Entrevista

Luis Lewin Trío en concierto

15-07-2015 / Agenda, Entrevistas
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La merienda es importantísima. Casi como la noticia de que un pianista de los mejores vuelve a tocar junto a dos grandes músicos tocayos: Fernando Bobarini y Fernando Caballero. Antes de su presentación este sábado en Alta Gracia, una charla para recorrer parte de la vida.


Luis Lewin Trío en concierto

Por | redaccion351@gmail.com

Foto: Sergio Manes.

Miércoles de julio candidato a día más frío del año. Pero con sol. Por obra y gracia de Fernando Caballero, el maestro Luis Lewin verá un grabador entre el café con leche y las medialunas de siempre.

La excusa del encuentro mira hacia Alta Gracia. El programa del Segundo Festival de Jazz de Invierno anuncia, para el sábado 18 de julio a las 21.30 horas en el Teatro Pandora, a un trío de bestias locales que se meterán con otras bestias: Metheny, Gismonti, el mismísimo entrevistado.

Seis de la tarde en Independencia y Caseros. Entre clase y clase, media horita de charla y merienda. Al minuto y medio, confirmado: un encuentro con Luis Lewin puede convertir cualquier listado de preguntas en un bollito campeón de clavados donde asome el primer cesto de papeles.

Aquí la transcripción de la de media horita y chirola, que por limitaciones de la palabra impresa, no puede reflejar una parte genial del pianista: las inflexiones orales de su relato. Digamos más simple: el ondón para contar parte de su vida.

Sabrá entonar la lectura quien se lo proponga.

Desgrabando:

-Están pasando cosas lindas.

-¡Está Burgos loco! Horacio está en una madurez total. Desde hace un par de años está en su mejor momento.

-El otro día presentó “El Peregrino” en el Real. En realidad ya había tocado bastante en Cocina de Culturas el año pasado. Estuviste ahí.

-¿Estuvo lindo no?

-Creo que fue la segunda vez que te vi tocar. La primera fue en el Real con Guadalupe Gómez, cuando presentó “Estelas”. ¿Escuchaste el disco que sacó con Quique Sinesi?

-Sí claro. Una maravilla total… Hola master, lo de siempre.

-Yo también maestro, pero café solo.

-Buenísimo, no merendé todavía…

-Yo tampoco… ¿Por qué “Trío 4”?

-De ridículo nomás. Así como suena. De gracioso. Eso es típico de Ordanini, el baterista. No hay palabra que no sea en joda viste. El tipo habla en serio pero en un tono de joda. Hermes Bálsamo, el pianista de tango, es el maestro de esa escuela de hablar en joda, aunque lo que se diga vaya en serio.

-Nunca eran tres. Siempre había alguno de invitado.

-Claro, el invitado nunca era fijo. Fueron muchos los que pasaron.

-Y ahora vuelve de alguna forma. ¿Se juntan con los viejos compañeros de ruta?

-Poco. Estamos cada vez más viejos y nos vemos poco, pero nos damos un abrazo cuando nos cruzamos. Siempre fue más o menos así, ¿no?

-¿Cuánto hace que vivís en Los Aromos?

-17 años. Y llevo más tiempo tocando con el Trío 4. Más de 25 años. Fernando (Bobarini) era alumno mío imaginate. Muchos de los que hoy dan clases fueron alumnos míos. Saltó el tema el otro día en una reunión, la verdad que ni me acordaba.

-Me gustaría hablar de tus viajes. Naciste en La Falda y te fuiste a Buenos Aires.

-Lo que pasa es que era muy distinto tener 18 años en ese tiempo que tener 18 años hoy, en cuanto a la información. Yo iba a ser pianista. Estudiaba desde los 8 años. En la época de la secundaria empecé a escuchar música que no había escuchado nunca. Qué se yo, Wather Report, Manolo Juárez… Después estudié con Manolo. Mi idea era irme a Brasil, después recorrer Centroamérica y después… a Europa.

-Todo un plan.

-Mirá, somos tres hermanos, yo soy el más chico. Fuimos criados con esa idea de que terminábamos la secundaria y teníamos que irnos a otro país. A Europa o a Estados Unidos.

-¿En qué año terminaste la secundaria?

