Ensanchar el presente

Juan Iñaki presenta «De siesta y monte»

7-04-2015 / Agenda, Entrevistas
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Este sábado 11 de abril a las 22 horas en la Sala de las Américas, el cantante estrena las obras de su nuevo disco. Un trabajo de grandes interpretaciones de clásicos y composiciones propias junto a invitados de lujo. Compartimos sus palabras.


Juan Iñaki presenta «De siesta y monte»

Por | redaccion351@gmail.com

Hace poco, viendo entrevistas a tipos admirados desde siempre, apareció una idea sobre el diálogo. Se hablaba de un paseo compartido, sin sobresaltos, por una senda ancha, lejos de esas vereditas atestadas de sordos que se pisotean. Tan de moda esas vereditas, cada vez más angostas, más abigarradas en las horas pico de la televisión.

Una charla tiene que ser un placer. Como recorrer un disco. Se trata de escuchar. De tener tiempo. Cuando el encuentro con un músico que acaba de publicar un gran trabajo se complica por contratiempos dignos de un preguntador indigno, queda el consuelo de escuchar varias veces las nuevas obras y enviar preguntas a su autor. Pretender respuestas entre la vorágine de la semana previa a la presentación, es casi una versión mejorada de la indignidad.

Ver un archivo adjunto devuelto por Juan Iñaki es motivo de alegría. Leer las respuestas a todas las preguntas, mejorándolas, llevándolas a pasear por su música, es una felicidad.

«De siesta y monte», su quinto disco, es un paisaje serrano pleno de gratitudes, un sendero de regreso a las fuentes para ensanchar el presente de un muchacho que canta cada día mejor. Nada importa más que esta sensación. Como el que anda por ahí con gomina en el pelo morocho, Juan Iñaki, que no necesita gomina, canta cada día mejor.
 

Retrato tamaño natural de un ida y vuelta por los caminitos del disco.

-Después de escuchar “De Siesta y Monte”, surgió una necesidad inmediata de reescuchar “Orgánico”. Recuerdo cuando hablamos de ese disco, apenas salió. Fue de algún modo el resultado feliz de un tiempo de búsquedas que necesitaste para que algunas cosas que querías decir terminaran por acomodarse. “De siesta y monte” se deja escuchar como los buenos vinos se dejan tomar. Las canciones fluyen. Hay una armonía que se nos aparece como continuación de ese tiempo de renacimiento que significó “Orgánico”. Pero a la vez, ese fluir parece crecer desde la ausencia que la poesía de varias de las obras que elegiste connotan, desde cosas que las canciones reviven o quieren recuperar de algún modo. ¿Qué significa “De siesta y Monte” ahora, cuando ves el disco terminado?

-Me cuesta un poco responder esta pregunta. Fue una de las grabaciones más vertiginosas que recuerdo. Me está costando asimilar dónde termina una cosa y empieza otra. El disco se presenta este fin de semana y no logro hacerme la cabeza de que ya está, ya nació. Lo vengo escuchando en las notas (casi te diría que lo abandoné post grabación, no volví a escucharlo) y lo encuentro lindo. Hay una cosa con la que me siento muy cómodo: muchas veces, cantando, sentía que me iba muy lejos. Cuando veía videos o charlaba con el público, me daba cuenta de que desde afuera apenas se había percibido esa situación. Hoy tengo recuerdo de la intensidad (y a veces hasta de los desbordes emocionales) de algunas tomas de voces de este disco y cuando lo escucho, las percibo claramente… Puedo detenerme en las grietas de la textura de la voz averiada por esa emoción. De algún modo, me siento responsable y feliz

-La historia de las luces que encontramos en la lámina y la chacarera de la infancia, que abre y da nombre al disco, habla de cosas que nos dan ganas de largar todo e irnos a jugar por allá cerca de dónde vivían los abuelos. Se oye “Punilla”. De los muchos recuerdos de ese tiempo, habrá alguno que quieras compartir.

