Emoción Registrada

Guadalupe Gómez sobre Martha Argerich

2-09-2018 / Emoción Registrada, Lecturas
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En nuestro espacio destinado a rescatar palabras de las redes sociales, compartimos impresiones de la admirada autora de «Vendavales» sobre la presentación en Córdoba de la gran pianista argentina.


Guadalupe Gómez sobre Martha Argerich

Foto: Marco Anelli.

El sábado 25 y domingo 26 de agosto, Martha Argerich se presentó en la Sala de la Américas junto a la Orquesta Sinfónica de Córdoba, dirigida por Guillermo Becerra, para celebrar la obra de Franz Liszt, uno de los grandes compositores del romanticismo.

El programa incluyó la obra «Lenore», intepretada junto a su hija Annie Dutoit, Les preludes, poema sinfónico Número 3, «Totetanz», danza macabra para piano y orquesta, interpretada por Mauricio Vallina y el Concierto para Piano y Orquesta Número 1 en Mi bemol mayor. 

Fueron noches inolvidables para quienes tuvieron la oportunidad de dimensionar en vivo a una de las artistas argentinas más trascendentales.

Entre las numerosas impresiones, compartimos palabras de la querida y admirada Guadalupe Gómez, intérprete y cantautora ineludible de nuestra música, publicadas en su espacio en las redes sociales, como un intento de retener algo de lo vivido para siempre en el auditorio mayor del Pabellón Argentina.

Guadalupe Gómez – Domingo 26 de agosto de 2018.

El arranque fue difícil. La sala llena, la calefacción agobiante. Una chica declamando en francés a los gritos. El micrófono que rompía, la música inentendible. Después un pianista. Tocando fuerte y rápido. Otra música que no entendí. El aire cada vez más viciado de calor y perfumes. La orquesta sola. Una música que por momentos me atrapaba, pero me soltaba muy rápido dejándome a merced los vagabundeos de mi cabeza y el calor.

Entonces ella. La pollera negra con flores grandes, rojas y azules. La melena flotando. El paso firme , pero algo destartalado. Se sienta. Apoya sus manos. No en las teclas de marfil. Las apoya en mi pecho. Lo toma. Lo desgarra. Lo llena. Sus manos son gacelas blancas danzando en el espacio sideral, creando el mundo, destruyéndolo. Abriendo una grieta en mí que de ahora en más será sed.

La veo acomodar un mechón de cabello detrás de su oreja y el movimiento es también melodía. Los aplausos me dan la misma sensación confusa del despertar brusco que interrumpe un sueño intenso. No puedo parar de llorar. El agua se desprende de mí como la lluvia. No puedo hablar. No quiero hablar.

Caminar. Salir. Seguir. Quiero seguir escuchándola hasta el fin de los tiempos.

Todo el día de hoy estuve hablando y pensando sobre el poder transformador de la música. De sus posibilidades y sus límites para modificar lo que somos. Lo que vivimos. De la conexión con otro espíritu. De la vibración del alma. Del dolor y del bálsamo.

La noche del 25 de agosto del año 2018 yo vi y escuché a una Bruja que tocó la música más hermosa que hay en mi interior. Ya no soy ni seré la misma.