El cronista de la sed

La mano de Menéndez

3-03-2018 / El Cronista de la Sed, Lecturas
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Esta semana falleció el genocida más cruel de la última dictadura cívico militar. Como bien se ha dicho, murió la muerte. Entre miles de historias terribles, aquí el recuerdo de un encuentro fugaz, indeleble.


La mano de Menéndez

Por Fer Vélez.

En 1977 tenía 12 años, iba a séptimo grado. El gobierno militar había impuesto en todas las escuelas del país una competencia intelectual entre los alumnos de quinto y séptimo grado. «Justa Sanmartiniana» era el nombre de la contienda de preguntas y respuestas. Consistía en aprender de memoria toda la vida y obra del padre de la patria José de San Martín. Todo con lujo de detalles. Cada detalle estaba puesto en los tres volúmenes que entregaban para estudiar: su infancia, amigos, cantidad de cañones, los metros de tela cocidas por las damas mendocinas y demás menudencias inimaginables.

Sin embargo entre tantas páginas, nada se decía del padre de la patria asesino. Muchos años después me enteré de su espíritu cruel y sanguinario. Muchos años después comprendí el terror que fundó el ejército nacional con la tropa de Granaderos a caballo. «¡A degüello!» fue el grito de guerra del general para que los 200 granaderos salieran a campo traviesa en San Lorenzo a cortar cabezas. Si imaginamos un poco la escena no demoramos mucho en darnos cuenta del terror sembrado en el ejército Español.

En cada escuela se conformaba un equipo de seis alumnos, teóricamente los mejores. En el equipo de mi escuela estaba yo. Competimos contra las escuelas de toda la ciudad y llegamos a la final contra la escuela Zorrilla de San Martín. Esa mañana perdimos. Perdimos por mi culpa y salimos segundos. El premio consistía en un viaje de estudios para el primer puesto y en una biblioteca para el segundo y el tercer puesto.

El día de la entrega de reconocimientos el abanderado estaba enfermo y me tocó reemplazarlo. Todos los equipos participantes de las escuelas finalistas de la provincia concurrimos al Liceo Militar General Paz a recibir los premios. El General Luciano Benjamín Menéndez iba a realizar la entrega personalmente. A pesar de mi edad, yo sabía quién era Menéndez. Mis padres se habían encargado de explicarnos a mi hermano y a mí quiénes eran quiénes. Lo habían hecho por una cuestión de supervivencia. Ellos supusieron que si teníamos conocimiento de algunas cosas tendríamos más elementos para cuidarnos y defendernos en aquellos años.

Esa mañana estaba confundido. Por un lado quería llevar la bandera en un acto importante y por otra no quería asistir a la entrega de premios porque lo iba a ver a Menéndez. La mañana era fría y en el trayecto hasta el Liceo me descompuse. No dije nada. Bajamos del colectivo y me impresionó ver a todos los cadetes del Liceo formados con uniforme de gala en el enorme patio. También había muchos soldados y otras autoridades. Los cadetes hicieron una especie de desfile frente a todos nosotros. Empecé a sentir un sudor frío. Las escuelas estábamos formadas sobre
unas escalinatas y por encima nuestro se encontraban la cúpula militar del Tercer Cuerpo.

Una maestra o directora de escuela dio un discurso. El clima era de alegría y solemnidad. Me dí cuenta que estaba solo. Menéndez bajó las escaleras hasta ponerse por debajo de nosotros. Un locutor comenzó a anunciar a las escuelas ganadoras. El General estaba de impecable uniforme verde con zapatos y guantes negros. Al entregar el primer premio se quitó el guante de la mano derecha. Se desplazaba por el patio entregando los premios, nadie se movía. Pensé que me iba a descubrir. Pensé que se iba a dar cuenta de que mis padres tenían amigos comunistas
o guerrilleros. Pensé que se me notaba en la cara. Sentí que me cagaba encima.

Menéndez llegó hasta mí, me entregó un diploma y una biblioteca con varios libros. Tuve que dejar la bandera para recibirlos. Me estrechó la mano y me miró a los ojos:

-¡Bien hecho! -me dijo.

Me faltó el aire, pensé que me caía. El sol me pegaba de frente en la cara y la descompostura era inaguantable. El acto continuó, apenas se alejó un poco le dije a la directora que estaba descompuesto. Me llevaron a los baños.
Volví a mi casa y les conté a mis padres. Me abrazaron.

Los años de terror continuaron. Desde ese día fantaseé que no nos iba a pasar nada, el Cachorro Menéndez no me había descubierto.