-¡Tantos! Esa casa estaba bien arriba de la montaña. Mis cuatro abuelos (paternos y maternos) eran muy amigos, por lo que en las fiestas, ambas familias se congregaban en el mismo lugar. La primera parte del rito de las 12 (antes del arbolito y la mesa dulce) era irse al jardín delantero, desde donde se veía el valle de par en par, los grandes con los alcoholes, los chicos con sidra, a ver los fuegos artificiales de toda la montaña. Las excursiones siesteras al monte que estaba detrás de la casa, con armamento de galletas, palos y jugo para merendar (nos habían dicho que había un cementerio indio, nos hartamos de buscarlo). Don Cavana, el jardinero que vivía en lo de mis abuelos, venido de Orán… De el escuché las primeras coplas cuando se machaba.

-Los autores de los clásicos que elegiste juegan de local en todos lados. Vayamos por partes si es posible. Como el autor de “La huanchaqueña” se perdió entre la hinchada, hablemos de los jugadores. Descollan el bandoneón de Fede Liendo, el charango de Pachi Herrera y las quenas de Mauro Ciavattini. ¿Cómo fue el proceso de juntar a esta gente?

-El puente con Fede Liendo fue el Pansi Izurieta (responsable de las guitarras, del estudio de grabación de Anizacate, de los coros, arreglos, mates y una hermandad incondicional). Quería un bandoneón en algunos temas y ahí apareció Fede. Con Mauro somos amigos desde niños; hemos compartidos idas y vueltas, procesos de todos los colores, personales y musicales. Ya estuvo en “De la raíz a la copa”; aquí está en un plan más de juego. Con Pachi nos venimos invitando mutuamente desde hace un tiempo. Además de su sonido tan jujeño, fue una sorpresa hermosa su buena onda y su canción “Pachamama”.

“La atardecida” y la “Zamba del laurel” tienen algo en común. Las grandes parejas compositivas se tomaron un descanso. La primera junta a Falú con Castilla. La segunda, al Cuchi con Tejada Gómez. ¿La elección tuvo en cuenta esto o fueron otras razones, además de que son obras bellísimas?

-Sabés que caí en la cuenta de eso después de grabarlas. Siempre me alucinó la cruza de Tejada Gómez («El Laurel…» forma parte del “Cancionero popular de las comidas” que hicieron juntos) con Leguizamón, mientras que Manuel J. Castilla es mi poeta preferido. No fue esa la razón por la que las elegí: «La atardecida» es un regalo a mis abuelos, que curtieron ese tiempo tan particular y prolífico del cancionero argentino. «El laurel…» la escuché a mi mamá cantarla cuando yo tenía 9 años. Mi papá estaba sentado al lado mío. Me dí vuelta y le dije “Pá, quiero cantar”. Mientras grababa, se me quebraba la voz pensando en la suerte que tuve de tener los padres que tengo. Yo podría no haber encontrado jamás el modo de cantar, si no fuera porque tuve padres que me amaron a más no poder, que me dieron bola. Siempre me quedo pensando qué habrá leído mi papá en mi antojo de cantar para tomarme tan en serio a las 11 años.

-El sonido de la guitarra en la “La atardecida” es un llamado ineludible a prestarle atención a los arreglos de punta a punta y cuando termina hay que volver a escucharla para prestarle atención al canto y después de nuevo para escuchar todo junto y darse cuenta de que hay un bombo y después de nuevo para disfrutarla y mandarle un abrazo a Mario Díaz y después de nuevo para decirle a un amigo “escuchá este loco, escuchá la guitarra”. Listo, el amigo tendrá amigos y así crecen las canciones…  ¿Tenés una interpretación de esa zamba que lleves en la sangre desde siempre? ¿Cómo le entraste para que quedara así?