-En el ‘78.

-Mamita…

-Plena dictadura. Pero no me fui por eso. Mi hermano mayor sí. Estaba en la Universidad, era otra cosa. Yo ni me enteré. Estaba en La Falda con mi novia, la madre de mis hijos. Venía la cana, nos pedían documentos, nos hacían bardo porque nos encontraban en la plaza ponele. Yo sentía que la cosa estaba densa pero no tenía idea de todo lo que estaba pasando. Me enteré después.

-¿Cómo caíste a estudiar con Manolo Juárez?

-Y bueno, pensé dónde iba a estudiar lo que yo quería estudiar. Manolo Juárez era una de las pocas personas que te podía enseñar armonía moderna de jazz y todo eso. Había que irse a Buenos Aires. Entonces me fui, pero ya con la idea de que después me iba a ir a otro lado. Estudié muy poco tiempo con Manolo, porque justo ahí quedó embarazada mi novia. ¡Ahí empezó la vida! Eso de estudiar todo prolijito… Olvidate.  A laburar… Lo que nunca hice fue laburar de otra cosa que no sea de músico. Eso fue una cosa clave que me costó un huevo por momentos. Como bachiller o perito mercantil podría haber entrado en un banco, no sé…

-¿Y entonces?

-Me enteré de que iba a ser papá y todo bien. Creo que si me hubiera pasado más adelante habría sido distinto. Me hubiese cagado en las patas. Pero a los 18 sos un inconsciente.

-¿Cuándo te cayó la ficha?

-Creo que me cayó el día que nació mi primer gurí. Yo estuve en el parto. Me pasó toda la película y me desmayé. Ahora, mi plan de irme a Brasil, después a Centroamérica y después a Europa nunca se modificó. Tengo un hijo. Listo. ¡Nunca cambió el plan! De repente tengo dos hijos. ¡Nunca cambió el plan!

-¡Porfiado como alemán porfiado!

-Vos sabés, yo odiaba a los alemanes. Mis viejos eran alemanes, mis abuelos, todos. Hasta que fui a Alemania y me di cuenta de que no eran como yo pensaba. Los que se fueron de Alemania antes de la guerra y apenas después de que terminó son distintos a los que se quedaron. Los que tuvieron que reconstruir el país de cero, esos no quieren saber más nada. Hay un dicho muy común que en alemán tiene rima. “Dios, protégenos de tormentas y vientos, y de los alemanes que viven en el exterior.”

-…A mí también me encanta mojar la medialuna en el café.

-Es lo más lindo que hay.

-Hay gente que no le gusta, le da asco.

-Que se jodan, se lo pierden… Te decía, mis viejos son alemanes. Yo soy la primera generación de argentinos. Mi abuelo se vino con mi viejo en el año ’35. Ya estaba todo mal con los judíos en Berlín. Ellos se vinieron y el resto de la familia se quedó allá. No quedó nadie. Todos a la cámara de gas…

-Por dios…

-Ah sí…

-Perdón, Luis, están buenísimas en serio las medialunas.

-Es que la merienda es importantísima.

-¡Ah no! Si yo no estuviera acá con vos estaría merendando en mi casa, mojando unas Variedad de Terrabusi en el mate cocido.

-Sabés calcular el tiempo para que no se ablanden mucho y se caigan ¿no?

-¡Años de entrenamiento! Estábamos con Manolo Juárez y tu primer hijo.

-Bueno, me fui en diciembre a Buenos Aires. Ahí nomás, a los dos o tres meses queda embarazada mi novia. Listo, a laburar. Consigo un laburo en Casa Verdi, vendiendo pianos y órganos. Después fue Yamaha Promúsica. Estaban en su mejor momento, abrieron sucursales en todo el país. Cuestión que ahí estuve seis meses. Primero en el centro; después me mandaron a Cabildo, Belgrano, y después a La Plata. Te preparaban para vender. Yo no podía ni hablar viste… Eran mayormente esos órganos con batería electrónica que aparentemente son fáciles de tocar y vos tenías que enseñar que se podía tocar con un dedo. ¡Minga! Es más difícil tocar con un dedo que con toda la mano. Eran carísimos… Son carísimos. Dos mil, tres mil, cinco mil dólares.

