaba buscando guitarrista, quien se podía llamar, por ejemplo, Miguel Rivaynera, quien conocía a Melania por “Luz del aire” donde tocaba, por ejemplo, Osvaldo Burucuá.

Vuelta a Buenos Aires y entrevista con Melania en el estudio de León Gieco, ahí por Parque Centenario, o cerca. “Me dio sus dos discos y me dijo ‘claro, vos vivís en Córdoba, qué lástima, pero te voy a tener en cuenta’. Fue un viaje medio al pedo, pensé. Gastar guita para nada… Me volví, pasaron los meses y me llamó. Tenía que rendir guitarra y me llama Melania Pérez para tocar en el Festival de la Chaya. ‘¿Y cuántos temas tendría que aprenderme más o menos?’ le pregunté. ‘Y… todos’, me respondió. ‘¿Y quién es el otro guitarrista?’ ‘No no, vos solo nomás’. Nos encontramos directamente en La Rioja, casi sobre el escenario. ‘Muy lindo Miguelito… Mirá tenemos otras fechas…’ Me abrí un dedo ese verano de tanto tocar.”

Noches de Buenos Aires con Melania, en un teatro con invitados diferentes cada fin de semana. Entre otros, Tomás Lipán, Jaime Torres, Laura Albarracín

Un cuento de locos. Año 2004. “Tenía que volver a cursar. Me volví a Córdoba. Me llama Silvio, mi amigo, para contarme que tenía que ir a Buenos Aires a grabar un disco de un músico, pero no podía. Me preguntó si quería ir yo. Y me fui, me interné en el estudio y grabé el disco en una semana. Antes de volverme pasé por la peña del Abasto. Me encontré con Basurto y me preguntó hasta cuándo me quedaba en Buenos Aires. Viajaba de regreso al otro día. ‘No saqués pasaje que me compré un auto y nos vamos con el Quinteto Ventarrón a Córdoba, así que te venís conmigo’ Y nos vinimos. Había un encuentro que organizaba el ‘Chato’ Díaz en Unquillo, donde tocaban Juan Quintero y Luna Monti, Coqui Ortiz y varios más. Llegamos al encuentro el día de mi cumpleaños. Le cuento a Basurto de mi experiencia en el Conservatorio y Roberto Calvo, integrante del quinteto (actualmente docente de la carrera de Tango y Folklore de Buenos Aires en el conservatorio Manuel de Falla), me dice que puede hablar con Juan Falú para una entrevista. Néstor me ofrece ir a vivir a su casa. Yo helado. Le cuento a mi novia, que ya sabía que no me iba a quedar quieto. ¡Y al otro día me volví a Buenos Aires!

¿Y dormir? “Desde abril, estuve tres meses en la casa de Basurto. En la peña del Abasto conocí a una chica que hacía flamenco, Estela Carbone, novia del ‘Pájaro’ Fresco del Dúo Tiempo. Vivían muy cerca así que por ahí me quedaba a dormir en su casa. Un día me dicen: ‘¿por qué no te quedás a vivir acá?’ Y me quedé. Por Estela conocí el mundo del flamenco, a verdaderas bestias peludas de esa música. Estela es hermana del quien fue saxofonista de Callejeros… Supo bailar en algunos recitales. El cantante tomaba clases de canto con ella. En diciembre de ese año, cuando me vuelvo a Córdoba, pasó lo de Cromagnón. Justo ese día Estela no fue.

Mientras tanto, el Conservatorio. “Volví, rendí el examen que había reprobado, lo aprobé con un ocho y me fui a Salta a pasar la fiestas con mi familia. Me vine a terminar la carrera porque cambiaron el plan de estudio y si no rendía perdía todo. Así que otra vez en Córdoba, sin laburo y sin guita. Un amigo me dijo que me quedara en su casa, me tiró un colchón acá en la esquina. Éramos una banda en una casa grande de dos pisos. «El castillo de Gresiskol», unos nenes había… Me salió un laburo de acompañante y después volví a Buenos Aires por la beca del Fondo Nacional de las Artes.”

Y de Buenos Aires a Italia, dos meses de gira con un grupo de artistas del Sur. De Italia a Buenos Aires y Juan Falú que le dice: “Mirá, yo no te puedo enseñar más nada. Ya tenés todo, tenés que hacer tu camino.” De Buenos Aires a Córdoba; de Córdoba a Salta, casi un año, y de Salta a Córdoba. Siempre Córdoba.

En Ojos de Brujo se cruzó con Paola Bernal. Terminó siendo la guitarra de su segundo disco y recorriendo escenarios por dos años.

Y entre tantas invitaciones, la Peña de los Coplanacu. “La idea de los Copla viene de Gustavo (Gutiérrez) Me llamó porque quería amenizar la velada con alguien tocando medio tranqui, y también para que no haya silencio entre grupo y grupo. La idea era que haya música en vivo todo el tiempo. Así que me armaron un lugar en el costado y ahí arranqué. Pasa algo lindo en la peña. Yo toco las canciones que tengo armadas, hasta me animo a tocar algo mío medio lento, bien tiernito. Y clásicos. A medida que va avanzando la noche ya se empiezan a poner más alegrones todos y yo me suelto. Y algo que me pasa es que, como tengo mucho repertorio en la cabeza por haber acompañado tanto, tengo memoria armónica. Entonces escucho la gente cantando y le saco los acordes. La primera vez, después de tocar lo que tenía pensado, empecé a improvisar “Perfume de carnaval”. Sólo con la intro la gente empezó a cantar y ahí nomás me largué a acompañar. Me han llegado a pedir temas de los Manseros, como “Canto a Monte quemado” por ejemplo. Es impresionante ver a un montón de gente cantando y a otro montón de gente bailando… Es muy fuerte lo que pasa.

Por ahí cerca de las perillas, los micrófonos y los parlantes de su estudio, andan su ocho guitarras. Por ahí llegan sus alumnos, de todos lados, y nacen proyectos de nuevos discos para armar, como el de Gustavo Visentín, a quien le escribió las guitarras para varios de los temas del disco que seguimos esperando.

“Córdoba es una ciudad cosmopolita, no hay la locura ni la soberbia de Buenos Aires. Hay cosas muy grosas que están pasando. Y músicos que salen a mostrar lo que hacen. Pablo Jaurena por ejemplo. Hay muchos músicos que podrían estar girando así, por cualquier parte del mundo.”

La media hora se hizo hora y media. Queda mucho por conversar… Y frases sueltas por rescatar. «Nunca supe cómo venderme» y «Todo se me ha ido dando de manera natural».

Claro, cuando se toca la guitarra como Miguel, no hace falta «venderse». Al revés, todo se da de manera natural.

Podría escribir la lista de los artistas con quienes compartió escenario y saludar desde la cima. No le hace falta.

Entre teléfonos y timbres que suenan, escuchamos a Bruna Monte, un nuevo proyecto al que no le faltan guitarras endiabladas.

Por lo pronto, este viernes 6 de mayo, en el Comedor, volveremos a verlo a un costado del escenario, emocionando desde sus interpretaciones, metiendo a miles de corazones entre una corchea y otra.