-El Mario, hermano querido del alma, fiel amigo a través de los años y las crisis, es mucho más riguroso que yo en algunas cosas. Cayó al estudio con la letra impresa “por las dudas”. Yo, que me aprendo las canciones escuchándolas, no leyéndolas, tuve por primera vez la poesía de Manuel J. Castilla en las manos mientras grabamos la guitarra. Temblaba de emoción con las nuevas imágenes que el texto (escrito como lo escribió el autor, en prosa, no como coplas que responden a la estructura de la zamba) me proponía. Ese modo tan elevado, tan idílico, tan intocable y tan respetuoso de hablar de la persona que se ama siempre me tocó. Desde ese lugar mastiqué el modo de cantarla, no es una relación antigua la mía con la zamba, es más bien reciente.

-La «Zamba del laurel» siempre genera una expectativa en quien la conoce y escucha una nueva versión. Hay un pensamiento latente: “A ver cómo le sale la última parte… A ver cómo canta “Yo muero para volver, juntando el rocío en la flor del laurel”. Hay por ejemplo una versión increíble de Lucas Heredia. ¡Ahora hay dos! O por lo menos dos… Se agradecen estas cosas. ¿Cómo surgen los arreglos en tu versión? Hay un aire de jazz por ahí. Violines, un cello… Cuente Iñaki.

-Te diría que esa zamba tiene las versiones más sublimes en voces femeninas. Muy poquitos hombres la han cantado. Le guardé un respeto casi paralizante durante muchos años, en parte por la complejidad melódica y en otra parte (la más pesada) porque tengo la sensación de que esa zamba es pura luz, pura transparencia. No sentía que yo pudiera reflejar con mi canto esa transparencia. Aún hoy no lo siento, pero mientras la cantaba, la zamba me hablaba de tantas cosas… Me hablaba de la lucidez de mis viejos, de mi infancia feliz y de la no tan feliz, de la magnificencia de la música de mi país… Sin quierer, encontré ahí un nuevo modo de vincularme con ella. Mi compadre Marito Tozzini la vistió con una búsqueda armónica más asociada al jazz, con cuerdas y piano pero en un arreglo en el que el pulso de la zamba sigue siendo perceptible.

-El humor de algunas estrofas de “La colorada” es casi un contrapunto de “La patrulla”. Capaz que el chango con minúsculas que se tragó un coyuyo es un saludo de Yupanqui al Chango con Mayúsculas… De cualquier forma, acá se lucen todos: Tozzini en el piano, Gossen en la percusión, Izurieta en la guitarra, Pasquini en el bajo. Un detalle: el bajo de Emi cuando arranca la segunda empuja como para compensar al zaino flaco… Hay que ir a cantar todo esto al Cerro Colorado. ¿Qué estrofa de esta chacarera se canta con más ganas?

-Yo la canto por una copla en particular que no tiene nada de chistoso:

En piedras y moldejones
Trabajan grandes y chicos
Martillando todo el día
Pa´ que otro se vuelva rico.

Esta síntesis es la picardía criolla, la acidez en el humor y la denuncia alta y precisa. ¡Cómo pecha el bajo de Pasquini! ¡Cómo los quiero a estos muchachos! Esa banda ha sido mi felicidad estos últimos años de trabajo compartido.

-Es imposible leer “Amor ausente” en la lista y que no se nos aparezca el Titi Rivarola sobre un escenario con Eruca Sativa.  Acá la cosa arranca despacito, entre unas miniaturas de piano y guitarra, con el bombo marcando el ritmo para una voz reposada. Pensamiento inmediato: esto en cualquier momento explota. Al rato pide permiso la batería, aparece un arreglo de órgano de Mario Tozzini y de guitarra de Marco Cordero y efectivamente, te tirás de cabeza en la canción. Con el canto liberado, el estribillo despeina. Está dedicado a tus hermanas. ¿Qué opinaron tus hermanas?

-Mis hermanas son bailarinas. Me dicen que quieren bailarla. Es el mejor halago que me podrían haber hecho. Por mi parte, puedo decirte que los muchachos me hicieron morder el freno un poco, porque si por mí hubiese sido, habría tenido más rock and roll aún. Es un desgobierno absoluto la intensidad de esa canción. Nosotros quisimos traerla de nuevo a su origen de vidala en esta versión, pero con un guiño a las versiones más rockers de Tórax y Eruca Sativa.