-¿Ahí ya te juntabas a tocar?

-Claro, teníamos un grupo en La Plata. A la noche sacábamos los instrumentos del local donde laburaba, íbamos a tocar y teníamos todo imaginate: saxo Yahama, viola Yamaha, equipos Yamaha… Después teníamos que devolver todo antes de ir a dormir. A veces me metía en un kilombo porque los músicos me pedían los instrumentos y después no me los traían. Por ahí el guitarrista se llevaba el equipo y tenía que ir yo a buscarlo a un cabaret para llevarlo al local, porque a la mañana tenía que estar todo impecable como si no hubiera pasado nada.

-¡Juaaaaa!

-Bueno, ahí me estabilizo por primera vez. Nace mi hija, me empiezan a pagar bien… El departamento en La Plata era todo pago, me daban un porcentaje por la venta de los teclados, más el sueldo. De repente estaba ganando bien.

-Los chicos vinieron con el pan abajo del brazo.

-¡Claro! Después de haber pasado un año y pico de malaria… Alquilamos una casa en City Bell, con jardín y todo. Mi mujer estaba en Buenos Aires por una breve separación que habíamos tenido, y bueno de repente nos íbamos a vivir juntos nuevamente a City Bell, todo bárbaro. Un día entra un tipo al negocio y me pregunta en portugués si podía probar una trompeta. Se pone a tocar y yo me pongo a acompañarlo. ¡Le gustó! Me dice: “Mirá estamos tocando acá en el carnaval con un grupo y no tenemos pianista así que si tenés ganas…” Ahí nomás me instalé las dos semanas que duró el carnaval y después me pasaba todo el día, siempre que podía, después del laburo, en la pensión de morondanga que les habían dado, pobres, porque eran muy de cuarta. Me fascinaba cómo tocaba el guitarrista. La batida, como le dicen. Vos escuchás bossa nova y te parece algo normal, pero cuando la toca un brasilero tiene un swing eso… Bueno, en ese momento estaba con el Pájaro Juárez, mi hermano musical que ahora vive en Madrid. Cuestión que el trompetista me dice “Yo tengo dos grupos en Río, pero no tengo pianista. Hay muy pocos pianistas en Río”, lo cual era un poco cierto porque era imposible comprar un piano… “Así que si querés vamos a Río…» ¡Así los ojos! Bueno… Ahí nomás la llamo a mi mujer y le digo: “Che ¿tenés listas las valijas para City Bell? Bueno, no nos vamos a City Bell. Nos vamos a Río de Janeiro.” Y me responde “¡Bueno!” Eso sí, La gamba, ¿te diste cuenta?

-De fierro.

-Siempre fue así. Tuvo que aprender portugués, después alemán… No no… Tremendo. Bueno, resulta que este grupo se vuelve a Brasil y yo al mes me voy para allá, solo. La idea era organizar todo para que luego se fuera mi familia. Bárbaro. Llego a Río y los dos grupos no existían. ¡Un muerto de hambre total el brasilero! ¡Todo mentira! Lo voy a ver a su casa, a un edificio tipo monoblock medio abandonado, sin puertas, las ventanas sin vidrios, apenas con cortinitas. Cuando me recibe me confiesa: “No, mirá, estoy muerto, buscando laburo… Pero andá a verlo a Jaime”. Jaime era el otro trompetista, que trabajaba en una “gafieira”, que es como una tanguería pero de Brasil, donde se toca samba.

-La milonga de allá.

-Exacto. Entonces me junto con Jaime y me dice: “Mirá, casi no van blancos a la gafieira. Vos no digas que sos argentino. Decí que sos alemán-argentino.” Año ‘81 te estoy hablando ¿eh? Nos odiaban. Bueno, entonces yo tenía que decir que tenía doble nacionalidad… ¿Te molesta si fumo?

-Eh… ¿Me convidás uno?

-Sí más vale. Te veo tan sano…

-Te parece.

