El Cronista de la Sed

Cachito

6-05-2018 / El Cronista de la Sed, Lecturas
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La V de Vélez vinculando una vereda, un vaso, un vino en las venas de dos varones, el virus valeroso de la vagancia, viejos vaivenes de la voluntad y visitas varias a viejos viajantes de la vida. Vea y valore.


Cachito

Por Fer Vélez. 

-¿Dónde estoy? -preguntó.
-En Barrio Juniors.
-¿Dónde?
-Barrio Juniors.
-¿En qué parte?
-Cerca del cruce entre Esquiú y Juan B. Justo.
-Tomá un trago amigo…
-Dale, gracias… ¿Cómo te llamás?
-Cachito… Me dicen Cachito.
-Gracias Cachito, tenía sed.

Cachito me mira. Me mira y me vuelve a mirar. Le cuesta sostener todo su cuerpo, incluso la cabeza. Me mira, pero de reojo porque el cuello no le hace caso. Le faltan las fuerzas para llegar al vaso. Con esfuerzo prende un cigarrillo.
Una mujer se acerca a comprar al kiosko. Es hermosa. Cachito la mira sin mover el cogote. Ella le pide fuego. Cachito se estira y le entrega el encendedor, se hablan. La mujer se va. Sale el dueño del kiosko.

-¡Cachito! Ya está… Andate a tu casa.
-¿Dónde estoy?
-En el kiosko, Cachito.
-Servime vino.
-El último, Cachito…

Observo toda la escena desde cuatro metros de distancia mientras espero a mi novia. Cachito me conmueve, me conmueve hasta cierto punto. Me identifico con Cachito. Me siento Cachito. Yo también he sido y soy Cachito. Una cascada de recuerdos de estados similares caen sobre mí, como si fueran Cachitos derretidos, Cachitos de lodo, Cachitos de vino, Cachitos de vómitos en el piso de un baño, Cachitos de cerámicos mal cortados, con la junta mal tomada… Cachitos de pequeños pedazos de lo comido, lo deglutido, esa argamasa de alcohol indefinido, de colores varios según la procedencia. Todo procesado, como mal licuado: empanada, guiso, milanesa, ensalada, pizza, sanguches de fiambre… O nada.

He pensado muchas veces que esos estados se deberían parecer a la nada, a la caca misma. Ahora, lejos de Cachito,
me acuerdo de Sartre. Me acuerdo del título de un libro que no leí. Me acuerdo de lo que imaginé que dijo Sartre en ese libro. Por eso, por ese recuerdo, me bajé del auto donde esperaba a mi novia. Me senté con Cachito y le dije que tomáramos otro vino. Cachito me miró y no dijo palabra, estiró la mano para buscar el vaso como si quisiera un brindis.

Desde afuera, desde la vereda, la escena se contempla patética y triste, con el kiosko deteriorado por toda escenografía. Ahora somos dos, Cachito y yo, unidos, acompañados, devorados en la síntesis de la química y el alcohol.

Me subí al viaje de Cachito y me invitó a su casa… Caminamos un rato largo para llegar. Me quiso presentar a su familia y amigos, demoramos mucho, tanto que cambiamos de rol:

-Cachito… ¿Dónde estoy?

Cachito levantó su vaso, me miró de reojo y sonrió:

-Tay conmigo varón.