-Más de una canción del disco viene conversada. “Me enamoré una vez” aparece para que Mery Murúa se haga querer una vez más. Al final de la ranchera, que le dedicás a tus abuelos, la moza se ataja: “A mí no me meta, estamos hablando de usted”. Hablemos de Mery. Se habrán reído un poquito grabando esto…

-La verdad es que más allá de la amistad (que es casi un lazo de familia) con Mery, pensé en su voz como instrumento. Cuando elegí esta ranchera del año 27 (¡casi 100 años tiene!), pensé en una voz femenina para compartirla. Mas allá de la obviedad vincular y afectiva, no podía pensar en otra voz que no fuera la de ella. El día de la grabación nos reímos hasta que nos dolió la panza. El humor es un punto de encuentro vital en nuestra amistad. Y si hay que hablar de ella, sólo puedo decir que para mí es una artista de dimensión internacional, con una capacidad de conmover que no puedo creer. Cuando compartimos un show a dúo (durante dos hermosos años) yo veía la cara de la gente cuando Murúa habría la boca, las caras de embelesamiento y ella de piernitas cruzadas cantando como si nada. Me encantaba estar ahí a su lado siendo testigo de esa conexión que nadie más veía.

-Después de la ranchera de Canaro, un vals de Manzi y el gran Charlo, a piano y guitarra. Otra vez se lucen Tozzini y Cordero. Casi todas las letras del disco hablan de algo que se perdió. “Tu pálida voz” lleva esa idea al extremo. En lugar de preguntar cómo andamos de amores, podemos preguntar si cuando se cantan estas cosas se aparece alguien necesariamente. ¿Se cruza algún corazón medio refucilado cuando cantás esto o es puro oficio? Y otra: ¿Cómo era tu abuelo Carlos?

-¡Esa es mi canción en el disco! Respecto de las apariciones… Son inevitables… Pero creo que más que a una historia en particular, me remonta a una sensación que me tocó vivir un par de veces, que es la de “ya está, no vá a volver”. Mi amado abuelo Carlos fue un cantor increíble, pero el guaso lo hacía de las puertas de las casas para afuera, por eso digo que no mamé de él todo la música que me hubiese gustado absorber. Un abuelo súper dedicado y amoroso. Pero hay una cosa muy importante (quizás más que el canto, inclusive) que me queda de él: los cuentos. Esa herencia que mi mamá aprendió con el mismo amor y creatividad, me une a ellos y ayuda a entender más aún el camino.

Imágenes de la grabación

 

-Es una palabra pretenciosa, pero certera: fruición. Para quienes descubren un disco nuevo con fruición, un punto alto de esa ceremonia es la búsqueda de los artistas invitados. Una sorpresa encontrarse con Luiz Carlos Borges para acompañarte en “NaGarupa do baiao”. ¿Dónde y cómo se conocieron? ¿Cómo es ser amigo de semejante músico?

-Lo de Borges es increíble. No nos hemos conocido personalmente. Él escuchó mi versión de «Forca estranha» de Caetano Veloso por una amiga en común y le encantó. Nos contactamos y me mandó un archivo con veinte temas suyos que, él había pensado, «quedarían lindos en mi voz». Casi me muero con el gesto. «Na garupa do baiao» no estaba ahí; lo elegí de otro disco suyo y lo invité con pudor a compartirla. Me respondió un mail que decía “¿Ondee u assino amigo?” (¿dónde firmo amigo?). En estos meses nos encontraremos para compartir algún show. Estoy muy feliz con eso.