-Entonces Jaime me lleva a la Gafieira Estudiantina, la más tradicional de Río, bien en el centro de la ciudad. Hoy está tal cual… No hay nada más lindo que un café y un pucho… Bueno, me dice Jaime: “Yo digo que estás de vacaciones, que te conocimos en Argentina y venís a zapar un rato.” No podía decir que estaba buscando laburo. ¡Encima no tenía idea de la música que tocaban! Tenía 20 años. Más que “Garota de Ipanema” y alguna otra y nada más… Me habrán visto tan frágil, tan tierno…

-Claro porque estos tipos eran más grandes.

-50 años el más joven… Yo era un gurrumín. Había llevado de La Plata un piano Fender 88 con equipo. Como había trabajado en Promúsica, me lo había podido comprar. Lo pagué en cuotas me acuerdo. Toda una movida llegar a Brasil con el piano, no sabés… Pesa un huevo sacá la cuenta. Me hicieron tocar en la frontera para poder pasarlo. Esa historia es increíble, te la cuento otro día. Entonces, llegamos a la gafieira, subimos el piano al primer piso, donde era la cosa. Jaime me presenta como alemán-argentino que andaba de vacaciones, todo como habíamos acordado. Ahí nomás armo el piano al lado de la viola, para sacarle las armonías. Y arrancó la gafieira. Empezaba a las once de la noche y terminaba como a las cuatro de la mañana.  Era así: una hora de baile, quince minutos de pausa; otra hora tocando; otra pausa de quince minutos. Siempre así. O sea, cuatro horas netas de música porque en cada hora la música no para nunca. Termina el tema y el baterista sigue tocando y ahí nomás arranca otro tema.

-Más o menos como en los bailes de acá.

-Claro. Pero allá se alterna un tema cantado con un tema instrumental. En esa época el que llevaba la parte instrumental era uno de los hermanos Simonal, y había un viejo que cantaba chorinhos. La cosa no paraba nunca. Entre tema y tema el trompetista nos marcaba el tono con los dedos y yo pegado al guitarrista, que se llamaba Marinero. Un divino.

-De locos.

-En la última pausa, antes de la última hora de música, había papas fritas. Era la cena de los músicos. ¡Papas fritas para todos! Cuestión que la primera noche termina todo y el viejo me pregunta: “¿Y mañana va a venir?” ¡Imaginate yo! Medio encogiendo los hombros le digo: “Y… Si se puede…” Al otro día voy de nuevo, y ahí entramos a charlar un poquito más.

-Era todos los días.

-Todos los días, menos los lunes. Cuestión que la segunda noche entré un poco más en confianza y me hicieron zapar en todos los temas. Yo no tenía idea pero zapaba. ¡Tengo grabaciones de eso! Hoy lo escucho y pienso qué paciencia me han tenido. Bueno, llega la hora de las papas fritas y Jaime le dice al resto de los músicos “Miren… La verdad es la siguiente: el maestro está muerto… Qué turista ni puta mierda. Tiene dos hijos y se está cagando de hambre. Necesita laburar…” Entonces fueron todos los viejos a hablar con el dueño del boliche. ¡Y me contrataron! Ahí estuve hasta el último día en Río. Fue casi un año. Cuando me fui, llorábamos todos.

-¿Por qué te fuiste?

-Porque se me terminó la visa y era carísimo quedarse. Entonces nos fuimos a Alemania, con la familia. Y Jaime se fue conmigo. Tenía cincuenta y pico de años. Se enamoró de una argentina que había conocido en Brasil, nada que ver con lo que te estoy contando. La mina era amiga mía y él se fue atrás de la mina. Casi que no hablaba portugués, imaginate alemán… Así que me necesitaba por el idioma.

-Y vos elegiste Alemania también por el idioma.

