Emoción Registrada

El Negro Marley sobre la Identidad

10-09-2016 / Emoción Registrada, Lecturas
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En nuestro espacio destinado a rescatar publicaciones en las redes sociales que entendemos valiosas, compartimos la de Cristian Domínguez, mucho más conocido como «El Negro Marley». Se trata de su historia de vida, resumida en recuerdos de familia y sobrenombres que cambiaron para reafirmar lo que muchos hombres y mujeres de su edad todavía no conocen: su identidad.


El Negro Marley sobre la Identidad

Cualquier historia de vida contada en primera persona se deja leer con emoción. Más cuando quien la cuenta compartió algunos momentos de nuestras propias vidas.

En el mes de la identidad, rescatamos una de tantas historias, la de un personaje hermoso, de esos que andan por la vida amontonando amistades con sus ocurrencias, aunque se podría decir: con su sola presencia. Y la compartimos porque fue escrita desde una necesidad que aún sigue en pie: la de encontrar a quienes nacieron en la misma época en que nació «El Negro Marley», pero aún no conocen su verdadera historia. A esas mujeres y hombres que hoy rondan los 40 años y son hijas e hijos de desaparecidos. Nietas y nietos de Abuelas que las siguen y los siguen buscando.

Cristian Domínguez, o «El Negro Marley» – Viernes 9 de septiembre de 2016.

Mi nombre es Cristian Darío Domínguez. Nací un 11 de octubre, igual que Tita Merello, pero de 1975. Hijo de Don Héctor Raúl Domínguez y de Doña Teresa Del Valle Costarelli, como dice la libreta de familia.

Me crié en la casa de mis abuelos maternos: Doña Eva Luisa Amato, peronista (vale la pena aclararlo) y Don José Adolfo Costarelli (no tengo ni la menor idea de a qué partido pertenecía, creo que rea radical, no decía mucho ni hablaba de política, ni de fulbo, ni de religión; comía banana con pan, tomaba mate cocido y por ahí le clavaba un chorrito de vino, untaba el pan en el vino después de comer; nunca lo vi en pedo, un groso el viejo) como dice la libreta de familia.

Viví con mis abuelos, mi papá, mi mamá, mi hermano Gustavo, un tío abuelo y dos hermanos de mi mamá, más algunos primos que iban y venían. Era como una banda uruguaya, un montón, pero muy unidos. En esa casa nunca faltó el amor ni el morfi; sí otras cosas pero a quién le importaba, teníamos lleno el corazón y la panza, por más de que se armaran quilombos…

Siempre tuve perros y gatos, en un tiempo gallinas y hasta un hurón. Teníamos un solo baño muy lejos (vale la pena aclararlo). Mi casa era como un conventillo, una casa chorizo llena de plantas y algunos árboles, como una higuera en la mitad del patio, una mora, una higuerilla, un limonero, un gomero al fondo y un solo baño (vale la pena aclararlo).

Pasábamos todas las navidades en lo de mis abuelos paternos, mi abuela Doña Nina Espinoza y mi abuelo Don Carlos Domínguez, como dice la libreta de familia. «La Lala» como le decía a mi abuela, era radical (vale la pena aclararlo). Vieja amarga, no me dejaba tirar cuetes. Durante mucho tiempo me tronchó las pelotas pero hoy se lo agradezco porque ahora los cuetes no me llaman la atención y sé el mal que le hacen a los perros (vieja amarga).

Quizás muy pocos conozcan el nombre con el que salgo en el D.N.I. Siempre fue víctima de sobrenombres, algo por cierto muy cordobés. En mi vieja casa chorizo, fui «Nano», «Nani», «Meme», «Mohamed Ali». En la primaria, «Rulito» o «Rulo». En la secundaria «Mínguez». Y después, en los primeros años de los ’90, con los rulos largos y mi piel oscura, la calle se encargó de ponerme el sobrenombre de cuanto negro fulbolista aparecía, y más aún en los mundiales: «Okocha», «Palomo Usuriaga», «Ruud Gullit», «el Pibe Valderrama»… Y después «Wilkins», «Cachumba» y así. Aparecía un negro ruludo y ya me clavaban el sobrenombre. En la Facu me apodaron «Negro Marley» por mi pelo y por una remera de Bob Marley que tenía. Así transcurrí toda la carrera, siendo el glorioso «Negro Marley».

Un día las cosas empezaron a cambiar o empecé a cambiar yo. Me fui a vivir solo. Al tiempo, la casa chorizo se vendió. Un día pasé y la vi tan desnuda que sentí que se me estrujaba el corazón. Mas tarde se demolió. Sentí que un pedazo gigante de mi vida se iba con esa casa.

Hoy no tengo muchos sobrenombres… De todos los que tuve, me quedo con «Negro» o «Negro Marley». Hay algunos viejos conocidos que cuando leen o escuchan «Cristian Darío Domínguez», no saben quién es, pero sí conocen al «Negro Marley». Quizás mi cara o mi personalidad no coincidían con mi nombre.

Hoy, a mis 40 años, me llaman tal como me llamo en mi D.N.I., pero a veces extraño los apodos, quizás porque el nombre completo de uno signifique formalidad, responsabilidad.

Pero por más que me llamen como me llamen, puedo decirlo: soy desde Don Cristian Darío Domínguez, pasando por «Rulito», hasta el «Negro Marley». Puedo decirlo, puedo contar la historia que conté, simple, común, cotidiana, pero mía, mi historia, no impuesta, no inventada, porque sé quién soy y eso me hace libre.

La cita es ahora, hasta encontrar al último nieto y a la última nieta.

Septiembre, mes de la identidad.