-Otra sorpresa es “Del Norte Cordobés”, un clásico de Ica Novo. Porque la grabaste ahora, no cuando todos la cantaban. De alguna forma es un redescubrimiento. El bandoneón de Liendo dignifica al de don Vergara. “Cuando el canto es de verdad no hay nada que lo pueda detener” A veces resulta un poco difícil saber qué canto es de verdad. Todo tiende a mezclarse. Sobran ejemplos. ¿Qué cosas son irrenunciables hoy?

-Pienso que hay una cosa (casi me atrevería a decir una única cosa) a la que siento que hay que ser fiel: El deseo. Ser honesto al deseo, para mí, es “El canto de verdad”.

-«Pachamama” es Ramiro González. La sucesión de los nombres en el disco es una continuidad del canto de raíz, como sostiene el José Luis Aguirre… Acá con Raly Barrionuevo. Lo que suena es el Norte condensado en una canción. Pero hay muchas. ¿Por dónde pasó “Pachamama» para terminar en el disco?

-Lo importante de esta canción es que dice lo que yo quiero decirle a la gran madre, a la que le agradezco todos los días el sostén, la incondicionalidad, la belleza y todos los dones. Pasó una mañana por las manos de Pachi Herrera y su charango, la guitarra de Pansi y mi caja… No hubo mucho más que eso. Así, luego de tocarla en casa, agarramos los instrumentos y partimos al estudio a grabar. Luego se sumó la participación de RalyMauro y Emi.

-Vamos a tener que esperar al día de la presentación, este 12 de abril en la Sala de las Américas, para conseguir el disco físico y poder escuchar “Coplas para el fin de los tiempos” con el maestro Pichi Pereyra. ¿Cómo vienen los preparativos para esa fecha?

-Te diría que vayas el 11 de abril al Pabellón Argentina, que es el día de la presentación del disco para escucharla. Se nos escapó del adelanto. No fue ni de tacaños ni de misteriosos. Me gusta que el disco empiece y termine con una canción de mi autoría. El sábado va a ser estreno absoluto. Casi todo se va a tocar por primera vez y la banda es mix de los que veníamos más los que grabaron: Emi Pasquini, Sadun Gossen, Pansi Izurieta, Ceci Fandiño y Fede Liendo.

-Después de la presentación viajás de nuevo a Europa con la banda. Contanos por qué ciudades vas a andar, cuánto tiempo, ¡alguna anécdota por adelantado! Algo que empiece con un “¡No sabés lo que nos va a pasar!”

-Lo primero que me trepa por la garganta es contarte que, además del showcase que haremos con la banda en El Exib de Bilbao (Expo de Música Iberoamericana), me llamaron para cantar en la Gala de apertura del Festival con Kepa Junkera (acordeonista vasco que admiro y escucho desde hace mucho).  El Exib además es un foro de festivales de worl music y de entidades de la música en general (Grammys y otros asuntos). Por otro lado, otra que me tiene emocionado es la participación en la Expo de Milán. Vamos a Bilbao, París, Toulousse, Milán, Zurich, Madrid y Mondragón. Estaremos un mes de gira. El resto de las anécdotas te las cuento a la vuelta.

-Lo más importante de todo, finalmente, debe ser mirarse en el disco, escucharse y darse un abrazo a uno mismo. ¿Qué ves cuando te ves en “De siesta y monte”?

-Veo una versión mía más inocente en algunas cosas, más anciana en otras (un especie de Benjamin Button). Una versión muy divertida, muy natural. Los discos son fotos, registros estáticos. Me gusta este retrato de este momento. Como si fuese en terapia, me dan ganas de abrazar al niño que jugaba en el patio, que es el mismo que aparece herido en busca del amor y que se cuela por todas las grietas.

 

Agendá:

Juan Iñaki presenta «De siesta y monte».

Sábado 11 de abril – 22 horas.

Sála de las Américas – Pabellón Argentina – Ciudad Universitaria. 

Entradas anticipadas: $90 en Edén – Promoción: Preventa de Disco + Entrada: $130 en Centro Cultural Graciela Carena (Alvear 157) y La Repúbica (San Jerónimo 1971).