-Claro, cuando se me terminó la visa pensé. España estaba saliendo del franquismo. Me parecía una cosa chata viste. Pensé en Francia, en Inglaterra, en Holanda. Y bueno, yo hablaba alemán y tenía pasaporte alemán, ¿Adónde iba a ir? Listo, pero ¿a qué parte? Resulta que tocando en la gafieira, aparece un día un baterista, Carlinhos. Joven, 35 años. Tocaba tremendo. Había sido deportado de Alemania por haber afanado una etiqueta de puchos en un supermercado… Había vivido en Munich, entonces me comentó de todo el laburo que había tenido, de lo bien que le había ido y me dio diez teléfonos de músicos brasileros en Alemania: cinco de Munich, tres de Hamburgo y dos de Frankfurt. ¡Terminé en Munich por mayoría de teléfonos! Llego en diciembre, un frío del carajo, lleno de nieve por todos lados, con mis dos hijos, el Jaime que no hablaba una palabra, pegado a mí como una estampilla. Se suponía que mi hermano estaba allá esperándome con un departamento para nosotros porque casualmente se había ido un año antes. Cuando nos encontramos me dice: “No tengo departamento, no tengo un mango, no tengo nada.” Yo había vendido el piano Fender en Brasil. El tipo que me lo compró me pagó con los pasajes y me quedaron 900 dólares en la mano. Con eso llegué a Alemania. Así que empecé a llamar a los teléfonos que Carlinhos me había dado en Río y al mes ya estaba laburando, de gira por Finlandia.

-¡Finlandia!

-Los primeros cinco años fueron así. Trabajé con músicos brasileros, en shows con bailarinas, para turistas.

-Mientras tanto tu familia en Munich.

-Sí. Yo iba y venía. El primer año fue durísimo. Si vos te la pasás de gira no te hacés del lugar. Con el tiempo me fui estableciendo. Empecé a dar clases y con un socio abrimos cuatro escuelas. Es una historia muy larga. Fueron nueve años.

-Es para otra entrevista… Y te volviste a Argentina.

-Después de volver, seguí viajando un tiempo. Había comprado una casa en Giardino, pero todavía trabajaba allá. Quería mantener lo de las escuelas. Finalmente dejé de ir y venir y me quedé acá.  Año ’89, ’90.

-Che, tenés que ir a dar clases. ¿Por qué te volviste?

-Por los chicos. Es largo. Como te dije, cuando vos tenés 18 años no tenés conciencia de lo que estás haciendo. Y eso es lo bueno… Menos mal, porque sino, se habría frustrado todo ese proyecto…

-Voy llamando al mozo. Este sábado te juntás a tocar con dos Fernandos. Mansitos los tocayos. Ya tocaste y mucho con Bobarini. Ahora con Caballero en la batería.

-Bueno, se abrió de nuevo una beta. Lo que pasa que yo no puedo tocar si no es con ciertos bateristas. Cuando tocás con bateristas muy buenos, después no podés bajar un cambio. Te pasa con cualquier músico en general. Suena muy fifí lo que estoy diciendo ¿no?

-No. Es que debe ser así. Recién cuando nos encontramos, que estaba sentado en el umbral de la entrada de La Colmena, pensé en la cantidad de músicos que habrán puesto el culito ahí mismo. Todos habrán pasado por tus clases.

-De La Colmena todos. No sólo pianistas. De hecho no doy piano.

-Y habrás podido ver, en todo este tiempo, cómo cambió la información que manejan los alumnos.

-Y mirá. Yo me tuve que ir para conocer cosas que en su momento eran inconseguibles. En La Plata conocí a un tipo de mucha guita que de vez en cuando viajaba a Estados Unidos y traía discos tremendos de allá. La única manera era esa. La cosa cambió totalmente. Por otro lado, en su momento éramos pocos: el Pato (Pedano), el Bebe (Caniza), qué se yo… Cuando un boliche se portaba mal nos poníamos de acuerdo: “¡Che ahí no va a tocar más nadie eh!”. Porque éramos pocos. Ahora son mil, y está buenísimo. Todo se potenció. Para aprender cierta información, ya no tenés que irte a ningún lado. Podés ir a perfeccionarte, pero podés estudiar todo acá por mucha menos plata. Por eso hay muchos más músicos, que con 25 años ya tienen toda la data. Uno, viejo pelotudo, a los treinta, cuarenta, todavía anda buscando la data. Estos, a los 25, ya tienen todo. ¿Cómo no va a cambiar, Pablo? ¡Más vale! Cambió y para bien… ¿Vamos?

Agendá:

II Festival de Jazz de invierno en Alta Gracia. 

Luis Lewin Trío (Luis Lewin – Fernando Bobarini – Fernando Caballero)

Sábado 18 de julio – 21.30 horas.

Teatro Pantora – Avenida Belgrano 131 (Alta Gracia).

También actúan: Cuatro Cuartos TríoLuis Salinas.